Es posible rezar este salmo, sin cambiar sus palabras, con un horizonte ilimitado: abarcando toda la humanidad y cada individuo, en su camino bajo o frente a Dios, en su desenlace definitivo promulgado por la sentencia de Cristo juez. Además, el símbolo arquetípico de la vida como camino recibe una transposición última en las palabras de Cristo «Yo soy el camino y la vida»: El anuncia la «ley del Señor», y la cumple en su vida, y nos incorpora a sí como camino hacia el Padre. La historia entera de la Iglesia es la gran peregrinación por el camino de Cristo. [L. Alonso Schökel]
Abre el salterio un salmo que es más bien una reflexión de tipo sapiencial. Su estructura tiene tres partes: bienaventuranza (Sal 1,1-2); comparación (Sal 1,3-4); conclusión (Sal 1,5-6). El salmo gira en torno a la oposición justos-malvados y al tema de los dos caminos (Sal 1,1.6). El camino es metáfora conocida de la conducta humana (véase, por ejemplo, Sal 25,8-9; 26,11-12; Prov 1,15; 2,8-9).
El salmo comienza declarando dichoso al hombre que, como el justo de Sal 26,4-5, no comparte las ideas, proyectos y maneras de actuar de los malvados, presentados como corporación unánime, sino que tiene por consejera y tema de reflexión permanente, y como guía y norma de conducta, la ley del Señor acogida con gozo y cariño. En un periodo tardío de la reflexión sapiencial de Israel la sabiduría llegó a identificarse con la ley (véase Eclo 24). También es tradicional la identificación justo=sabio y su contraria, malvado=necio (véase Sal 5,5-6). Dichoso, pues, el hombre que es "sabio" en este sentido. Todo lo contrario de los malvados, los pecadores, los necios (quizá mejor "cínicos"): tres adjetivos que caracterizan el tipo de persona que el salmista tiene ante los ojos. La imagen vegetal que el autor emplea como término de comparación es muy gráfica y sugerente (véase Sal 37,2.20; 90,5-6; 92,13- 15; Jr 17,5-8): un árbol bien regado, lozano y frondoso, firmemente enraizado, y con frutos abundantes y logrados, frente a la inconsistencia, falta de arraigo e inestabilidad de la paja que el viento aventa. El axioma tradicional de que a los justos les va bien y los malos fracasan se refleja en esta comparación (véase Sal 35; 37; 49; 73). Y constituye, además, el contenido de la última parte del salmo (Sal 1,5-6), en la que el salmista resume y concluye en tono solemne que el fracaso de los malvados y pecadores es y será total y en todos los terrenos: forense (juicio), religioso (asamblea de los justos), vital y práctico (perdición). Como el salmo no especifica, puede entenderse todo esto tanto en el ámbito histórico como en el escatológico.
Por contraste, aunque el salmo no lo dice explícitamente, el camino de los justos-sabios conduce a buen fin, al éxito, a la plenitud. La razón última, y esto sí se dice explícitamente, es que el Señor protege (literalmente, conoce) a sus fieles, a los que meditan y cumplen su ley. En relación con la ley se mencionó por primera vez en el salmo al Señor (Sal 1,2), y ahora se menciona por segunda y última vez. Así comienza y termina el salmo y relaciona dos ideas que constituyen su resumen perfecto: dichoso el justo que medita la ley del Señor, el Señor protege el camino del justo.
Con parecidas imágenes nos instruye Cristo sobre los dos caminos (véase Mt 7,13-14). En oír y cumplir su palabra (su ley) consiste, nos dirá al final del Sermón del Monte, la suprema sabiduría; hacerlo así es garantía de firmeza y estabilidad (véase Mt 7,24-27). Cristo mismo se entiende a sí mismo como el camino (véase J n 14,6): el que se mantiene en él produce mucho fruto, como el árbol del salmo (véase J n 15,5). A eso estamos destinados, para eso hemos sido elegidos: para que vayáis y deis fruto abundante y duradero (Jn 15,16). [Casa de la Biblia: Comentarios al AT]