Lo primero que hay que tener presente es que la Biblia en su conjunto no tiene una teología sino muchas; muchas direcciones en las que se va desplegando la comprensión del Dios que se revela en ella, y de lo que nos revela a nosotros en cuanto a nuestro significado, y cómo nuestra vida se inscribe en sus propósitos de salvación. La de San Pablo es una teología muy radical, que va al fondo del problema del sentido y el sinsentido de la obra humana, y desde luego no significa que una vez que confieso a Cristo me puedo sentar al "dolce far niente" porque igual me salvo por la fe, no por las obras... ¡el propio Pablo es muy exigente con sus comunidades! (ver por ejemplo su primer epístola: 1Tes 5, y la última, Rom 13,8ss).
Pablo va al centro del problema de la obra humana. El hombre obra, sin ninguna duda, no hay hombre sin obras, tanto en el nivel material: el hombre que hace, construye, modifica su entorno; como en el nivel espiritual: el hombre que integra o desintegra su comunidad con los demás hombres, con la naturaleza que lo rodea y con el fondo espiritual que se le revela como Dios. Así que el hombre siempre obra, incluso cuando no hace nada, hace algo: negar su radical carácter de hombre-que-obra.
El problema entonces no es que el hombre obre (porque lo hace siempre) sino si esa obra le da nueva vida o no, si lo "salva", en último término si tiene sentido, o solo nos estamos entreteniendo para no recordar que morimos, como dice un poeta: "el largo tenso, extenso, entrenamiento al engusanamiento y al silencio" (O. Girondo).
Podemos no pensar demasiado en eso y simplemente obrar bien para que el mundo funcione un poco mejor, para dejar algo construido desde donde nuestros hijos puedan partir, es decir, modificar para bien el mundo, pero ¿modifica eso también la relación con Dios? ¿"sirve" para llegar a Dios?, para decirlo de una manera burda, ¿ayuda a modificar la opinión que Dios tiene de cada uno de nosotros? ¿nos "salva"?
Y él, Pablo, responde algo que Israel ya sabía desde los tiempos de Abraham, pero que costaba formularlo: No, Dios no puede ser sobornado con nuestras obras: nuestras obras, cuando son malas, son enteramente nuestras, pero cuando son buenas, no nos hacen salir de la amenaza del sinsentido, no nos libran de la muerte. Hay en el ser una herida que no se cura con nada que podamos hacer nosotros. Es la huella profunda del pecado original, que hace historia junto con el hombre. No es una mancha superficial, ni un acto individual, sino la forma misma del camino del hombre en la historia: si de dos caminos que tenía la maratón el primer corredor tomó el equivocado, aunque yo reciba la llama mucho después, y ande muchos kilómetros poniendo todo mi esfuerzo y buena voluntad, jamás llegaré a destino, es el camino, no mi esfuerzo, el problema.
A través de la Ley Dios puso ante un pueblo (minúsculo, insignificante, al que escogió para que fuera su testigo) el espejo de lo que sería una existencia con sentido: una existencia humana tendría sentido si consiguiera no ser en absoluto para sí, si consiguiera ser donación perfecta de sí mismo. Pero eso, que no pudo ser realizado, resultó espejo y testimonio ante todos los hombres, no "salva", solo muestra y deja de manifiesto ("la ley solo me dio el conocimiento del pecado").
La fe cristiana enseña que Dios se hizo hombre para realizar el camino del despojamiento total, obediencia total al Padre, vaciamiento de sí en favor de los demás hombres, empezando por los que menos "valen", prostitutas, publicanos, ciegos de nacimiento, leprosos, muertos, y hasta por los que tienen tan alta opinión de sí mismos que creen que valen (escribas, dirigentes, sacerdotes, autoridades ("perdónalos Señor porque no saben lo que hacen", no saben que no valen)...
La grandeza de esa existencia única de Jesús es que no es solo un ejemplo para los demás, es también una existencia eficaz, una vez realizada en uno, puede cualquiera adherir a su camino, como si hubiera tendido un puente del camino al abismo al camino de salvación, un atajo. Esa adhesión es la fe, ese atajo es la fe.
La fe me permite saber (no "sentir", pero sí llevar en el corazón, que es donde están los saberes que valen) que mi obra aparentemente vacía, si es hecha en el despojamiento de mí, tiene valor para llegar a la vida eterna, cada segundo gastado en no-ser-yo, en favor de los demás, en homenaje a Dios, es un segundo ganado para la eternidad. Pero paradójicamente, esa obra no es mía, es concesión de Dios. Si me atribuyera la obra de despojamiento de mí, no me habría despojado. Se trata de dejar que Cristo dirija nuestros pasos, con la total confianza de que esos pasos son los mejores para la salvación de lo que deba ser salvado. "La vieja llaga de la herida en el ser curada al fin", dice otro poeta (Juanele Ortiz).
Ahora veamos cómo explica la propia Iglesia la noción de "justificación por la fe", en el documento "Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación" (1999, Iglesia católica junto con algunas iglesias reformadas), cap 4,7, "Las buenas obras del justificado":
"37. Juntos confesamos que las buenas obras, una vida cristiana de fe, esperanza y amor, surgen después de la justificación y son fruto de ella. Cuando el justificado vive en Cristo y actúa en la gracia que le fue concedida, en términos bíblicos, produce buen fruto. Dado que el cristiano lucha contra el pecado toda su vida, esta consecuencia de la justificación también es para él un deber que debe cumplir. Por consiguiente, tanto Jesús como los escritos apostólicos amonestan al cristiano a producir las obras del amor.
38. Según la interpretación católica, las buenas obras, posibilitadas por obra y gracia del Espíritu Santo, contribuyen a crecer en gracia para que la justicia de Dios sea preservada y se ahonde la comunión en Cristo. Cuando los católicos afirman el carácter "meritorio" de las buenas obras, por ello entienden que, conforme al testimonio bíblico, se les promete una recompensa en el cielo. Su intención no es cuestionar la índole de esas obras en cuanto don, ni mucho menos negar que la justificación siempre es un don inmerecido de la gracia, sino poner el énfasis en la responsabilidad del ser humanos por sus actos."
En suma: las buenas obras son "necesarias" para la salvación, pero esa necesidad (que debe escribirse entre comillas) surge de la libertad con la que el propio Dios inscribe nuestras obras en el camino de despojamiento de sí de Cristo, único salvador.