La lectura del evangelio de este domingo sorprende y choca. Tal como están redactados lo leemos sólo cada tres años, porque es una formulación exclusiva de Lucas; Mateo trae el recuerdo de estas palabras de Jesús, pero no con la vehemencia con la que está expresado en Lucas, donde a la mención de que Jesús no vino a traer paz sino espada (Lc 12,51-52||Mt 10,34-36) se le une la afirmación de que Jesús ha venido a traer fuego a la tierra. Si tan sólo hablara del fuego podríamos perdernos en consideraciones -a veces pertinentes, a veces melosas o disparatadas- sobre el fuego del Espíritu... pero resulta que está unida a algo tan fuerte y directo como que no vino a traer paz, sino división y espada.
El mismo Lucas tiene en exclusiva dos fragmentos que también hablan de la paz y del fuego, uno es el anuncio angélico a los pastores: «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace» (Lc 2,14), y el otro es el descenso del Espíritu Santo en Pentecostés: «Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos» (Hechos 2,3). Esas dos menciones las podemos considerar enteramente "positivas": la paz a los hombres y el fuego del Espíritu. Pero resulta que cuando se juntan los mismos dos elementos en el fragmento que nos ocupa, producen una sentencia un tanto inquietante.
Ya el Bautista nos aclaraba que su bautismo era sólo de agua, «pero viene el que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego.» (Lc 3,16||Mt3,11). No es "os bautizará con el fuego del Espíritu" sino "con Espíritu Santo Y fuego". Aparece aquí unido el fuego al bautismo, igual que en la sentencia de hoy: "He venido a prender fuego ... Tengo que pasar por un bautismo". No es casual que la asociación del bautismo y el fuego nos lleven a la figura del Bautista; de él recoge el propio Lucas que es enviado delante del Mesías "con el espíritu y el poder de Elías, 'para hacer volver los corazones de los padres a los hijos,' y a los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto." (Lc 1,17).
Así que el hosco y barbudo Bautista, cuya figura debía inspirar cieto temor en la soledad del desierto, viene a reconciliar padres con hijos, mientras que el pacífico Jesús de dorados bucles de nuestras estampitas dieciochescas, viene a sembrar discordia y división incluso en el seno de las familias... ¡menuda inversión!
La sentencia de Malaquías que cita el ángel en Lucas nos puede aclarar un poco esto:
«He aquí que yo os envío al profeta Elías antes que llegue el Día de Yahveh, grande y terrible.
Él hará volver el corazón de los padres a los hijos, y el corazón de los hijos a los padres; no sea que venga yo a herir la tierra de anatema.» (Mal 3,23-24)
Y ahí nos damos cuenta que la reconciliación de los padres con los hijos y viceversa era una señal antes del Día del Señor. El "Día del Señor" es descrito por Malaquías no como un momento de paz y tranquilidad, sino como "grande y terrible", como una herida que amenaza la tierra si no nos reconciliamos.
El propio Nuevo Testamento es concordante en que la venida futura del Señor se produce en medio de luchas y destrucción, tanto cósmicas como humanas (1Tesalonicenses, Apocalipsis, Judas, 2Pedro, etc.).
Jesús predicaba la paz y la reconciliación, el amor y el perdón incondicional; eso puede ilusionarnos -y seguramente ilusionó a algunos de sus contemporáneos- y hacernos fantasear una religión "new age" de caricitas en la espalda y canciones de misa chorreando miel, una religiosidad de estampitas piadosas y frases hechas y dulces. Este domingo Jesús nos da una bofetada que nos despierta: la paz y la reconciliación, el amor y el perdón incondicional ofrecidos a un mundo corroído por el poder, el egoísmo y la miseria humana, provocan necesariamente división y abuso de poder, más maldad y no menos. Los provocan por la propia fuerza de oponer al mal vehementemente el bien, a la injusticia, la justicia.
Si le ofrecemos a un refugiado ayuda incondicional, atrás no tendremos el fin de la guerra, sino una multitud mayor de refugiados, en efecto dominó. Si ofrecemos a nuestros enemigos el perdón incondicional de las ofensas, constatarán nuestra debilidad y nos ofenderán el doble.
Ese cristianismo buenista en el cual yo doy amor a mi alrededor y con ello recibo a cambio amor es sencillamente ficticio, una ilusión humana que no tiene en cuenta la realidad de nuestra fe: nuestra fe empieza por un señor -por el Señor- que se ofrece inerme y desnudo a que hagan de él lo que les venga en gana, escupitajos y vejaciones, espinas y látigos, y lo matan en la cruz.
Cuando ofreces amor y perdón incondicional, acogida y brazos abiertos de par en par, no vas a recibir todo eso a cambio, lo ofreces a un mundo que no lo merece. El evangelio de hoy es una advertencia a cada cristiano, para que no confunda nuestra fe con los planteos semiespirituales de las "nuevas eras" y de los gnosticismos siempre de moda: el cristino ofrece la paz unilateralmente, el amor unilateralmente, la reconciliación unilateralmente; perdono porque he sido perdonado, no porque espero tu perdón humano a cambio, ayudo porque el Señor me sostiene, y porque a través mío te ayuda, no porque tú me lo agradecerás.
La fe cristiana es para espíritus fuertes, para gente que se deja conducir por la fortaleza del Espíritu, sólo así podemos llevar al mundo el mensaje de la verdadera debilidad, la de Jesús en la cruz, inerme y desnudo, reconciliándolo todo a pesar de todo, a pesar de la indignidad del mundo.