«Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador.
Permaneced en mí, como yo en vosotros.
Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada.» (Jn 15)
Padre, que aplacaste tus justos enojos por medio de Noé haciendo de él un instrumento para manifestarnos tu misericordia, quisiste que él fuera tu primer viñador, porque “Noé se dedicó a la labranza, y plantó una viña” (Gn 9,20). Dijiste que “Éste nos consolaría de nuestros afanes y de la fatiga de nuestras manos, por causa del suelo que maldijo Yahveh” (Gn 5,29), y sellaste entonces en atención a su fe y por vez primera tu alianza perpetua con los hombres, muestra de tu indefectible amor. Señor, Tú quisiste desde aquellos comienzos alegrar la existencia humana con el fruto de la vid, fruto exquisito que crecía en la tierra que prometiste a nuestros padres, y que admiró a los exploradores enviados por Moisés en el Valle de Eskol, que “cortaron allí un sarmiento con un racimo de uva que transportaron con una pértiga entre dos” (Nm 13,23). Nos diste con ello una muestra de tu bondad y generosidad, haciendo de la vid un especial signo de tu paternal bendición. Nos mostraste que sólo Tú puedes garantizar y regalar a manos llenas la paz y seguridad a tu pueblo, como lo hiciste en tiempos de tus amados David y Salomón. Y te hemos cantado agradecidos: “Judá e Israel vivieron en seguridad, cada uno bajo su parra y bajo su higuera, desde Dan hasta Bersheba, todos los días de Salomón” (1Re 5,5). A la sombra de la vid reposarían seguros todos tus hijos llegando a Sión desde países y naciones remotas, como nos anunciaba el oráculo de Miqueas (4,3-4): “No se adiestrarán más para la guerra. Se sentará cada cual bajo su parra y bajo su higuera”, mostrándonos tu deseo de atraer y reunir a todos los pueblos en tu amor. Un día el profeta Zacarías, adelantándose a saludar a Aquél que sería el “sol que nace de lo alto” (Lc 1,78) que enviarías a visitarnos en la plenitud de los tiempos, nos anunció lo siguiente: “He aquí que yo voy a traer a mi siervo ‘Germen’. Y he aquí la piedra que yo pongo delante de Josué; en esta única piedra hay siete ojos; yo mismo grabaré su inscripción –oráculo de Yahveh Sebaot- y quitaré la culpa de esta tierra en un solo día. Aquél día –oráculo de Yahveh Sebaot- os invitaréis unos a otros bajo la parra y bajo la higuera”(Zac 3, 8-10). Y como ésta muchas otras veces también por tus amigos los profetas nos llamabas con esta imagen a vivir en la felicidad de tu Casa, bajo el reinado y gobierno de tu amor.
Pero fueron también estos amigos tuyos, Padre, quienes sufrieron vicariamente y nos advirtieron de las consecuencias de separarnos de Ti, hablándonos de la desolación también con la imagen de la vid cuyo fruto puede sernos negado. Amós nos mostró la maldición que sobreviene al malvado, al pecador, a aquel que entendiera tu elección como una protección incondicional, perdiendo tu Santo Temor: “Pues bien, ya que vosotros pisoteáis al débil, y cobráis de él tributo de grano, casas de sillares habéis construido, pero no las habitaréis; viñas selectas habéis plantado, pero no beberéis su vino. ¡Pues yo sé que son muchas vuestras rebeldías y graves vuestros pecados, opresores del justo, que aceptáis soborno y atropelláis a los pobres en la Puerta! Por eso el hombre sensato calla en esta hora, que es hora de infortunio.”(Am 5, 11-13). Padre, Tú no quieres la muerte del pecador sino que se convierta y viva (cfr. Ez 18,23), pero el hombre pierde por el pecado la vida que está sólo junto a Ti.
