Estupenda pregunta. Se la agradezco porque creo que el modo de acercarnos al Antiguo Testamento y la vigencia (o no) que pueden tener algunos de sus textos son cuestiones clave para todo creyente, sobre todo si realmente pretendemos que la Biblia vuelva a ser leída y degustada por todos. La pregunta no es nada sencilla, por lo que le pido de antemano disculpa si la respuesta se hace extensa.
Me gustaría comenzar por el costado, no por el centro del problema. Hace unos años fui a participar en la parte sinagogal del culto judío de Pascua (la parte central del rito es hogareña), y asistí a una sinagoga de mi barrio. Al ser una sinagoga de tendencia reformista, trataba de explicar a los propios participantes judíos (muy secularizados) el conjunto de los ritos que se celebraban, es decir, no daban por supuesto que los asistentes, por ser judíos, entenderían todos los símbolos, y así también los textos que se leían, rezaban y cantaban estaban impresos en un librito trilingüe: hebreo, transcripción fonética y traducción castellana (conservé este libro hasta hace muy poco). Me llamaron la atención muchos aspectos, y entre ellos que cuando llegó el momento de cantar el ciclo de salmos que conocemos cono Hal.lel, es decir, los salmos que comienzan con "aleluya" y alaban la acción de Dios en la liberación de Israel, el rabino explicó que no se cantarían completos porque para poder liberar a Israel Dios había tenido que provocar muerte y destrucción entre los egipcios, y que por muy gozosa que fuese la ocasión, había que conservar algún signo de pesar por ese mal necesario.
Comento esto para que no se crea que sólo nosotros, los cristianos, y a la luz del Nuevo Testamento, nos damos cuenta de la contradicción que implica la imagen de un Dios violento, bravucón, y en cierta medida arbitrario, con la Biblia y su recepción en la Iglesia. También un judío puede hoy sentir lo mismo respecto de sus Escrituras. En conjunto, puede decirse que hay una cierta sensibilidad contemporánea hacia esa clase de textos que implican atribuir a Dios comportamientos que serían inadmisibles en el hombre.
Aunque nos parezca que esto es un fenómeno nuestro, propio de nuestra época, en realidad ha habido a lo largo de la historia "saltos" en la conciencia religiosa que llevaron a que el lenguaje religioso anterior fuese puesto en entredicho. Hay ejemplos de esto en la propia Biblia, y no uno aislado, sino muchos. De todos los posibles, un ejemplo que me gusta especialmente: en Génesis 6-8 se narra la "historia" de Noé y el diluvio. Es un relato tradicional de gran valor para la interpretación de los fundamentos de la fe bíblica. Esta clase de relatos se contaban de boca en boca, no como meras anécdotas del pasado sino verdaderamente como relatos fundacionales, al igual que otros que hoy integran toda la "historia de los orígenes" (Gn 1-11). Su narración tenía algo de intangible, se lo reconocía como historia sagrada; sin embargo, la conciencia religiosa nunca es estática, siempre va comprendiendo las cuestiones de modos nuevos, ¿cómo proceder, entonces, cuando una nueva época encuentra inadecuada una "imagen de Dios", por muy sagrada que sea la historia en donde aparece? la solución de los narradores bíblicos era yuxtaponer la imagen antigua a la nueva, permitir que fluyeran juntas. Así, en el relato de Noé, cuando llegamos a la parte de la inundación y la muerte de todos los vivientes, dirá:
"17 El diluvio duró cuarenta días sobre la tierra. Crecieron las aguas y levantaron el arca que se alzó de encima de la tierra.
18 Subió el nivel de las aguas y crecieron mucho sobre la tierra, mientras el arca flotaba sobre la superficie de las aguas.
19 Subió el nivel de las aguas mucho, muchísimo sobre la tierra, y quedaron cubiertos los montes más altos que hay debajo del cielo.
20 Quince codos por encima subió el nivel de las aguas quedando cubiertos los montes.
21 Pereció toda carne: lo que repta por la tierra, junto con aves, ganados, animales y todo lo que pulula sobre la tierra, y toda la humanidad.
