Señor: este tiempo de pandemia me ha enseñado a vivir más unido a ti. Percibir en el interior de mi alma que, aunque no estaba arrodillado ante el sagrario, a través de la oración, te he manifestado mis ansias de estar contigo, de hacerte compañía. No he podido estar presente en las celebraciones religiosas ni recibirte sacramentalmente, pero no ha sido motivo para no sentirte cercano, porque Tú no te has ausentado. Te he recibido a través de la Comunión Espiritual, una oración que como dice San Juan María Vianney "actúa en el alma como un soplo de viento en una brasa que está a punto de extinguirse".
Las circunstancias del internamiento no han cambiado mi relación contigo porque lo esencial de cualquier encuentro lo formamos Tú, mi Dios, y yo, tu criatura. Ha sido también una forma de decirte que ni el virus ni la distancia me van a separar de ti. De pensar que estoy viviendo un anticipo del cielo, porque si allí tampoco te reciben sacramentalmente, no por eso dejan de amarte y adorarte como el Dios y Señor de cielos y tierra.
Señor: tu Sabiduría es eterna y tu Providencia va delante de mi tiempo. Tú sabes mejor que yo lo que me conviene y si yo siendo malo doy pan y pescado a mis hijos, cuanto más hará mi Padre Celestial que conoce hasta los cabellos de mi cabeza.
Mira, Señor, mi oración como una petición al Padre misericordioso nacida del temor de una criatura que ve de cerca el dolor y la muerte. No es mi intención querer censurar tus designios, ni eludir mi cruz. Me hago eco de las palabras del Profeta: "Señor: no soy nadie para pedir cuentas a Dios porque Él sabrá por qué las cosas son así". Me enseñaste que ante circunstancias amargas responda con tus palabras: "Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz, pero que no se cumpla mi voluntad sino la tuya".
Me es difícil Señor, en estos momentos, dar respuesta a quienes preguntan "dónde está ahora tu Dios". No sé cómo contestar el por qué los pobres son los más castigados y por qué los niños del catecismo se sienten decepcionados con su amigo Jesús. Sé Señor que Tú no eres ajeno a estas circunstancias y te afliges por los que sufren, y que ahora tu abrazo es más intenso y cercano.
Señor: las contrariedades producidas por esta pandemia me hacen recapacitar que ni tus planes ni tus tiempos son los míos, y esto me sorprende. No es que tenga miedo a tus sorpresas, porque pienso que cuanto me acontece en la vida, aunque cambie mis planes, son decisiones tuyas que buscan mi bien. Que la gracia del Espíritu Santo me dé la fortaleza necesaria para reaccionar ante mis decepciones como lo hicieron María y José, acatando tu voluntad y confiando en tu Providencia Divina.