Hemos hablado hasta ahora de los evangelios, pero en aspectos que se puede decir que comparten con el conjunto de la Biblia: la incalculable variedad de géneros literarios, la plasticidad con la que tratan los datos históricos y geográficos, la relación nada unívoca con la historia "historiográfica", etc.
Ahora nos volcaremos en los evangelios en sí mismos, y ante todo trataremos de responder a una pregunta: ¿qué son los evangelios? ¿qué es un evangelio?
No es una pregunta sencilla, incluso habiendo descartado ya -si se leyeron los apartados anteriores con atención- que se trate de "biografías" de Jesús.
La palabra "eu-angélion" es palabra griega. Como todas las que comienzan con "eu", implica que se trata de algo bueno, propicio, adecuado. "Angelion" (en realidad "aggelion", pero la doble g se pronuncia "ng") es derivado de "aggello" (ese es el verbo madre, el que se usa realmente es "angelidso"), el verbo para "llevar una noticia", "anunciar"; "euangelion" es, entonces, como solemos traducir: "la buena noticia" o "el anuncio propicio".
Esta es la aséptica etimología que podemos encontrar en el diccionario, ahora bien, la realidad es que en griego se utilizaba esta palabra en un contexto muy específico: "evangelio" era por un lado el anuncio de un buen desenlace del combate, no cualquier buena noticia, sino la noticia de que se había obtenido la victoria. Esta victoria era, desde luego, un don de los dioses, por tanto la noticia misma tenía carácter religioso. De allí un sentido derivado, que es que con la misma palabra se designaba el pago o la ofrenda dada al propio mensajero u ofrecida a los dioses por la victoria.
Un texto del año 9aC que celebra el cumpleaños de César Augusto, dirá: "El aniversario del dios ha traído al mundo las euangélia [buenas noticias] vinculadas a él; su nacimiento es el comienzo de una nueva era" (Inscripción de Priene 105, 40, citado por Coenen y otros, Diccionario teológico del NT, Sígueme, 1999, sv: "Evangelion").
Como se ve, en torno a la época en que Jesús anuncia su "evangelio" hay un uso religioso ya consolidado de esta palabra en el helenismo. Por supuesto, Jesús no está en ese contexto helenístico, pero sí lo está san Pablo, para quien la palabra "evangelio" tiene enorme importancia, y que hará el puente entre el sentido bíblico y el religioso helenístico.
Pero veamos el sentido veterotestamentario del término. En realidad no se usa el concepto griego de "evangelio", se usa más bien la forma verbal "evangelidsomai", para traducir el hebreo "bissar", "anunciar buenas noticias". Esta aparece en algunos salmos (40, 68, 96) para celebrar el anuncio del comienzo del reinado de Dios, su salvación que se acerca.
Pero la palabra adquirirá toda su profundidad en la segunda parte de Isaías (Is 40 en adelante), cuando se hable del "mebaser" el mensajero que trae la buena noticia (Is 52,7 es el texto clave): ese mensajero no solo anuncia, sino que al anunciar la paz y la salvación de parte de Dios, al anunciar el fin del destierro para Judá y el inicio de una nueva era, la establece. También Is 61,1 (texto que resultará clave como telón de fondo de nuestros evangelios) señalará la unión entre el mensajero y la buena noticia anunciada y establecida.
El judaísmo intertestamentario mantendrá en vivo la expectativa del anunciador de buenas noticias, que puede, en algunos casos, coincidir con la expectativa del "mesías" (ungido) de Dios.
Es importante notar que en el NT se da por un lado el eco de Isaías, el contenido del mensaje no es otro que el establecimiento del reinado efectivo de Dios, y ese establecimiento tiene que ver con un mensajero que lo trae. Pero por otro lado pasa a tener importancia el sustantivo "evangelio", que ya vimos que es usado en el helenismo para expresar la era de paz de parte de los dioses.
San Pablo utilizará el sustantivo evangelion con mucha abundancia: 49 de las 77 veces que aparece en todo el NT, y esto contando solo las cartas inequívocamente reconocidas como de san Pablo en la actualidad; si contamos todo el cuerpo de escritos paulinos resulta que de las 77 veces que se utiliza esta palabra, 61 lo están en san Pablo. El verbo evangelidso aparece tanto en san Pablo como en Lucas/Hechos. En Marcos y Mateo el sustantivo aparece pocas veces (aunque importantes), y en Juan no aparece nunca, ni el verbo ni el sustantivo.
