El hebreo utiliza la fórmula "`ehe´ieh", de muy complejo sentido, pero que podemos volcar al español como "yo soy", para interpretar el nombre de Yahveh en el pasaje clave de Éxodo 3,14-15. La biblia griega de los LXX adopta como traducción el participio presente masculino del verbo eimí: "ho on", que literalmente no es "yo soy" sino "el que está siendo".
No se puede, entonces, sin más, afirmar que "Yo soy" es el nombre divino, o es equivalente directo del Tetragrama Sagrado (YHWH)
Por otro lado es verdad que en algunos pasajes de los profetas donde parece apuntarse al misterio divino en la dirección que expresa el Tretragrama, donde el hebreo dice simplemente "Yo" (en hebreo no hay verbo "ser"), la versión de los LXX traduce "ego eimi", "Yo soy".
Un ejemplo muy interesante de este caso es el de Joel 2,27; palabra a palabra dice:
«Llegaréis a saber que en medio de Israel YO, YO YHVH vuestro Dios y no otro, y mi pueblo no tendrá nunca más confusión»
Por supuesto ese primer "YO" puede traducirse (así lo hacen muchas biblias modernas) "en medio de Israel estoy yo"; pero los LXX han visto asomarse allí el misterio del Nombre Divino, y traducen utilizando la fórmula "ego eimi".
También en un texto clave del Segundo Isaías, 45,18, donde el hebreo pone "Yo YHVH", los LXX traducen "ego eimi".
Así que, aunque no se puede decir que "ego eimi" es el equivalente del Nombre Divino, es cierto que en los LXX despunta un uso sagrado de la fórmula. Este uso ha sido también desarrollado en la literatura rabínica posterior, partiendo de algunos usos hebreos.
Con este trasfondo, al ir al Nuevo Testamento hay que tener cuidado de no apresurarse en identificar el "yo soy" con el Sagrado Nombre de Dios, ya que esa identificación no va de suyo ni es corriente, aunque es posible que despunte en algunos pasajes señalables.
En los sinópticos hay tres casos en los que es posible que el uso de la fórmula "yo soy" pueda estar identificando elípticamente a Jesús con YHVH, aunque también pueden ser leídos como enunciados de simple autoidentificación ("efectivamente soy yo"). No hay -esta era la pregunta original- nada en el idioma original que obligue a entender el valor sagrado de la fórmula; no hay, por ejemplo (como en nuestros idiomas) un uso diferencial de las mayúsculas, o comillas, o una posición especial de las palabras, o algo por el estilo.
Los tres pasajes son: Mc 14,62 (y su paralelo Lc 22,70); Mt 14,27 (y su paralelo Mc 6,50); y más dudoso Lc 24,36 (ya que la fórmula sólo aparece en unos pocos manuscritos). No cabe aquí hacer un análisis detallado, pero valga lo dicho: si hay una alusión al Tetragrama a través de la biblia griega de los LXX, es apenas una alusión muy indirecta, en todos los casos puede entenderse como declaración "soy yo, no otro".
Sin embargo este uso sugestivo de la fórmula (que tal vez se remonte al mismo Jesús) llevó a la reflexión a la comunidad joánica, en cuyo evangelio sí es posible afirmar que al menos en un momento se apunta con cierta claridad al "Yo soy" de valor sagrado:
Cuando en el cap 18 van a prenderlo al huerto, Jesús pregunta a la cohorte y los guardias a quién buscaban, y ellos responden que a Jesús, el nazareno, y el responde "Yo soy"; el evangelista nos aclara (en un detalle escasamente imaginable desde el punto de vista escénico) que «cuando les dijo: "Yo soy", retrocedieron y cayeron en tierra.» (18,6); no cabe relacionar ese "caer rostro en tierra" con otra cosa que con una escena teofánica, en la que Jesús se les manifiesta como el Yo Soy divino, y ellos lo comprenden... que eso es, en definitiva, lo que quiere transmitirnos Juan: no tienen excusa puesto que sabían a quién estaban matando.
El siguiente "yo soy" (v 8) ya se mueve en un registro más normal, de autoidentificación ("Yo soy Jesús el nazareno"), pero el aura teofánica se hizo presente por un instante.
También en 6,20, aunque la escena es paralela de Mt y Mc, el hecho de que la frase de Jesús aparezca despojada de "ánimo" (que está en Mt/Mc, no en Jn), le da una especial solemnidad, sobre todo teniendo en cuenta que el "no temas" (o no temáis, en este caso) acompaña casi siempre a las teofanías.
Lo mismo fórmulas como Jn 8,28: «Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy.», o las similares de 8,24, 8,58 y 13,29 difícilmente pueda evitarse ver el trasfondo del uso sagrado de estas palabras. Aunque vale lo dicho: en todas ellas hay una sugestión, casi un guiño para ver más allá, no una identificación directa y formal entre Jesús y el Nombre Divino.
Quien trata el tema con su habitual amplitud y profundidad es Raymond Brown, en "El evangelio según Juan", tomo II, en los apéndices. También en Charles Dodd, "Interpretación del Cuarto Evangelio", es muy sugestivo y profundo el capítulo dedicado al Nombre Divino (parte I). Los dos libros pueden consultarse en la Biblioteca de ETF. Algunos aspectos introductorios a la teología del Nombre Divino pueden leerse en mi artículo «El Sagrado Nombre de Dios»