Señor: en este mes de mayo hablarte de María junto al sagrario, es una oración que nos une a los tres, pues a través de su maternidad, nos encontramos contigo y a través de tus palabras, tenemos a María como madre: "Hijo, he ahí a tu madre, Madre ahí tienes a tu hijo".
Fueron palabras nacidas del amor de un hijo a punto de morir, en las que se contempla tu deseo de entregarnos a la mujer más perfecta y santa de la Creación, para que su maternidad iniciada en Ti, no se quedase en la cruz, sino que se perpetuase en cada uno de los mortales.
Todos los momentos de mi existencia, Señor, debo dedicarlos a darte gracias, pues todos ellos son detalles de amor hacia mí. Creasteis a María llena de gracia, adornándola con las virtudes y la dignidad necesaria para que el Hijo de Dios se formase en su seno.
A esa mujer, a esa llena de gracia, a la Reina de Cielos y Tierra, cuando la reclamo como madre, fija sus ojos en mí, atiende mis necesidades, es mi refugio en las debilidades y mi defensa ante las desatenciones y desamores con mi Dios.
Si alguna vez, Señor, me separo de ti, ruego me llames a través de la Virgen, que como criatura humana, conoce mis flaquezas y como madre encontrará las disculpas oportunas a mi conducta, y te mostrará mis deseos de serte siempre fiel.
Señor, en este triangulo, tan solo por mi lado se descompensa la intensidad del amor, que naciendo en Ti, llega a mí a través de María. El título que poseo, de ser hijo de Dios y de la Virgen María, lo habéis depositado en manos de un ser débil y temeroso, que necesita de tu gracia para conseguir que de mi alma también nazcan sentimientos de amor que os agraden.
En el mes de Mayo y en todos los mayos de mi vida, quiero, Señor, que María sea el camino que me acerque a Ti. Tú madre, conoces cuantas son las dificultades que rodean mi vida y las veces que en mis bodas con el Señor, me he quedado sin vino.
Gracias Señor por el privilegio de tener como mediadora, a la Omnipotencia Suplicante, de poder interceder a la Madre del Salvador, a la Virgen Prudentísima, a la Puerta del Cielo, cuando el peligro, la soledad o la enfermedad, me acecha.
Quisiera, Madre, corresponder a tu amor, imitándote en la sencillez de tu vida, en la confianza en Jesús, y en la predisposición a cumplir la voluntad del Padre.
Que sea el nombre de María la última palabra que broten de mis labios al despedirme del mundo, y que sea mi nombre el que oiga de los tuyos cuando me despierte en el más allá. Reclámame entonces como hijo tuyo y dame ahora la gracia necesaria para merecer a tal madre.