Veamos entonces el sentido en san Pablo, que además escribe antes que existieran los evangelios, por tanto podemos sospechar que de una forma u otra influyó en el significado que la palabra adquirirá en ellos.
Para san Pablo el "evangelio" es el anuncio de la total disposición de Dios a recibir al hombre, sin condiciones. Es una "buena noticia" radical: sin ninguna condición previa, sin ninguna "obra" que haya que hacer antes (las obras vendrán después), Dios ha decidido pasar por alto el tiempo del pecado del hombre (Rom 3,24-26). Para ello mandó a su Hijo, que se entregó por nosotros. El "kerigma" anuncia la entrega de Jesús por nosotros, y su resurrección, y por el kerigma me anoticio del evangelio, esa nueva y total disposición divina.
San Pablo insistirá en que, si bien este es "su" evangelio, no hay otro evangelio posible (Gal 1,6-8); no se trata de un acento peculiar de él, sino del sentido mismo de la venida de Jesús.
La generación de los compositores de los evangelios (años 60 en adelante) volverán a poner en primer plano el valor de la palabra en Isaías: la paz y la salvación que se hacen presentes en el reino mesiánico, que se hace presente en Jesús, mensaje y mensajero; pero el sentido paulino teñirá ese anuncio: esa paz y salvación están unidas a la gratuidad, al puro don divino.
Hasta aquí vemos como la palabra "evangelio" está ligada al acto de anunciar, a lo que hicieron Jesús, los apóstoles, los primeros cristianos, y los que continuamos en fidelidad a esa tarea. Hablamos hoy de "evangelizar" y de "nueva evangelización", y aun queremos implicarnos en ese mismo sentido que las palabras tuvieron para Jesús y los primeros cristianos. El evangelio es una realidad presente: Hoy está Jesús dándose por nosotros, por mí.
Pero también usamos la palabra en otro sentido: "leer los evangelios", "estudiar los evangelios", "comprar un evangelio", "El Papa regaló evangelios a los asistentes a la Plaza San Pedro", etc. Es evidente que aquí no se refiere ni al acto de anunciar ni al contenido existencial y salvífico, sino a unos ciertos escritos que han venido a ser llamados "evangelio". Incluso paradójicamente llamamos "evangelio" al cuarto evangelio, ¡que nunca usa esa palabra!
Podríamos pensar que no es tan importante el desplazamiento, ya que en definitiva "evangelio" se refiere a unos escritos en los que se anuncia el evangelio de Dios... pero eso no es del todo cierto: los evangelios tienen como tema central la figura de Jesús no el anuncio del establecimiento del Reino. Claro que como Jesús anunció el establecimiento del Reinado de Dios, resulta ser que los evangelios anuncian ese reinado, pero su objetivo no es anunciar ese reinado, sino anunciar la muerte y resurrección de Jesús.
Hay que tener cuidado con este doble sentido: "volver al evangelio" puede querer decir "volver a la fidelidad de lo que se desprende como obra de Jesús en estos cuatro escritos" (evangelio como escrito), o "volver a experimentar la gratuidad del reinado divino en nuestras vidas y en nuestra historia" (evangelio como anuncio). Son sentidos muy relacionados, pero no idénticos.
Haremos bien en acopiar estas posibilidades de sentido, porque veremos cómo san Marcos las utilizó para producir su escrito, el primer evangelio escrito, y jugó con estos sentidos en el título de su obra.
Hacia el año 60 los creyentes han ido tomando conciencia de que la vuelta de Jesús no es inminente; por otro lado los primeros testigos, los garantes de la tradición, van empezando a desaparecer: dispersados por las persecuciones, algunos han muerto, martirialmente o no; además las enseñanzas de Jesús se transmiten como recibidas, pero también hay profetas y hablas carismáticas en las comunidades cristianas que anuncian palabras de Jesús hoy, ¿son palabras dichas por el Jesús que vivió y predicó en Galilea? ¿o palabras del Resucitado que vive hoy en la comunidad de Galacia o Corinto, de Siria o de Roma? ¿se puede confiar la Buena Noticia de Jesús a la memoria viva de la comunidad cultual? ¿basta la celebración y el relato actualizador para garantizar la fidelidad fundamental al Mensaje? ¿Es posible discernir la palabra de Jesús en medio de esas palabras que se elevan de comunidades que hablan tan distintos dialectos en tan dispares sitios y situaciones?