22 Todo cuanto respira hálito vital, todo cuanto existe en tierra firme, murió.
23 Yahveh exterminó todo ser que había sobre la haz del suelo, desde el hombre hasta los ganados, hasta las sierpes y hasta las aves del cielo: todos fueron exterminados de la tierra, quedando sólo Noé y los que con él estaban en el arca." (Gn 7,17-23)
Pueden distinguirse allí no menos de dos "sensibilidades" religiosas y culturales distintas: una más tendiente al asombro, a la exaltación grandilocuente (vv 18-19), y otra que, para decir lo mismo, prefiere la medida (v 20). Posiblemente ese mismo último narrador se limita a presentar el cuadro "objetivo" de los hechos: "pereció toda carne" (v 21-22), mientras que quizás debemos al primero de los dos la pincelada más cruda y en cierto modo brutal: "Yahveh exterminó..." (v 23).
Efectivamente, los estudiosos distinguen aquí (y en otras partes del contexto), no menos de dos "fuentes" literarias: una narración más viva, pero también en cierto sentido más primitiva, a la que se suele llamar "escuela yahvista" (por su uso del nombre Yahvé para referirse a Dios en textos anteriores a la revelación del Nombre), y una narración teológicamente más cuidada, más mesurada en sus expresiones, y también más respetuosa de la trascendencia divina, que puede identificarse con la predicación de los profetas del Norte, que tendían a referirse a Dios con el nombre mayestático de Elohim, por lo que esa fuente se denomina "elohista" (hay más fuentes, y en este ejemplo en particular, la cuestión es más compleja, pero lo dicho vale a los efectos de lo que estoy elaborando).
Otro ejemplo: Dice el profeta Ezequiel, hablando en nombre de Dios:
"¿Por qué andáis repitiendo este proverbio en la tierra de Israel: Los padres comieron el agraz, y los dientes de los hijos sufren la dentera? Por mi vida, oráculo del Señor Yahveh, que no repetiréis más este proverbio en Israel. Mirad: todas las vidas son mías, la vida del padre lo mismo que la del hijo, mías son. El que peque es quien morirá." (Ezequiel 18,2-4).
Sin embargo, la doctrina de que los hijos pagan por los pecados de los padres es bíblica, está en partes más antiguas del propio AT, puesta en boca del propio Dios, y nada menos que en un texto tan central como en los diez mandamientos:
"...No te postrarás ante ellas ni les darás culto, porque yo Yahveh, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me odian, y tengo misericordia por millares con los que me aman y guardan mis mandamientos." (Ex 20,5-6)
Lo que quiero hacer notar es que la propia Biblia "corrige" las expresiones de la conciencia religiosa que cree que ya no son compatibles con el modo como corresponde, en determinada época, dar cuenta de Dios. Y en tanto que los corrige, nos enseña que incluso tratándose de la Palabra de Dios, esa palabra debe ser reapropiada cada vez de nuevo, no basta con leerla y entenderla "a lo carbonero", esa palabra debe ser repensada cada vez, e incluso reformulada.
Pero al mismo tiempo la propia Biblia nos da un modelo de esa reapropiación: nunca descarta la formulación anterior, porque hay algo en esa formulación que es trascendente. Su expresión puede ser impropia, pero lo que dice es verdadero, tanto como para promover esa misma formulación impropia el crecimiento en la conciencia religiosa. Quisiera insistir en este último punto, difícil de expresar pero muy importante: la formulación puede ser impropia, pero es gracias a esa formulación como el hombre -convocado por el propio Dios- ha comprendido un poco más a Dios, ha crecido, y ha podido superar esa definición.
La palabra es uno de los centros de nuestra fe, pero no palabras aisladas ni fórmulas momificadas, sino el discurso, el hablar de Dios al hombre, y nuestro hablar a Dios y acerca de Dios. En ese discurso se inscriben las lecturas que hacemos en torno a los hechos, a las gestas de Dios en el pasado. Esas lecturas, que están en la Biblia, no pueden ni deben ser eliminadas, pero sí deben ser reapropiadas, a la manera copmo la propia Biblia nos enseña a reapropiarnos del lenguaje del pasado: traspasando su literalidad para llegar a "la cosa dicha" en ella.