Padre Santo, Tú quisiste en este don simbolizar asimismo la sobreabundancia y fecundidad de quien te teme. Por la alegría de tu fecundidad divina entonaban ya tus fieles en las subidas este canto: “Tu esposa será como parra fecunda en el secreto de tu casa.” (Sal 128, 3). Y esta imagen doméstica era figura de aquello que nos anunciaría también tu siervo Amós prediciendo que la restauración va necesariamente unida a la sobreabundante fecundidad de nuestra tierra: “He aquí que vienen días –oráculo de Yahveh- en que el arador empalmará con el segador y el pisador de la uva con el sembrador; destilarán vino los montes y todas las colinas se derretirán. Entonces haré volver a los deportados de mi pueblo Israel; reconstruirán las ciudades devastadas, y habitarán en ellas, plantarán viñas y beberán su vino, harán huertas y comerán sus frutos.”(Am 9, 13-14).
Pero, Padre, ¡cuántas veces tu pueblo enceguecido por el fulgor de tus dones te olvidó a Ti, fuente de Amor y de Bien!; te rechazó asesinando y usurpando para tomar un fruto que no pertenecía sino a quien tú bendecías por amor de predilección, como tu siervo Nabot (cf 1 Re 21). Y nos revelaste que eres capaz de sufrir como Aquél a quien su esposa traiciona con amantes, a los que considera bienhechores sin notar que fuiste siempre Tú quien cuidó de ella regalándola con tu fecundidad divina. Emborrachado con tus regalos, se pervierte tantas veces en idolatría tu pueblo: “Vid frondosa era Israel produciendo fruto a su aire: cuanto más aumentaba su fruto, más aumentaba los altares” (Os 10,1). Ay, Señor!, que en otros momentos los zarcillos de tus sarmientos se han apoyado en lo que no es más que arena y en dioses con pies de barro! Sufriste, Señor y “Manantial de aguas vivas”, ser “dejado por cisternas agrietadas que el agua no retienen” (Jer 2,13). Así lo lamentas por Ezequiel: “(El águila) Se hizo una vid, echó cepas y alargó sarmientos. Había otra águila grande, de grandes alas, de abundante plumaje, y he aquí que esta vid tendió sus raíces hacia ella, hacia ella alargó sus ramas, para que la regase desde el terreno donde estaba plantada. En campo fértil, junto a una corriente de agua abundante, estaba plantada, para echar ramaje y dar fruto, para hacerse una vid magnífica. Di: Así dice el Señor Yahveh: ¿Le saldrá bien acaso? ¿No arrancará sus raíces el águila, no cortará sus frutos, de suerte que se sequen todos los brotes tiernos que eche, sin que sea menester brazo grande ni pueblo numeroso para arrancarla de raíz?...” (Ez 17, 6-9). ¡Cómo a pesar del pecado, Tú, Padre, fuiste siempre tras tus hijos, buscando como un mendigo ese resto fiel, ese resto del corazón del hombre que pudiera acoger tu palabra! Y te presentaste con Jeremías, ese hombre de Dios, cual un pobre que rebusca en una viña después de la vendimia: “Así dice Yahveh Sebaot: Busca, rebusca como en una cepa en el resto de Israel; vuelve a pasar tu mano como el vendimiador por los pámpanos.” (Jer 6,9). ¡Señor, que teniendo todo en Ti mismo, quisiste hacerte un mendigo de amor! Finalmente, Padre, cuando Jesús nos habló de tu viña nos mostró tu liberalidad al llamarnos a trabajar por tu Reino. Y nos enseñó que Tú llamas a quien quieres, cuando quieres, pero siempre llamas a quienes eliges en tu amor; porque eres bueno y a todos quieres regalar con la dicha de servirte. “En efecto, el Reino de los Cielos es semejante a un propietario que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña…” (Mt 20, 1-16); porque basta sólo un instante en tu presencia, “un día en tus atrios” (Sal 84,11), un momento de experiencia de tu amor, para