El estadio de tradición ha alcanzado una cierta estabilidad, las anécdotas sobre Jesús se cuentan de maneras más o menos fijas, posiblemente existe ya un relato organizado de la Pasión, y quizás unas sentencias (logia) del Señor coleccionadas como un tesoro y fijadas por repetición cultual (por recitarlas en el culto).
Y en ese momento alguien, al que nosotros llamamos san Marcos siguiendo una antigua tradición del siglo II, concibe la idea de fijar todo eso por escrito, pero no simplemente transcribiéndolo, sino dándole una organización determinada: componiéndolo. Nace así el primer evangelio escrito.
Podemos descartar que se trate de una biografía, faltan demasiados elementos que permitan situar al personaje del que habla, y por otro lado, cuando desciende a detalles, se descubre en esos detalles una intencionalidad teológica, religiosa en general, no son detalles "neutros" narrados solo con el fin de hacer conocer al personaje, son detalles que apuntan a interpretar la situación y la vida más del lector que del personaje retratado.
Quizás podríamos considerarlo un "relato edificante", en el sentido en que el personaje retratado (Jesús) refleja más bien problemáticas y anhelos de los receptores del escrito, su vida sirve para que los lectores se reflejen en ella. Eso es un género bastante usual en la literatura, incluso la Biblia contiene varios relatos de esta clase: las pequeñas novelas de Tobías, Judith y Ester, las de Jonás y de Rut... no pretenden para sus protagonistas más realidad que ser espejos de un ideal de creyentes.
Pero ocurre que en el evangelio tampoco es así: ante todo porque Jesús no es un mero reflejo del creyente ideal... ¡es el objeto de la fe! Por un lado se nos invita a mirarnos en él como en un espejo, por el otro de antemano reconocemos su excepcionalidad. Por otra parte Marcos se ciñe a unos hechos que en su conjunto son históricamente rastreables, además de ser lo suficientemente chocantes (el bautismo de Jesús por Juan, los escarnios a Jesús, su muerte ignominiosa) que nadie inventaría para "adornar" una novela heroica.
La mejor manera de describir lo que son los evangelios es una palabra de gran tradición en nuestra Iglesia: los evangelios son catequesis; penetran en el ser interior de Jesús a través de algunas anécdotas y palabras, para que descubramos quién es en realidad, y que, descubriéndolo, deseemos seguirlo, y nos pongamos en camino de recibirlo en nuestra vida como un don. Son una catequesis narrativa.
Al fin de cuentas el cuarto evangelio lo dijo con claridad, en una fórmula que san Marcos no trae, pero que describe muy bien también su propia obra:
«Jesús realizó en presencia de los discípulos otros muchos signos que no están escritos en este libro. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.» (Jn 20,30-31)
Precisamente estos dos títulos de confesión de fe, "Cristo" e "Hijo de Dios", los utiliza Marcos en el título de su obra, en la que también le da nombre al género de escrito que él tuvo que crear para poder hacer su catequesis narrativa:
"Comienzo del evangelio de Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios"
Marcos llamó a su escrito un "evangelio" y por primera vez el nombre, que remitía al anuncio, pasa también a describir una clase de escrito, un modo de contar.
Notemos que, sin embargo, fue muy hábil en la redacción de ese título, que es toda una declaración de intenciones:
"Comienzo del evangelio" puede referirse a que en ese punto (el capítulo 1, versículo 1) comienza el escrito de san Marcos llamado "evangelio", pero también significa que nos va a narrar los orígenes del acto de anunciar de Jesús, el comienzo de su tarea de mensajero del evangelio. Las dos cosas deben leerse allí, no es una con exclusión de la otra.
El "evangelio de Jesús" puede entenderse como:
-el mensaje que da Jesús (genitivo subjetivo);
-el mensaje que tiene a Jesús como tema (genitivo objetivo);
-o el tipo de escrito que llamamos "evangelio", que se refiere a Jesús.
También en este caso los tres sentidos deben entenderse a la vez, y no se excluyen.
Podemos comprobar en el primer versículo de la obra que san Marcos es posiblemente consciente de que al escribir esta obra produce una inflexión (irreversible) en el camino de propagación del mensaje: ya no hay solo proclamación de la Buena Noticia, sino un tipo de escrito, un tipo nuevo, creado al efecto, que da cuenta de tal proclamación, y que solo sirve para hablar de esa proclamación: a vino nuevo, odres nuevos. El evangelio requería inventar un nuevo modo de contar las cosas.
