El carácter de este salmo invita a la reflexión sosegada más que a la recitación rítmica y comunitaria. Tomando el tema del camino y del pecado, es posible saltar de los enunciados del salmo al gran tema de Cristo «camino» y cordero «que quita los pecados». Esto será prolongar en nueva clave la reflexión que entabla el autor original. Los Hechos de los Apóstoles llaman varias veces al cristianismo «el camino», 18,25-26; 22,4; 24,14. En los Evangelios se nos habla de los dos caminos, Mt 7,13-14; Cristo enseña el camino del Señor, Lc 20-21.
Este salmo ha sido retocado y ha recibido añadidos a lo largo de su existencia. El último versículo (22) es un añadido posterior. Además, se trata de un salmo alfabético. En su lengua original, cada versículo comienza con una de las letras del alfabeto hebreo. En nuestras traducciones, este detalle se ha perdido. Esto significa que el salmo 25 causó un gran impacto cuando surgió. Fue conservado en la memoria y, más tarde, reelaborado con objeto de facilitar su memorización. Esta es la finalidad del orden alfabético de sus versículos.
Tal como se encuentra en la actualidad, podemos distinguir tres partes: 1-7; 8-15; 16-22. En la primera (1-7), el salmista expresa su total confianza en el Señor, con la esperanza de no verse defraudado ni quedar sin respuesta. Habla de los enemigos traidores y de las faltas de su juventud. En la segunda (8-15) tenemos una reflexión sapiencial, esto es, una meditación acerca del sentido de la vida. La raíz de todo es el temor del Señor. No se trata de tenerle miedo, sino respeto y confianza. Quien lo teme se convierte en amigo íntimo y el Señor se le revela, sellando su alianza. El que teme al Señor está siempre atento a su voluntad y Dios lo libra de los peligros. La última parte (16-22) retoma la difícil situación en que se encuentra el fiel. Este vuelve a pedir con insistencia el perdón de los pecados y la liberación de las manos de los enemigos, cada vez más numerosos.
Como en otros salmos, también en este se compara a los enemigos con unos cazadores que tienden trampas para atrapar al justo (15).
Este salmo revela un conflicto entre dos grupos desiguales, el salmista y sus adversarios. Es probable que el salmista represente al grupo de los pobres que padecen injusticia y que calla ante las amenazas. Leyendo de corrido el salmo, descubrimos quiénes son los adversarios. El salmista los llama «enemigos» (2), «traidores» (3), dice que le tienden una trampa para capturarlo (15), se trata de enemigos que se multiplican y lo odian con un odio mortal (19). ¿En qué habría consistido la traición? No lo sabemos. Probablemente se habría tratado de la violación de las leyes, dando lugar a la injusticia. ¿Y por qué detestan al justo con un odio tan intenso? Ciertamente por su denuncia de las injusticias (véase Sab 1,16-2,20). Por eso traman su destrucción.
Al lado de este conflicto entre grupos, tenemos el drama interior del salmista. Se reconoce pecador, e insiste con fuerza en esta condición. Como viene a decir el Sal 130,3, si el Señor obra con rigor y tiene en cuenta las faltas de las personas, ¿quién podrá resistir? Por eso, el salmista hace examen de conciencia y trata de ajustar cuentas con Dios.
Este salmo emplea muchos términos que nos recuerdan la Alianza: «camino» (8.9), «justicia» (9), «amor y verdad», «alianza y mandatos» (10), «alianza» (14), etc. El Dios de este salmo es, una vez más, el aliado del pobre explotado y oprimido, el mismo Dios que, en el pasado, liberó a los israelitas de la esclavitud en Egipto, se alió con ellos y los condujo a la tierra prometida. Por eso el salmista muestra tanto valor al pedir y tanta confianza de que va a ser escuchado, evitando quedar defraudado y confundido por un Dios neutro, sordo e indiferente.
En el Nuevo Testamento Jesús proclamó dichosos y bienaventurados a los mansos (los oprimidos) porque poseerán la tierra (Mt 5,5), perdonó los pecados (Lc 7,36-50; Jn 8,1-11) y puso sobre aviso a los ambiciosos que acumulan bienes (Lc 12,15). (Bortolini)