Señor: cercano ya el final de año, tiempo que la Iglesia nos invita a rezar por nuestros difuntos, pienso también que la barca de mi vida se va acercando al término de su destino y que llegará el momento que otros recen por mí. No tengo miedo a ese trance porque pienso que así como la Santísima Trinidad pensó en mi para crearme: “Antes que yo te formara en el seno materno, te conocí, y antes que nacieras, te consagré” de la misma forma ha previsto el momento para acompañarme hacia la casa del Padre.
Me gustaría, Señor, que llegado ese instante pueda decirte que todo lo que habías previsto que hiciera lo he cumplido. Que anulé mi voluntad para que se cumpliera la tuya; que tu doctrina fue mi luz y mi guía y que la sembré en los campos que me plantaste; que mis talentos los multipliqué y los invertí en amor, y que confesé ante el mundo que fui seguidor de Jesús de Nazaret.
No me preocupa, Señor, el cuándo ni el cómo de mi muerte porque confío en tu infinita misericordia. Si un día me llamaste por mi nombre para que dejara las redes y te siguiera, en el momento de mi muerte me seguirás llamando para presentarme al Padre. El haber caminado junto a ti a lo largo de mi vida me garantiza tu presencia en el momento de mi muerte. En esa hora no será necesario que me juzgues porque me conoces perfectamente. Me lo dices a través del salmista: “Señor, tú me sondeas y me conoces; me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos; distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares” Te doy gracias Señor, porque en mi decadencia me vas a seguir amando y mi situación no te es ajena. Gracias porque a través de la fe me haces ver que la enfermedad y la vejez es una oportunidad para ver reflejada tu voluntad, y que ellas constituirán mi oración y mi noche de adoración.
Señor: si a lo largo de mi vida me has mostrado un amor desmedido. Si mi cuerpo y el tuyo han estado unidos por la comunión, debo ver la muerte como el Día de la liberación, del encuentro con el Padre amoroso. El día que me uniré con el salmista para cantar: “¡Que alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor! ” Madre mía acompáñame en esa hora y muéstrame a Jesús, fruto bendito de tu vientre.
-Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar
-Sea por siempre bendito y alabado