Creo que lo principal es sentar la respuesta sobre una base correcta: La oración litúrgica es, ante todo, oración, y por lo tanto es encuentro y diálogo con Dios, nuestro Padre.
Puede ser litúrgica, comunitaria, estructurada, mental, verbal, lo que fuere, pero nunca debe perder ese primer carácter, es decir, el ser encuentro y diálogo.
Si lo pensamos desde allí sale con cierta naturalidad tanto la necesidad de ciertos silencios (incluso en la recitación litúrgica), como la necesidad de mantener el ritmo de la recitación, y que por lo tanto esos silencios no alarguen innecesariamente la celebración.
El Ordenamiento General de la LH lo dice así:
Como se ha de procurar de un modo general que en las acciones litúrgicas se guarde asimismo, a su debido tiempo, un silencio sagrado, también se ha de dar cabida al silencio en la Liturgia de las Horas.
Por lo tanto, según la oportunidad y la prudencia, para lograr la plena resonancia de la voz del Espíritu Santo en los corazones y para unir más estrechamente la oración personal con la palabra de Dios y la voz pública de la Iglesia, es lícito dejar un espacio de silencio o después de cada salmo, una vez repetida su antífona, según la costumbre tradicional, sobre todo si después del silencio se añade la oración sálmica (cfr. n. 112); o después de las lectura tanto breves, como más largas, indiferentemente antes o después del responsorio.
Se ha de evitar, sin embargo, que el silencio introducido sea tal que deforme la estructura del Oficio o resulte molesto o fatigoso para los participantes. (nn 201-202)
Como puede verse, el documento evita cuantificar ese silencio: ¿3 segundos? ¿10 segundos? La verdad es que no es posible dar una norma general. Lo que para un grupo es poco, para otro es excesivo, eso lo debe ir encontrando cada grupo, experimentando con los tiempos. Es bueno probar y dialogar sobre la experiencia.
El final de cada salmo, es decir, entre la antífona y el comienzo del siguiente creo que siempre debería tener algún silencio, y si se usan las oraciones sálmicas, aun más, aunque hay que cuidar de no sobrepoblar la oración con textos no exigidos.
Por último, algo que realmente desnaturaliza la oración es rezar a toda velocidad para "cumplir". Es verdad que la oración litúrgica está mandada a ciertas personas (sacerdotes, comunidades religiosas), pero el fin de ese mandato es poner sobre la pista de la necesidad de orar, y del papel especial que tienen esas personas en el conjunto del cuerpo de la Iglesia, actuando vicariamente por todo el resto del cuerpo, pero no significa un mandato cuyo "cumplimiento" pueda reducirse a lo formal.