No es difícil de entender, en nuestra percepción religiosa, la exclamación de esta mujer: ella también (como muchos creyentes) sólo cree en Dios como garante de bien y felicidad, y si no es así, si a nuestra rectitud le sobrevienen males (que en último término, como el propio libro reconoce, vienen de Dios, aunque tengan a Satán como intermediario), entonces lo que cabe es acabar la faena: maldecir al Dios que nos trae males, y morir en consecuencia (en un macabro equilibrio de devolver a Dios mal por mal).
San Agustín y otros padres ven en este personaje una involuntaria aliada de Satán, movida por un amor imperfecto a su marido.
La declaración aún podría entenderse en otro sentido: "¿Persistes en considerarte a ti mismo recto, mientras ves que Dios no te juzga así? Saca afuera tu verdadero ser, maldiciendo a Dios, y permite a Dios que se cobre el juicio", es decir, en la línea de lo que pensarán luego sus amigos, que hay en Job un pecado oculto. Pero la declaración de él en el versículo siguiente muestra que el sentido de aquella frase es el que comentaba primero.