Las palabras "mejor" y "peor", así como otros términos de significado eminentemente valorativo, mal se llevan con el lenguaje preciso de las definiciones. En realidad ni ahora ni antes se puede considerar "definida" (en el sentido técnico del termino, es decir, como un aserto al que deba prestarse la obediencia de la fe) la superioridad del celibato sobre el matrimonio.
El concilio de Trento habla en la forma en que lo hacía la Iglesia en aquel momento, lo que no significa que cada una de sus palabras, por muy asertivo que fuera el modo, deba leerse como una definición solemne, sino que debe verse caso por caso.
En cuanto al celibato, en realidad el Concilio se ocupa más bien poco: lo hace en el contexto del decreto sobre el matrimonio (sesión XVI), y enfatizando la excelencia sacramental de éste.
Sin embargo, puesto que era un Concilio que iba directamente hacia los puntos negados en la Reforma, cuando llega a la cuestión del celibato dice:
«Si alguno dijere, que el estado del Matrimonio debe preferirse al estado de virginidad o de celibato; y que no es mejor, ni más felz mantenerse en la virginidad o celibato, que casarse; sea excomulgado.» (canon X)
Esto es todo lo que dice al respecto, luego de dar grandes loas del matrimonio como sacramento en el cuerpo doctrinario. El canon indudablemente se dirige contra el desprecio protestante al estado de celibato y virginidad, y lo hace no sin cierta ironía, porque se apoya en una cita implícita de san Pablo, del capítulo 7 de ICor, en el que Pablo recomienda su propio estado como "mejor" ("Por tanto, el que se casa con su novia, obra bien. Y el que no se casa, obra mejor.").
Ese es el sentido que debe dársele a ese comparativo "mejor", como algo que el propio Pablo califica de doctrina propia, no divina (7,25).
El fondo de la cuestión sigue siendo válido: el Señor no manda casarse, pero tampoco manda permanecer célibe, y quien pretenda hacer pasar una u otra doctrina como precepto del Señor, se está poniendo indudablemente al margen del sentir tanto de la Palabra divina como de la Iglesia.
No obstante, también sigue siendo válido el cuerpo doctrinario del decreto, en el que se recuerda que es al sacramento del matrimonio al que Dios confió la tarea de hacer presente los esponsales místicos de Cristo con la Iglesia.