Parece que no podemos dudar de que Jesús fue un antidivorcista radical (trata muy bien y ampliamente el tema Meier, en "Un judío marginal", tomo "Ley y Amor"). No es que fuera el único, pero no era la postura corriente entre los rabinos, que más bien se atenían a la costumbre antigua del divorcio.
Ahora bien, Moisés no había dejado nada fundamental legislado sobre el divorcio, la Ley no contenía preceptos específicos sobre el divorcio en general, así que ese fragmento de Deuteronomio, que no es una ley de divorcio, empezó a ser leída como tal. Literalmente el fragmento dice:
"1 Si un hombre toma una mujer y se casa con ella, y resulta que esta mujer no halla gracia a sus ojos, porque descubre en ella algo que le desagrada, le redacta un libelo de repudio, y se lo pone en su mano y la despide de su casa. 2 Y si después de salir y marcharse de casa de éste, se casa con otro hombre, 3 y luego este otro hombre le cobra aversión, le redacta un libelo de repudio, lo pone en su mano y la despide de su casa (o bien, si llega a morir este otro hombre que se ha casado con ella), 4 el primer marido que la repudió no podrá volver a tomarla por esposa después de haberse hecho ella impura. Pues sería una abominación a los ojos de Yahveh, y tú no debes hacer pecar a la tierra que Yahveh tu Dios te da en herencia." (Dt 24,1-4)
Nuestras traducciones suelen hacerse eco de la lectura rabínica y hacen del v 1 una cláusula autónoma, y entonces sí que se trasforma en una ley de divorcio, pero no es esa la redacción normal del pasaje. Como puedes ver los 3 primeros versículos son una larga serie de condiciones (si esto y si aquello) hasta que llega a lo verdaderamente legislado, que es en el v 4: el primer marido no podrá volver a tomarla como esposa.
Toda esta ley da por supuesta la costumbre del divorcio (que inicialmente se entendía como un acto completamente privado) y solo legisla sobre una condición bastante poco frecuente: si podía o no volver la mujer con el primer marido, luego de haber sido mujer de otro.
Cuando se va consolidando la idea de que el Pentateuco no es solo la ley fundamental sino el conjunto de leyes que regulan la vida concreta de Israel, a falta de una ley del divorcio los maestros de la ley comenzaron a sacarle punta a este precepto, y así llegamos a la época de Jesús en la que este precepto era muy discutido entre las dos escuelas rivales, la de Shamai y la de Hillel, porque cada uno sostenía una interpretación propia de lo que quería decir "encuentra en ella algo que le desagrada" (v. 1), y que sería entonces el fundamento de la casuística del divorcio. Shamai sostenía que debía ser algo grave, mientras que Hillel sostenía que podía ser cualquier cosa, incluso "una sopa mal hecha".
Así que estaba en pleno vigor la discusión sobre estos versículos. Probablemente lo que le preguntan a Jesús tiene que ver con eso, no tanto sobre la posibilidad o no de divorciarse, que todos la daban por hecho, sino sobre las posibles causas. Pero Jesús saca a relucir su propia comprensión de la Ley: él no entiende la ley mosaica como casuística sino como fundamento de la vida moral del hombre, así que "desvía" la lectura hacia un momento anterior: si en Deuteronomio Moisés legisló sobre el divorcio (Jesús no corrige propiamente la mala lectura, pero al saltarse la lectura corriente, la desautoriza), fue porque ya se había producido la ruptura del plan de Dios, que solo asigna a la mujer un papel subordinado por la desobediencia en Edén, pero que no es esa su condición de naturaleza (yo sé que hoy leemos distinto todo ese pasaje, pero en parte es precisamente gracias a este desplazamiento que hace Jesús).
Así que toda la ley mosaica en sus minucias proviene de la dureza de corazón del hombre, que no tiene aun la Ley de Dios escrita en su corazón, tal como profetiza Jeremías. No es allí, no es a la minucia de la Ley a donde debemos dirigirnos para buscar fundamento, si no a las condiciones de diálogo del hombre con Dios.
Con esto Jesús no desautoriza que existan leyes de divorcio, puesto que la dureza del corazón humano sigue existiendo, y sigue siendo necesario regular las consecuencias sociales de las rupturas personales. Pero nos lleva a que sepamos reconocer la diferencia entre lo que Dios quiere construir con nosotros, y lo que nosotros construimos sin él. Y por supuesto que no le achaquemos a Dios juegos de poder (entre personas, entre géneros, entre naciones) que son creación exclusivamente nuestra.