Un género literario es un conjunto de rasgos literarios que podemos considerar fijos, que lo definen literariamente, unidos a una "situación vital" en la que ese escrito da su sentido.
Puedo por ejemplo tener una carta a la que ocasionalmente le falte algún rasgo como fecha, salutación, encabezado o firma, pero si le faltan todos esos elementos, no es una carta. A su vez una carta supone una situación de comunicación entre dos interlocutores, si falta esta situación vital, difícilmente pueda entenderse tal como ha sido concebida.
¿Qué rasgos definen literariamente al evangelio? Primero debo aclarar que no todos admiten el "evangelio" como un género literario en sentido propio, algunos se limitan a afirmar que el evangelio es una catequesis narrativa, y por tanto bastan los rasgos genéricos de la narración. Puesto que luego los géneros literarios parciales, los de cada unidad dentro del conjunto (controversia, enseñanza, apotegma memorable, etc...) serán los que importen en la interpretación concreta, no parece que tenga mayor importancia definir si el evangelio es o no un género literario en sentido propio.
Sin embargo, considero que la cosa tiene importancia, puesto que, si es un género en sentido propio, y si además llevó a los primeros comnpositores de evangelios a crearlo, y si además duró tan poco como género, es porque transporta sentido en su conjunto, no es una mera unión de perícopas significativas sobre Jesús, y la interpretación del evangelio no se puede agotar en interpretar fragmentos sueltos.
Una cosa llama la atención no solo en el evangelio de Marcos, sino en los cuatro canónicos: la tensión Galilea-Jerusalén. No se trata solo de localizaciones geográficas, sino de verdaderos polos de atracción simbólicos del contenido narrado.
Hechos de los apóstoles lo resume en una frase brillante: "Vosotros sabéis lo sucedido en toda Judea, comenzando por Galilea, después que Juan predicó el bautismo; cómo Dios a Jesús de Nazaret le ungió con el Espíritu Santo y con poder, y cómo él pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el Diablo, porque Dios estaba con él; y nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la región de los judíos y en Jerusalén; a quien llegaron a matar colgándole de un madero; a éste, Dios le resucitó al tercer día" (Hechos 10,37-40a)
Vemos cómo lo histórico (lo que sucedió) se entremezcla con lo geográfico (toda Judea, Galilea, Jerusalén), para dar fundamento y solidez al testimonio.
Cada evangelio elabora a su manera esta "geografía de la salvación", pero está presente en todas ellas, en el marco de una historia que se desenvuelve desde el bautismo de Juan hasta la resurrección.
Precisamente en los tres evangelios que no se ciñen al inicio con Juan Bautista (Mateo, Lucas y Juan) uno puede notar cómo la prehistoria tiene un carácter literario distinto: se trata de prólogos (concepción e infancia, en Mateo y Lucas, preexistencia eterna, en Juan), no de historia de la misma clase que el evangelio: el evangelio permanece en los cuatro circunscrito a los polos geográficos: Galilea-Jerusalén, y a los dos momentos del tiempo: bautismo de Juan- Resurrección.
Marcos elabora su evangelio como un movimiento de Galilea a Jerusalén, y la promesa final de una vuelta a Galilea (16,7; que un redactor posterior completó con la narración efectiva del reencuentro, pero sin localización geográfica, Mc 16,9-20); ese doble camino, de ida y vuelta es camino que va hacia la muerte pero mientras tanto va dando vida, y de la muerte promete el regreso a Galilea con una nueva vida. Veremos más adelante algunas peculiaridades de la geografía marcana.
Mateo retoma el plan de Marcos, lo enriquece con más material de tradición (enseñanzas de Jesús que Marcos no conoció), corrige algunas perspectivas que posiblemente se vivían de otra manera en su comunidad, sobre todo en relación a la problemática de la integración de los paganos, que tiene en Marcos y Mateo acentos muy distintos, pero sin cambiar la perspectiva histórica y geográfica fundamental. De hecho Mateo hace explícita la vuelta final a Galilea.
Lucas mejora el plan marcano incorporando tradiciones inéditas hasta el momento, sobre todo en una sección específica que consagra al viaje de Jesús a Jerusalén (caps. 9 a 19). Y Jerusalén adquiere una nueva perspectiva: consagrada por la muerte y resurrección de Jesús, resulta ser el punto del nuevo encuentro entre Dios y los hombres. El Resucitado se aparecerá en Jerusalén y alrededores (pero cfr. Mateo) y desde allí la Iglesia irá no hacia Galilea sino hacia los confines del mundo: el viaje prosigue en Hechos de la mano del Resucitado en el Espíritu.