compensar, para pagar toda una vida, porque ciertamente “tu amor vale más que la vida” (Sal 63,4). Isaías había entonado en su tiempo aquellos dulces y dolidos versos: “voy a cantar a mi amigo la canción de su amor por su viña…” (Is 5,1-7). Más tarde también Jesús usará estas mismas palabras para hablar de tus cuidados y solicitud por tu pueblo, como nos lo cuenta Mt 21, 33-46, añadiendo que reprochó entonces abiertamente el asesinato de tus siervos los profetas enviados por ti para recibir sus frutos, y anunció cómo también Él, tu mismo Hijo, sería “llevado fuera de la viña y asesinado” (v.39). Sus adversarios comprendieron perfectamente que esta historia de los viñadores homicidas, tan repleta de precisiones alegóricas, iba contra ellos; por eso nos dice el evangelista que “Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír sus parábolas, comprendieron que estaba refiriéndose a ellos. Y trataban de detenerle, pero tuvieron miedo a la gente porque le tenían por profeta” (Mt 21, 45-46). Son muchas en este momento las parábolas con que tu Hijo no hace más que mostrarnos tu amor de Padre, y cómo tu don de elección se concentra en su persona (cf Mt 21, 10, 15, 23, 37, 42; 22, 2, 45; 23, 10, 37; etc.). Por ello los sumos sacerdotes y los fariseos empiezan a “celebrar consejos”para eliminar a Jesús (Mt 22, 19).
Pero será por boca de su discípulo amado que tu Hijo nos dirá ya claramente que todas estas imágenes de paz y reposo, de dicha y fecundidad, de buen gobierno y abundancia, parábolas o alegorías de viñas y plantíos exquisitos, de labradores, siervos e hijo de un propietario, desembocan definitivamente en Él, porque “Yo soy la vid verdadera” (Jn 15,1). ¡Oh noche terrible y hermosa, noche de cena y banquete con vino generoso, en que el Libre se manifiesta como esclavo de su Amor, noche de traición y de despedidas, noche de las más grandes y hondas confidencias, noche de promesas y de oración, noche de prendimiento, de juicios y de negación! Fue en esta noche que tu Hijo se nos reveló como verdadera vid, ¡oh Padre viñador!, y nos mostró que Él es no sólo el tronco sino toda la vid, de tal forma que sus sarmientos somos una misma cosa con Él. Oh Padre, “tu gloria está en que demos mucho fruto y seamos discípulos de tu Hijo” (8); Él nos amó como Tú lo amaste (cf v.8), quiso hacernos partícipes de la plenitud de su gozo (v.11), nos dio a conocer todo lo que oyó de Ti y por eso nos llamó amigos (v.15), ¡Él nuestro Amigo amante y confidente hasta el fin! (v.13); Él nos revelo su secreto, el secreto de su Amor, ¡el secreto de la permanencia!, y se empeñó en mostrárnoslo y ordenárnoslo como su único mandamiento (v.10). Señor, Tú purificas cada día a tu Iglesia con la Palabra que es tu Hijo, (v.3), porque la Palabra “es viva y eficaz, más cortante que espada de dos filos” (Heb 2,12). La poda de tus sarmientos, Señor, como sabemos a través de la observación del difícil arte de este oficio, consiste en cortar muchos sarmientos para dejar sólo a los más vigorosos; aún éstos tienen que ser recortados, podados, para llevar la savia de manera productiva. Así de filosa ha sido para con nosotros la instrucción de tu Hijo, con una Palabra exigente, porque no es la suya una enseñanza de tranquila sabiduría. Algunas de sus palabras resultan a muchos chocantes e incluso escandalosas; otras anuncian el paso por el dolor y muchos de sus discursos hicieron siempre de Él y sus discípulos signos de contradicción, porque son palabras cortantes que producen un efecto temible (¡y Él conoce ese efecto!), por eso nos dice “No he venido a traer la paz sino la espada”(Mt 10,34).
