Hay que reconocer que este texto, que se encuentra exclusivamente en san Lucas, es uno de los más difíciles de interpretar del Nuevo Testamento. No lo es por la dificultad de su anécdota, no: se trata de un corrupto en pleno acto de corrupción. No lo es por los "mensajes" que el evangelio ha sacado de esta situación, porque esos mensajes (agrupados al final de la parábola), son comprensibles. Lo difícil de aceptar es que el Señor haya utilizado este antimodelo como vehículo de sus enseñanzas.
Tanta consternación causa, que ya desde antiguo se trató de desviar la atención del personaje corrupto y su amo (que, como veremos luego, no es menos antiejemplo que su pícaro subordinado); para ello los intérpretes moralizaron y alegorizaron impropiamente algunos detalles de la parábola. Por ejemplo, escribe san Beda el Venerable (s. VIII):
«Después que el Salvador reprendió en tres parábolas a los que murmuraban porque daba buena acogida a los penitentes, ahora añade la cuarta y después la quinta para aconsejar la limosna y la moderación en los gastos, porque la buena doctrina enseña que la limosna debe de seguir a la penitencia. Por esto continúa: "Decía a sus discípulos: Había un hombre rico", etc.»
¡según Beda esta parábola aconseja la limosna y la moderación en los gastos..!
San Juan Crisóstomo, en cambio, pensaba que esta parábola tiene que ver con que...
«...no hemos sido colocados en la vida presente como señores en su propia casa, sino que somos huéspedes y forasteros llevados a donde no queremos ir y cuando no pensamos. El que ahora es rico, en breve será mendigo. Así que, seas quien fueres, has de saber que eres sólo dispensador de bienes ajenos y se te ha dado de ellos uso transitorio y derecho muy breve. Lejos, pues, de nosotros el orgullo de la dominación y abracemos la humildad y la modestia del arrendatario o casero.»
Parece increíble que el Señor haya utilizado para su enseñanza un corrupto en pleno acto de corrupción, y no haya dedicado antes o después un par de minutos para moralizar sobre ello...
Mayor es la consternación si leemos la parábola bien traducida; en el v. 8 dice "y alabó el señor al administrador infiel, porque había obrado astutamente...". ¿El señor o el Señor? ¿Quién alabó al administrador infiel?
En griego se llama "señor" (kyrios) al amo del administrador (vv 3 y 5), pero resulta que "kyrios" es también un título -principalísimo- de Cristo, él es "El Señor" por antonomasia. Es verdad que "kyrios" es un título que se le aplica a Jesús resucitado, pero resulta que san Lucas a menudo se lo aplica ya en su vida terrena (2,11; 7,13; 10,1; 11,39; etc.). Esto de retrotraer el título posresureccional de Jesús a su vida terrena es precisamente un rasgo característico de la teología de san Lucas... ¿y aquí? ¿habrá querido decir que el señor del mayordomo -es decir: su amo- lo alabó por la astucia? ¿o habrá querido decir que el Señor, es decir, Cristo, hizo lo propio? En español sería más o menos sencillo distinguirlo, al menos gráficamente, ya que en un caso lo escribimos con minúscula y en otro con mayúscula; pero en griego no existe esa distinción, así que cuando san Lucas escribe su evangelio, evidentemente cuenta con esa ambigüedad del texto; que podría ser no ambigüedad, sino rica sugerencia.
Lamentablemente la versión litúrgica -tanto la anterior como la actual en España- le ahorran complicaciones al lector, y ponen "amo" en vez de "señor", con lo que preinterpretan algo que en el evangelio está sólo entredicho. No es bueno que nos ahorren complicaciones si esas complicaciones son reales, y son del texto original.
Comenzamos a escuchar una parábola donde un señor rico... ¡le hemos escuchado a Jesús varias veces hablar de señores muy ricos y la relación con sus siervos: hay un señor rico, que es muy exigente con sus servidores, y les da talentos, pero luego les exige que rindan; otro señor rico pone a un mayordomo al frente de su casa, y como éste es fiel y cumplidor, lo pone al frente de toda su hacienda; otro tiene una viña y manda a sus criados y luego a su propio hijo a cobrar el arriendo; en todos de antemano nos disponemos a escuchar algo sobre el propio Dios; incluso aunque a veces ese amo de la parábola sea un poco prepotente o no comprendamos sus criterios, sabemos que en definitiva ese amo está representando a Dios.