Juan modifica de raíz el plan marcano: ya no hay un viaje a Jerusalén sino tres, y la tensión geográfica Galilea-Jerusalén deja de existir como marco existencial de la comprensión de Jesús. Si definiéramos el género evangelio solo por la tensión geográfica, el cuarto evangelio ya no lo es. Y, como he dicho, ni siquiera usa la palabra "evangelio", pero aun estamos atados al esquema "desde el bautismo de Juan hasta la resurrección" (¡con la peculiaridad de que el bautismo de Jesús no se narra!).
En los evangelios apócrifos desaparecen todas estas características, ni siquiera se preocupan por la plausibilidad histórica (Protoevangelio de Santiago), algunos ni siquiera son narraciones sino colecciones de dichos memorables (Evangelio de Tomás). Tras su creación con Marcos, su cumbre con Lucas y su disolución con Juan, el género evangelio desapareció. No existe más como género para producir obras nuevas, posiblemente porque ya no es necesario, con las cuatro obras que dio de sí fue suficiente. Esto nos lleva a preguntarnos por la situación vital.
Mucho se ha escrito sobre este tema, valorando de distinta manera el paso de lo puramente kerigmático (el anuncio existencial de que Cristo murió y resucitó por ti, a quien le anuncio, cfr. Gal 2,20) a lo histórico (el anuncio de que eso que hizo Jesús lo hizo en un pasado anterior a tu tiempo de escucha, y en un sitio distinto a tu sitio de escucha). Lo cierto es que el Cristo del que hablan los evangelios no está disponible existencialmente, su historia ocurrió ya, y yo no estaba para verla. Puedo conocerlo solo por las mediaciones narrativas: no es el Cristo que habla hoy por los profetas de las comunidades, no es el Cristo que sigue revelando en las locuciones de los que reciben un carisma extraordinario para edificación de la asamblea.
Los evangelios vienen a decir: frente a todo lo que pueda decir hoy el Espíritu, se trata de la indisponibilidad de Jesús. Lo que él habló, hizo y enseño, es norma y medida de lo que hoy habla, hace y enseña.
Solo tras este baño de realidad, solo frente a un Jesús que, por efecto de la narración histórica y geográficamente circunscrita, se vuelve no disponible, es posible decir, ya en el evangelio de Juan, "El Espíritu os irá llevando a la verdad completa" (16,13).
Una y otra vez en la historia de la fe cristiana se trató de despojar a la fe de sus referencias históricas, Jesús sería aquel mito salvador que me toma desde cero en mi situación histórica y me saca de aquí, fuera de toda referencia, para llevarme a su plenitud. Este mito de Jesús puede tomar mil formas, desde identificarlo con el "yo interior" (mito gnóstico) hasta identificarlo con una palabra de Jesús autotransparente que siempre estaría disponible en la doctrina (mito conservador). Frente a todo ello los evangelios dicen: Jesús no está disponible de manera inmediata, porque su palabra fue dicha en un tiempo y un espacio precisos, que no son los tuyos, y si quieres recibirlo tendrás que hacer el largo camino de la apropiación interpretativa, tendrás que viajar hasta él para que él viaje contigo.
Eso se lo dijo san Marcos por primera vez a los cristianos de los años 60, y eso sigue siendo necesario que se nos diga a nosotros.
-Aunque se utilice la misma palabra, debemos distinguir entre el evangelio como anuncio de la salvación realizada en Cristo, y los libros que dan cuenta de ello.
-Los evangelios no son biografías de Jesús, pero tampoco novelas, son una catequesis narrativa para la cual nació -de la mano de Marcos- un nuevo género literario: el género "evangelio".
-Como característica literaria debe destacarse la plasticidad con la que tratan los datos históricos y geográficos, con alto valor simbólico, y por tanto importantes para la interpretación del texto.
-La situación vital que da origen y necesidad a este tipo de escrito (y que lo sigue haciendo necesario) es la innegable distancia que tiene cada creyente con el propio Jesús, distancia que debemos humildemente reconocer (¡no disponemos de Jesús!) para poder, en la fe, saltarla y llegar a él: dichosos los que creen sin haber visto...