La Iglesia nos ofrece, desde los tiempos apostólicos, algunos medios penitenciales con los que poder acompañar al Señor en su Pasión, y llegar, junto con él al mayor gozo de la resurreción, que sea posible mientras caminamos aun en este mundo.
Explica el Papa en la catequesis de hoy mismo: "Abrirnos el camino a la vida eterna le ha costado toda su sangre, y gracias a Él nosotros somos salvados de la esclavitud del pecado. [...] Nuestra salvación es ciertamente un don suyo, pero, como es una historia de amor, requiere nuestro “si” y nuestra participación en su amor. [...] Cristo nos precede con su éxodo, y nosotros atravesamos el desierto gracias a Él y detrás de Él. Él es tentado por nosotros, y ha vencido al Tentador por nosotros, pero también nosotros debemos con Él afrontar las tentaciones y superarlas."
Objeciones a los medios penitenciales
Las lecturas litúrgicas, sin embargo, parecen hablar de otra cosa: Is 58,1-12, en el Oficio de lecturas: el ayuno que yo quiero, abrir las prisiones, hospedar a los sin techo...; Jl 2,12-18, en la misa: rasgad los corazones, no las vestiduras; y aun entre viernes y sábado se volverá a leer la de Is 58 en misa... ¡que quede bien claro que el ayuno no es de apariencias, sino del corazón!
Junto con las lecturas de la misa, nos vemos invadidos en internet por mensajes de muchos cristianos que nos recuerdan que el ayuno no debe ser algo exterior. La frase del Crisóstomo sobre el ayuno de cotilleos; listas -provenientes real o atribuidas, de Francisco- de "buenas ondas" que mejoran la penitencia tradicional, etc.
Y para mayor abundar, leemos también en la liturgia los evangelios en los que Jesús conmina a no ayunar ni hacer limosna y penitencia para ser vistos (Mt 6,1-6.16-18, es la lectura evangélica de hoy).
Con todo eso, ¿quién puede aun creer en la eficacia o en la oportunidad de los medios penitenciales, por más que la Iglesia los proponga (o incluso los obligue... para ser sinceros)?
Redimidos redentores
Pero dice muy certeramente von Balthasar: "Todas las cosas tienen su reverso, sólo Cristo no tiene ninguno", y las mismas palabras y actitudes que nos sirven para denunciar prácticas hipócritas e irreligiosas, pueden servirnos para parapetarnos en nuestra indolencia y descuidar el deber elemental del cristiano de "completar en su carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo" (Col 1,24); efectivamente, no hay redención real si de la redención ya realizada para todos no llego a la redención aceptada por mí.
La redención aceptada por mí no es un mero enunciado intelectual, un "sí, quiero" dicho con la mente, pero que no afecta mayormente a nada. El "sí, quiero" de la redención aceptada por mí es un verdadero cambio de mentalidad y de corazón: quiero ser transformado de redimible en redimido... y un redimido no es otra cosa que un co-redentor: mi camino con Cristo significa que yo también soy hecho (por él) otro Cristo, que así como su pasión me trajo la salvaión, mis padecimientos ayudarán vicariamente a otros.
El ayuno, si se completa con destinar lo que ahorramos del ayuno a la ayuda de los pobres, produce un fruto visiblemente vicario: esto por aquello: mi ayuno por tu comida. Pero esa no es la única vicariedad de la penitencia cristiana; es la más visible solamente, la que nos sirve para explicar la penitencia a los niños, pero no es ni la más completa ni la más decisiva vicariedad.
La mayor vicariedad de la penitencia cristiana está en abandonar mi deseo, mi control de mi propia vida a que Cristo la aplique a quien lo necesita; simplemente entregarle lo que soy a su voluntad, con todo, sin dejar ningún resto, ni siquiera tan razonable como que necesito comer, vestirme o ahorrar.
¿Por qué entonces tantas prevenciones?
Las lecturas bíblicas se dirigen contra la hipocresía del ayuno en un pueblo que normalmente ayuna, contra la hipocresía de la limosna en un pueblo que normalmente da limosna, y así en lo demás. Hace 50 años era posiblemente necesario recordar una y otra vez que el verdadero ayuno lo es del corazón, de las malas intenciones, de la impureza interior, más que de carne y pollo. A tan triste exterioridad se había reducido la penitencia cristiana.
Pero hoy no ayunamos ya, ni hacemos penitencias por juzgarlas exteriores y necesariamente hipócritas. Me hacía notar con tristeza una catequista que ya casi, por no exigir y vivir la alegría de ser cristianos, ni les mencionamos a los niños de comunión el ayuno eucarístico, reducido, además, a una hora muy fácilmente realizable.
Está bien que las lecturas litúrgicas sigan hablando como Joel e Isaías, de la penitencia no hipócrita, porque fácilmente nos derivamos a la hipocresía; pero más bien, si queremos realmente vivir la cuaresma, no por mandato, sino por íntimo sentido cristiano, volvamos a ayunar, volvamos a abstenernos de carne los viernes, volvamos a la limosna abundante, en secreto, que es allí donde lo ve nuestro Padre.
No nos creamos tan superados que ya todo mandato de la Iglesia nos resulte una hipócrita imposición.
Fácil de entender, pero ¡qué difícil de practicar!, Abel ("abandonar mi deseo, mi control de mi propia vida a que Cristo..."); pienso que hace falta mucha oración, una gracia especial...
valiente y honesto!
como siempre Abel, nos pones a trabajar!
Mizales
Gracias, su reflexión me ayuda con una duda que crecía en mí pero que no sabía cómo expresar. Dios le bendiga
¡Gracias!. Qué buen artículo y qué claridad de ideas.
Coincido con que no se predica bien, se ponen las precauciones sobre lo que vamos a hacer, pero no se nos anima al sentido profundo de lo que sí debemos hacer.
Yo añadiría varias sorpresas que el ayuno trae: el placer de comer tras pasar hambre. El agradecimiento a Dios por una comida sencilla, que, de ordinario no disfruto lo suficiente.
Sobretodo el sentirme débil, frágil, necesitado.
"Bienaventurados los pobres …. Bienanventurados los que pasan hambre". Luego lo retorcemos con razonamientos, pero está dicho bien clarito.
Gracias,