En realidad el lector preguntaba específicamente por las relaciones entre la Eucaristía y el Oficio de Lecturas; sin embargo, me pareció conveniente volver a redactar la pregunta, primero porque no hay una relación directa entre la Eucaristía y el Oficio de Lecturas, ni entre la Eucaristía y cada hora tomada aisladamente, y en segundo lugar porque no conviene, a los efectos de pensar las Horas, separar cada una como si fuera realmente algo distinto. Las Horas forman un verdadero «organon», y son liturgia no sólo cada una por separado, sino también como servicio a Dios «desde la salida del sol hasta el ocaso».
En cuanto a las relaciones entre el Oficio y la Eucaristía, las define de esta manera sintética y profunda la constitución apostólica «Laudis Canticum» de SS Pablo VI: «La Liturgia de las Horas se desarrolló poco a poco hasta convertirse en oración de la Iglesia local, de modo que, en tiempos y lugares establecidos, y bajo la presidencia del sacerdote, vino a ser como un complemento necesario del acto perfecto de culto divino que es el sacrificio eucarístico, el cual se extiende así y se difunde a todos los momentos de la vida de los hombres.»
La Eucaristía es entonces como la fuente, y el Oficio el medio por el que ella irradia hacia cada momento del día. Ahora bien, ¿en qué consiste, cómo se concreta esa irradiación?
-Laudes y Vísperas pueden compararse a los dos focos de una elipse que rodea a la Eucaristía, y la primer relación visible es que entre los tres se recita por tres veces al día el Padrenuestro, como perfeccionamiento de la triple recitación judía de la «Shemá», que como profesión de fe prepascual rezaban Jesús y los apóstoles. Tan importante es esta relación, que la mencionada constitución apostólica señala que uno de los aspectos que se restauran en la reforma del Oficio es precisamente ése (núm. 8).
-El sacrificio Eucarístico, a su vez, como realización plena de lo que ritualmente era significado en modelo por la Pascua judía, está indisolublemente ligado al canto de himnos y salmos tomados de la Escritura, uno de los ejes de la celebración: «cantados los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos» (Mc 14,26).
-La acción de Cristo Sacerdote, en cuya persona actúa quien preside la liturgia, no sólo consiste en realizar el sacrificio perfecto de oblación al Padre, sino también en explicar ese sacrificio a los hombres: «A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha explicado [exegésato].» (Jn 1,18). La palabra, sea en la forma de recitación y canto de himnos, en la forma de lecturas bíblicas, o en la forma de preces e invocaciones, no es un mero añadido a la acción sacrificial de Cristo, sino que se inscribe dentro de esas nuevas relaciones con Dios que Él trajo al mundo, en las cuales el mundo de Dios se hace accesible a los hombres, que podemos ahora nombrarlo e invocarlo con familiaridad. El Oficio Divino realiza esa nueva comunicación de Dios con los hombres y de los hombres con Dios, usando enteramente el lenguaje de Dios, ya que se puede decir que no hay en él palabra que no provenga de la propia Escritura.
En días solemnes (y desde luego en los domingos), la relación entre la liturgia Eucarística y el Oficio Divino se hace explícita y temática, ya que las antífonas, lecturas, preces, etc. remiten de manera directa a las lecturas y textos de la Santa Misa (en muchos casos -domingos, solemnidades, memorias, etc.- la oración colecta de la misa es la oración final del oficio del día, por ejemplo). A quien desee profundizar este aspecto lo invito a leer mi escrito sobre el relato de la transfiguración visto a lo largo del día litúrgico, y en especial cómo el evangelio -que sólo se lee en la misa, no en el oficio- se va evocando en distintos aspectos a lo largo de las distintas horas. Retomo de allí una «definición» del Oficio con respecto a la Misa: como un instrumento que sonara por simpatía. La liturgia de cada día es una auténtica unidad.