Ay, Señor, que muchas veces tus sarmientos no comprenden tu amor que purifica, y así se echan ellos mismos a perder al no adherir a tus pasos de amor y renuncia! Porque no adherir es separarse de tu amor, al aferrarse a aquello que siendo tuyo no eres Tú mismo, quedándose así, como “un bruto, con aquellas cosas que sin Ti no serían” (cf. Confesiones, San Agustín); no adherir es igualmente separarse de tu amor al no “correr tras el olor de tus perfumes” (cf Cant 1, 1-4) para permanecer unidos a Ti allí donde nos llamas. Al separarse así el sarmiento ya no es más que leña que será echada al fuego (cf Ez 15); así también nos lo dijo tu Hijo: “separados de mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden”. (Jn 15, 5-6). ¡Y Tú sufrirás, Señor, en cada leño que se seca por haberse separado! Pero la savia que es tu Amor busca siempre el cauce para poder derramarse y dar Vida, porque de la cepa pasa a los sarmientos que permanecen fieles. Tu gracia, Señor, que nos viene de Ti a través de tu Hijo, es la que tiene el poder fructificador y hace que tu Iglesia dé fruto abundante en el campo de tu Reino. Sólo pides de ella a cambio su entrega confiada a Ti, su sujeción y obediencia, su permanencia en el amor de tu Hijo.
Padre, que te preparaste en la Virgen Santísima una digna tierra para engendrar a tu Vid Santa, tu Hijo Amado; que permanezcamos también unidos y enraizados en el amor de Aquella que quisiste fuera su Madre y también su Mejor Sarmiento. Ella es y será siempre la forma que esperas de la tierra, para acoger en su seno a tu simiente, para ser su cuna y la tumba en que germine el fruto que dará al mundo el Vino nuevo y bueno que guardaste para el final (cf. Mt 9,17 y Jn 2,10). Ella, la Madre del Amor Hermoso, Amor mejor que cualquier vino (cf Cant 1), es nuestra Maestra de Perseverancia y Permanencia. Ella se mantuvo siempre junto a tu Hijo, permaneciendo y guardando la Palabra. Ella lo siguió en cada momento unida a Él por la fe y el amor; fue partícipe de todo lo que su Hijo viviera, aún cuando debiera estar físicamente separada de Él, como cuando la Misión llevaba al Hijo por caminos en los que sólo se anda en soledad, dándonos ejemplo de fidelidad y comunión perfecta. Allí aprendimos de su mano materna a ser “solos con el Solo” (Sor Isabel), y porque seguramente fue contemplando a la Madre que se inspiró la pluma de Juan de la Cruz cuando canta: “En soledad vivía y en soledad ha puesto ya su nido, y en soledad la guía a solas su querido, en soledad de amor también herido”. ¡Oh Madre de la Soledad y de la Alianza! Madre tierra de la que brotó la vid santa, ¡Madre de Dios! Madre fecunda y generosa, ¡Madre de la Iglesia! Madre permanente y fiel, ¡Madre de la Fe, de la Esperanza y del Amor! Tú que recogiste en el cáliz de tu corazón cada gota de la Sangre que brotó de la Cruz del Salvador, enséñanos a guardar siempre su Palabra y su mandamiento de amor; condúcenos de tu mano para que lo sigamos por todos los caminos por los que en su amor quiera llevarnos; y que podamos por tu intercesión, ¡oh Madre poderosa!, llegar en el tiempo de la Gran Vendimia al Banquete de su Reino eterno, donde brindaremos dichosos con el Vino de la Alegría que no conoce ocaso. Amén.
Cuadros de Vincent Van Gogh:
-La viña roja en Arles. nov 1888, Museo Pushkin, Moscú
-Viña con vista de Auvers. junio 1890, Art Museum, Saint Louis
-Paisaje [de Auvers] con carro y tren al fondo. junio 1890, Museo Pushkin, Moscú
Jamás había leído tantas citas sobre la vid... ¡me ha encantado tu trabajo!
Enhorabuena Beatriz, has sabido reflejar tu alma, la verdad si no lo has hecho, te aconsejaría que mirases de publicar las meditaciones que tengas de este estilo, ya sabes los carismas hay que compartirlos y tú lo tienes
No te ví nunca por el foro, o ¿Estoy perdida?
Gracias