En uno de los relatos más bellos y literariamente perfectos del evangelio de Juan se encuentra este personaje que, aunque anónimo, ha sido delineado con delicadeza.
Lamentablemente el uso moralístico posterior de los relatos evangélicos ha hecho que esta mujer haya aparecido poco menos que como una desviada moral por la mención de los cinco maridos y el que actualmente la acompaña pero no es su marido (Jn 4,18). Es dudoso que ese versículo pretenda acusarla de nada, simplemente Jesús despliega su calificación de profeta-vidente, y así es como la mujer lo recibe, que corre entusiasmada a anunciar que ese hombre sabe cosas sobre su vida que no podría saber, pero en ningún momento se supone que lo que él, un extranjero, sabe sobre ella sea necesariamente malo, ni ella lo anuncia con tono vergonzante. Se ha asimilado los cinco maridos a una "pentadivorcada", cuando en el texto no se dice si de los cinco que ha tenido ha quedado viuda o la han repudiado, o parte y parte. Por otra parte, si en Samaría regía en este punto la misma costumbre que en Judea, no podía divorciarse ella, sino sus maridos, así que no tendría ninguna culpa de ser pentadivorciada. El hecho de que el actual "hombre" (la palabra quiere decir eso, y puede identificar desde el padre, al hermano mayor, al prometido, es simplemente el hombre bajo el cual ella está a cargo, como era la situación de la mujer en la época, en la que muy pocas y sólo excepcionalmente, gozaban de autonomía) no sea su marido no es tampoco ninguna clase de acusación, ni lo recibió así la mujer. En suma: que una vez más el moralismo ha arruinado un relato, como lo hizo también con el personaje de María Magdalena, de la que nunca se dice ni se sugiere que haya sido prostituta.