El salmo se puede aplicar a cualquier situación de un justo acusado en falso: a nadie como a Cristo. Podemos recordar .la frase de Pedro: «se ponía en manos del que juzga justamente»; es decir, en los diversos juicios de la pasión, Cristo se pone en manos del Padre. El Padre lo deja morir, para exaltar hasta el extremo la misericordia. El Padre, resucitando a su Hijo, demuestra su plena justicia e inocencia; el Espíritu Santo «deja convicto» al mundo de que ha pecado y de que Cristo es inocente «porque va al Padre». Unido a Cristo, el mártir falsamente acusado hace suya esta oración y se pone en manos del que juzga justamente.
Y apela al juicio del Señor, juez justo, juez de las naciones y defensor de los inocentes (Sal 7,7.9; véase Sal 9,5.9-8; 94,2; 96,14; 98,9). Dios preside desde el cielo una audiencia a la que asisten todos los pueblos (Sal 7,8). El acusado, ante este solemnísimo tribunal cósmico, proclama su inocencia (Sal 7,4-6) y la sinrazón de la acusación y de los tormentos que sufre, pues, en la mentalidad del Antiguo Testamento, éstos son consecuencia del pecado, y él es inocente. Su declaración es una "confesión negativa", que muy bien podría ponerse en boca de Job (véase Job 31; Sal 17; 26): no he hecho nada malo, por lo que mis desgracias no tienen explicación. La confesión de inocencia se refuerza con una imprecación contra sí mismo. A continuación el autor expresa su certeza de que Dios pronunciará un veredicto a su favor (Sal 7,9-11) y se enfrentará a los enemigos que persistan en sus falsas acusaciones y no se conviertan. Si los malvados se abalanzaban sobre el justo como fieras dispuestas a destrozarlo y devorarlo (Sal 7,3.6), Dios les dará caza con armas terroríficas (Sal 7,13-14). A la imagen de los acusadores como leones responde la de Dios como cazador. A los malvados les va a caer encima lo que ellos preparan para su víctima (Sal 7,15-17): el mal se vuelve contra el que lo comete (véase Sal 9,7; 35,7ss; 57,7; 141,10). Es digna de notar la imagen del malvado como una mujer que concibe, queda encinta y da a luz la iniquidad, la mentira y la maldad. La alabanza final (Sal 7,18) rubrica este magnífico canto a la justicia de Dios.
Los versos centrales (Sal 7,9-10) condensan el tema esencial de este poema y representan una inflexión en él. Hasta este momento el salmista se había dirigido a Dios en segunda persona. A partir de ahora habla de él en tercera persona: la oración se convierte en proclamación pública de confianza y fe. El justo por excelencia, acusado en falso y condenado injustamente, fue Cristo. Pero Dios que juzga conjusticia lo llenó de gloria por haber puesto su confianza en él (1 Pe 2,23). [Casa de la Biblia: Comentarios al AT]