Las homilías, en vez de hablar de la crisis del euro, o de pasear interminablemente por todas las lecturas del ciclo litúrgico (menos, naturalmente, las que correspondería comentar), etc... deben ayudar al creyente a realizar esa relectura apropiadora, deben "enseñar a leer" leyendo los textos, penetrando en ellos. Aunque no todo es un problema del predicador: también los creyentes de a pie debemos asumir nuestra tarea de aprender a leer, de buscar pistas. La Biblia no es obvia ni sencilla, siempre toca al creyente realizar una tarea, que la Biblia no le dará hecha.
Como primer paso, en todo texto debemos tratar de comprender lo que cuenta: la narración de Dios es, ante todo, una narración; enriquece la comprensión y ayuda a la reapropiación tratar de comprender la lógica de lo que se narra. Por ejemplo, si el fragmento es histórico, como en este caso, no viene mal preguntarse qué pasó en la historia, qué lógica tiene la historia que nos cuenta. No es que el relato se reduzca a la historia que cuenta, pero si no damos ese primer paso, es difícil que lleguemos a poder entender por qué está en la Biblia, por qué está narrado como gesta de Dios y por qué sigue siendo legítimo hoy.
Recién cuando nos acercamos a la narración como narración y nos metemos en ella, cabe preguntarse, "¿y qué hay de Dios en todo esto?"
¿Qué ha ocurrido entre Egipto e Israel en el nivel de los "hechos de la historia"? Posiblemente si hubiéramos estado allí no hubiéramos visto lo que cuenta la Biblia. Tal vez algún hecho portentoso pasible de interpretarse como "se abrieron las aguas", pero no mucho más que eso. Dice un historiador que "No solamente es muy difícil que setenta personas hayan podido multiplicarse tanto en tan poco tiempo, sino que una hueste así, marchando en orden cerrado (y no fue así) ocuparía una extensión más de dos veces superior a la distancia que hay entre Egipto y el Sinaí. No tenían por qué temer al ejército egipcio." (Bright, "La historia de Israel", DDB, 1970, pág 138). Mucho menos es posible esa muchedumbre realizando la gesta del cruce del "Mar Rojo" en una noche.
El relato bíblico es un relato fundacional, narra los orígenes, no fácticos sino heroicos de Israel.
La gesta mítico-fundacional de mi país (la Argentina), por ejemplo, narra que el día de la aprobación del primer gobierno patrio había un sol radiante, y a la vez el cuadro que lo celebra (y que todo argentino tiene en la retina) pinta un día de lluvia y todo el pueblo alborozado, con sus paraguas abiertos... el sentido no es demasiado oscuro: sol y lluvia, hasta la naturaleza participó entera de esa gesta. Por supuesto, no tiene ninguna importancia la realidad fáctica de esos "hechos", no funcionan en la conciencia patriótica como "hechos" sino como estímulos para una representación interior heroica. No se gana ni se pierde nada con "demostrar" que no hubo lluvia, o discutir si el paraguas había sido ya introducido en la sociedad y usado en la ocasión: el relato no pretende recoger "hechos" de ese nivel, ni actúa en la conciencia a ese nivel, la crítica no lo toca.
Cambiando lo que corresponda, podemos aplicar ese criterio al relato del Éxodo: no trata allí de los "hechos" que rodearon a la salida de Israel de Egipto. Por lo pronto, es sumamente dudoso que podamos hablar de Israel como un pueblo identificable antes de "salir" de Egipto. En el orden fáctico posiblemente los que huyeron no eran para Egipto más que una horda de esclavos semitas, y no un pueblo; ellos mismos posiblemente no se veían como un pueblo: fue la gesta del Éxodo, la liberación de esa esclavitud, la unión en torno a un Dios misterioso -sin representación ni nombre reconocible- en cuyo nombre el Libertador, Moisés, los aglutinaba, es lo que los va constituyendo como un auténtico pueblo; es la reunión de tradiciones orales sólo en parte asimilables entre sí, tradiciones que hablaban de antepasados que se habían movido en la libertad del nomadismo, y que eran ahora reconocidos como miembros de una misma familia que vaga por el desierto, los que van haciendo que ese pueblo se sienta, y comience a actuar (¡aunque no siempre!) como una misma familia, hasta sentir y vivir que realmente lo eran: hasta llegar, de hecho, a serlo.
