La figura de Noé está indisolublemente asociada al diluvio, la salvación de los restos de la primera creación, y la recreación en él de un nuevo linaje humano, que está bajo una nueva promesa de no ser ya destruido (Gn 8,21).
Por esto mismo las tradiciones judías asocian lo que solemos llamar "ley natural" con los mandamientos a Noé, no a Adán, en la forma de "mandamientos noáquicos", que es una forma de decir que contienen una ética universal, no específicamente judía.
Es el héroe del rescate del mundo, en un acontecimiento, el diluvio, que "forma parte de los conocimientos generales paleoorientales de cuño sapiencial." (F. Diedrich), es decir, que no es específicamente bíblico, sino que aparece también en tradiciones mesopotámicas y sirias, como el poema de Guilgamesh.
Pero el personaje sí es específicamente bíblico, y está al servicio de mostrar un modelo de hombre "justo e íntegro" (Gn 6,9), al que Yahvé "hizo gracia" (Gn 6-8). por eso aunque la referencia al nombre de Dios (YHVH) revelado en Éxodo resulte anacrónica a la altura del relato de Noé, también este, como Ebal (1), es presentado específicamente realizando sacrificios religiosos a Yahvé (Gn 8,20-22).
En Gn 9,20-29 se nos narra una preciosa sub-historia dentro de las tradiciones asociadas a Noé, en la que se lo caracteriza como labrador e inventor del vino (y primera víctima de sus efectos). Esta perícopa es además el fundamento de la maldición de Quehat, que será clave en la relación histórica (¡y hasta el día de hoy!) de estos dos pueblos, que luchan por la posesión de la misma tierra.