Cristo nos invita a esta confianza, a que oremos creyendo que sucederá lo que pedimos; él es el gran motivo de nuestra confianza, pues si el Padre nos ha dado a su Hijo, ¿qué podrá negarnos? R 8, 32; Heh 4,16.
En su estructura se distinguen tres partes: una introducción en la que se invoca el nombre del Señor para pedirle auxilio (Sal 6,2-3); descripción de la situación del salmista, con un nuevo grito de auxilio y unos motivos de persuasión y confianza (Sal 6,4- 8); proclamación de la certeza de la intervención salvadora de Dios con una imprecación contra los enemigos (Sal 6,9-11).
En este salmo "penitencial" es extraño que el autor no confiese su pecado ni reivindique su inocencia. Su culpa se supone, y está implícita en el "castigo" y la "corrección" de Dios (Sal 6,2; véase más explícitamente en Sal 38,2ss). La situación-real o figurada (metafórica)- en la que el salmista se encuentra es posiblemente una enfermedad mortal (Sal 6,3-4.7-8). La enfermedad se entiende en el Antiguo Testamento como uno de los medios por los que Dios "castiga" y "corrige" el pecado del hombre. Al sufrimiento físico causado por la enfermedad hay que añadir el sufrimiento moral provocado por el sentimiento de que Dios está ofendido y airado contra el salmista y, por lo mismo, se supone que le tiene vuelta la espalda o el rostro (Sal 6,5). Y quizá haya que añadir la persecución que parece insinuarse en Sal 6,9-11 y que es causada por los malhechores y enemigos. El enfermo, víctima de la enfermedad, es también víctima de los hombres, que así castigan al ya castigado por Dios (véase Sal 31,14; 38,12- 13.21;41,10; 102,9).
Todos estos sufrimientos han agotado al salmista (Sal 6,3-4). La descripción de su estado es magistral y sobrecogedora. Se pasa las noches angustiado, penando y llorando (Sal 6,7-8). Por eso se vuelve a Dios y suplica desgarradoramente: no me castigues más, ten piedad, sáname, fíjate en mí (literalmente "vuélvete"), sálvame. La oración es insistente e incluso impaciente recurriendo a la pregunta típica de esta clase de salmos: ¿hasta cuándo, Señor? (Sal 6,4; véase Sal 13,2-3). Para "forzar" más la intervención de Dios se apela a dos razones -los motivos de persuasión y confianza de las súplicas: véase introducción-: la misericordia de Dios y su amor (Sal 6,5), y el hecho de que en el abismo, lugar de los muertos, ya no es posible conocer y alabar a Dios. Si el salmista muere, Dios va a perder un adorador, va a ver mermada su alabanza (Sal 6,6; véase Is 38,18; Sal 30,10; 88,6.11-13; 115,17; 118,17).
El salmo termina con la proclamación, tres veces repetida, y por tanto solemnísima (Sal 6,9-11), de la intervención salvadora de Dios, bien porque ya se ha producido, bien porque se espera con absoluta certeza que se produzca. Esta proclamación se encuentra enmarcada entre dos inesperadas menciones de los malhechores-enemigos, expresando su fracaso y el triunfo final del salmista. El salmo es conmovedor, a pesar de que está construido con muchos de los elementos tópicos de las lamentaciones: el grito ¡Piedad, Señor, que desfallezco!, la pregunta ¿hasta cuándo?, el vuélvete, que implica que Dios tiene la espalda o el rostro vueltos y se ha desentendido del hombre enfermo o angustiado, los motivos de persuasión... El salmo entero, y particularmente la descripción del estado lamentable del salmista, es aplicable a multitud de situaciones humanas. Aún sabiendo nosotros ya que la enfermedad y las desgracias no son "castigo" del pecado, la súplica confiada al Señor en esas situaciones sigue siendo la actitud fundamental del creyente. [Casa de la Biblia: Comentarios al AT]