Esto es sólo un esbozo, cuando se comienza a comprender humanamente la historia narrada por la Biblia, el preámbulo se vuelve fascinante, no menos que la tarea que queda por delante: preguntarse qué tengo que ver yo con todo esto.
¿Por qué seguir leyendo una historia que no nos compete ni es literalmente cierta? Porque nos compete, y porque es cierta en el nivel de su significación profunda. Posiblemente nosotros debamos resignificar la esclavitud en la forma de una "esclavitud del pecado", entender esas situaciones como simbólicas, etc. para poder reapropiarnos y hacer nuestras las claves del drama qeu inicia el éxodo, ya que la dimensión de epopeya nacional no tiene directa relación con cada uno de nosotros (somos, como dice san Pablo, un injerto en Israel); sin embargo, en algún punto la fundación de Israel se conecta con la fundación de la Iglesia, y en ese sentido es también el pasado heroico de la fe cristiana. Si no leyéramos esos textos, toda la ritualidad de nuestra pascua estaría apoyada en el vacío.
Es aquí donde el trabajo de relectura se retoma en un nuevo nivel: comprender las relaciones entre el relato de Dios en el éxodo y del relato de Dios en Jesús. Trabajo que sólo puedo aquí señalar (del que hay abundantísima bibliografía, además de la riqueza que tiene leer por uno mismo en paralelo los textos del Éxodo y del NT).
Ahora bien, subsiste, creo yo, y es legítima, la pregunta de fondo, la pregunta metafísica por excelencia de este tema: pero en definitiva, ¿obró Dios el mal a los egipcios para liberar a su pueblo, lo haya hecho de manera literal como lo narra el Éxodo, u obrado de maneras más indirectas? y en otro tiempo, pero dentro del mismo registro: ¿mandó Dios al muere a Jesús? ¿podemos reapropiarnos de un Dios que "necesita" del mal y de la sangre para poder liberar y salvar?
Una de las cosas que admiro de la Biblia es su crudo realismo, sin adornos ni moralinas de estampita: el mal existe, es un hecho, rodea al hombre, y sale del propio hombre; como lo describe Gn 6,5: "[...] la maldad del hombre cundía en la tierra, y todos los pensamientos que ideaba su corazón eran puro mal de continuo". También hay mucho bien en el mundo humano, pero es impropio recordarnos que este bien se recorta sobre el mal, lo sana, lo rectifica, es la excepción, lamentablemente, no la regla. Con gran justicia la Biblia "ve" la acción de Dios en toda gesta salvadora. Sería mejor que esa gesta salvadora fuera perfecta, y no estuviera rodeada de ningún mal, ni tuviera "daños colaterales", pero la realidad del mundo es otra: es el mal que tira del hombre para hacerlo patinar hacia el abismo, y es de Dios cada pequeño triunfo, que va preparando -un as en la manga- la acción más inesperada de todas: salvar no sólo del mal, sino por medio del mal, de vivir Dios la muerte en la cruz. En ese punto la reflexión de la Biblia sobre Dios y el mal llega a su cumbre, con Jn 10,18 (que de alguna manera "corrige", en el sentido antedicho, a los demás evangelios): "nadie me quita la vida, yo la doy voluntariamente..."
Dios no pertenece al universo del mal, ni está en Dios provocar el mal, sin embargo, el propio Dios no le huye a mezclarse con el mal de la historia y salvar a través de él. Esto sólo lo podemos comprender si no le huimos a las lecturas en toda su crudeza.