Así que comenzamos a escuchar una parábola donde un señor rico -es decir: el propio Dios- tiene un administrador -es decir: nosotros- que... ¡uf! ya no me gusta nada. Porque normalmente en las parábolas, cuando deben ser leídas en esa clave, hay alguna salida, hay malos, pero también hay buenos: hay servidores que esconden el talento, pero otros lo ponen a producir, hay labradores que siembran en la arena, pero otros siembran en tierra fértil, hay vírgenes dormilonas, pero las hay prudentes... pero aquí no: un señor, un servidor, y el servidor resulta un corrupto, ¡y el señor le alaba la astucia! y si es el Señor el que le alaba la astucia, ¡tanto peor!
Lo que siempre pienso es qué buen humor tenía Jesús; con cuánta picardía comenzó a hablar algo que su público -y nosotros- se disponían a preinterpretar mecánicamente, y de repente da un giro y nos deja -como diríamos ahora- colgados.
Esa forma de hablar es propia de la ironía, es una parábola efectivamente irónica, difícilmente se la pueda comprender en otro género de narración que en el genero oblícuo e indirecto de la ironía. Ya san Agustín, tratando de explicar la parábola, vio que "Estas comparaciones se aducen más bien como argumento por contraste", y que "no todo lo que hizo debemos aceptarlo como digno de imitación" (Cuestiones sobre los Evangelios, II, 34). Lástima que no desarrolló más ampliamente una lectura "por contraste", es decir, irónica, sino que se contentó con moralizar lo que se podía.
¿Por qué habrá usado el Señor ironía para su enseñanza? ¿no se corre el peligro de que la enseñanza se tergiverse o confunda? Muchas veces con una breve ironía se enseña mucho más que con un discurso directo, serio y lineal. La ironía, como toda forma de humorada, choca, lleva a repensar, obliga a volver sobre lo que creemos obvio. Y no hay en este caso demasiado peligro de confusión, porque se puede ver de antemano que el Señor no alabaría nunca una acción injusta, así que si dice que la alaba, será que debemos buscar un poco más a ver qué se nos quiso decir.
Tres enseñanzas en una:
«Y el señor felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz.»
En el mundo judío estaban prohibidos los intereses, eran contrarios a la ley divina (también estuvieron prohibidos en el mundo cristiano, hasta el nacimiento de la economía de capital); la ley era muy severa y precisa con el uso de las riquezas; si se era "legalista" de verdad, no había forma de enriquecerse; así que los ricos habían diseñado una serie de trampas que les permitían ser cumpidores con la ley, a la vez que saltársela en lo profundo. Todos recordamos cómo Jesús reprocha a los malos hijos que consagraban dinero al templo para no tener que usarlo para cuidar a su padres (el "korbán" de Mc 7,10ss). Así también los ricos no cobraban abiertamente intereses, pero delegaban en manos del administrador que escribiera el 10, el 20, el 50% más en el recibo de la deuda: el recibo era una ficción que escondía en realidad los intereses (ver De Vaux: instituciones del AT: el préstamo). La elevada cantidad que descuenta el administrador injusto, el 50% en un caso, y el 20% en el otro, que posiblemente comprendía tanto los intereses como la comisión del administrador (aunque también debe contarse que en las parábolas se exageran los rasgos), nos muestra que el señor de esta parábola no es menos injusto que su administrador, en realidad son los dos de la misma tela: "hijos de este mundo".
Así que mientras esperáramos que el señor de la parábola representara a Dios, nos encontramos con dos "hijos de este mundo" que se entienden en su mismo lenguaje; astutos y tramposos, se saben todos los trucos para caer parados.
Si vamos a ir a hablarle al mundo, mejor que sepamos en qué consiste eso de «estar en el mundo». No ser tramposos como el mundo, pero que no se nos escape que no estamos en buenolandia. Primera enseñanza.
«Y el Señor felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz.»
Ahora ya no es el señor de la parábola, con minúscula, ya no estamos dentro de ella. En esta lectura es el propio Señor Jesús quien alaba al administrador injusto; lo alaba irónicamente, claro, luego de haberlo dejado al descubierto en su injusticia y mezquindad. Lo alaba por su "acción decidida en una situación amenazadora" (J. Jeremías, Las parábolas de Jesús, pág. 56ss.). No la injusticia, pero sí la presteza para tomar la salvación por asalto, debe ser la característica del cristiano: la situación de este mundo es de crisis, el Señor está a la puerta, no nos quedemos dormidos, los hijos de este mundo saben salvarse entre los suyos, ¿y qué haremos nosotros? Segunda enseñanza.
«Yo os digo: Ganaos amigos con el dinero injusto, para que cuando os falte, os reciban en las moradas eternas.»
Como maestro que era, Jesús usaba los procedimientos rabínicos de la época; uno de ellos -extraño para nosotros- era el llamado "gezera sawa": encadenar enseñanzas por medio de alguna palabra compartida. Para nosotros una no tiene estrictamente que ver con la otra, pero para los criterios de enseñanza de la época sí. Así que la parábola habla de un "administrador infiel", en griego: "oikónomon tes adikías", que es un semitismo: "administrador de injusticia" (en vez de "administrador injusto"); esa expresión "tes adikías", le permite al predicador traer a colación las "riquezas injustas" ("mammona tes adikías"), y el ser justo ("dikaios") en lo poco y en lo mucho, para rematar con una lapidaria sentencia que muestra la verdad del asunto: no podéis servir a Dios y a Mammona.
Pero ese sonoro resultado viene precedido de una fina ironía: si pretendéis comprar la salvación con vuestras riquezas, cuando lleguéis a las moradas eternas tendréis que esperar que los amigos que comprásteis con ellas os reciban en esas moradas eternas.
Es verdad que esta sentencia no se ha entendido en sentido irónico sino directo entre los Padres de la Iglesia (y aun en la exégesis moderna): entendían que el Señor indicaba elípticamente el valor de las limosnas: si nos hacemos amigos con la limosna, son los pobres los que nos abrirán las puertas en el Reino de los Cielos. Suena bien, y es posible que el Señor también haya enseñado eso, pero no aquí, ya que aquí no habla de las riquezas en general, sino de las "riquezas de injusticia". No es una recomendación de la limosna, sino una advertencia: si ponemos la confianza de la salvación en los que podemos comprar con dinero, luego no lleguemos a las moradas eternas pretendiendo que el Señor nos abra la puerta.
Tercera enseñanza, muy realista, y que haríamos bien en escuchar con atención, para no cometer los errores que tantas veces hemos cometido en la Iglesia, de poner la confianza en las seguridades humanas, en vez de ponerlas en el único fiel y seguro.
Una vuelta más de tuerca
Aceptado ese fino humor con el que el Señor nos muestra el peligro de poner la confianza en la riqueza, a la vez que nos advierte del mundo en el que nos movemos, y nos insta a la vigilancia pero también al arrojo, ¿no podríamos preguntarnos por qué el Señor escoge precisamente un administrador así, un antiejemplo tan flagrante?
Yo creo, y esta es pura hipótesis en la aventura de leer el evangelio, que la mayor ironía de esta parábola está en que el Señor puso como ejemplo de sí mismo precisamente semejante antimodelo. Él, que era llamado comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores (Lc 7,34), porque hablaba de la alegría que Dios había venido a traer a los suyos a manos llenas, porque repartía perdón sin mirar los méritos previos, porque desenmascaraba las hipocresías de la religión oficial, aceptaba mujeres entre sus seguidores, y alababa a una hemorroísa que lo acababa de dejar ritualmente impuro al tocarlo; ese paradójico e inabarcable Señor nos muestra que en el misterio del Reino las deudas se borran así: con un simple golpe de pluma. Y donde debíamos cien, ahora hay nada.
Los dos ejemplos patrísticos han sido tomados de la Catena Aurea a este evangelio
Este artículo incorpora material mío, previamente tratado en una charla de foro sobre esta parábola