El cristiano participa en un culto más perfecto, en un templo más santo, y también debe ser declarado inocente, «justificado», para participar con la comunidad en la alabanza. El rito cristiano de purificación es la confesión, en la que el oráculo sacerdotal dicta una sentencia de absolución, y se ordena al acto máximo del culto, el sacrificio de acción de gracias.
A pesar de su brevedad, podemos distinguir cinco partes en este salmo: 1-2; 3-5; 6-8; 9-10; 11-12. En la primera (1-2) tenemos una súplica urgente. El salmista, injustamente acusado y sin tener a quién recurrir, presenta su petición al Señor, proclamando su inocencia (1). Aquí aparece (2) la imagen del fundidor. Los metales son purificados por medio del fuego, quedando aparte toda impureza. Este salmista le pide al Señor que, a semejanza del fundidor, examine sus entrañas (en el original, «riñones», que representan la sede de los afectos o las pasiones) y su corazón (que, para el pueblo de la Biblia, representa la conciencia).
La segunda parte (3-5) es la primera declaración de inocencia. En primer lugar (3) el salmista afirma no haberse apartado nunca de las dos exigencias esenciales de quien tiene alianza con el Señor: amor y fidelidad. Tenemos aquí la declaración positiva, es decir, la manifestación del bien que ha hecho. A continuación (4-5) muestra lo que no hace, es decir, que no tiene nada que ver con los impostores, hipócritas, malhechores e injustos, superando la tentación de unirse a ellos e imitar su comportamiento.
La tercera parte (6-8) es la segunda declaración de inocencia. Aquí vemos que el inocente se encuentra en el templo de Jerusalén, participando en las ceremonias, animando a los peregrinos, contemplando la belleza de la casa del Señor.
La cuarta parte (9-10) presenta una nueva petición. El justo no quiere que se le confunda con los pecadores asesinos, cuya vida está plagada de sobornos.
La última parte (11-12) es una nueva declaración de inocencia. El salmista afirma su integridad y asegura encontrarse en el camino recto, al tiempo que bendice al Señor en las celebraciones que se desarrollan en el templo.
Este salmo pone de manifiesto que Dios escucha el clamor de los justos e inocentes y les hace justicia. Este convencimiento va incluido en la huida del inocente que encuentra refugio en el templo. El autor de este salmo sabía, ciertamente, que el Señor es el Dios que escucha el clamor y libera, como hizo antaño, cuando los israelitas clamaron ante la opresión del Faraón. Basándose en esta confianza, clama y busca asilo en el templo de Jerusalén. El Dios de este salmo es, por tanto, el Dios aliado fiel. Las condiciones de la Alianza que estableció el Señor con Israel eran el amor y la fidelidad. Pues bien, el inocente de este salmo se comporta como un auténtico socio compañero del Dios de la Alianza, que obra del mismo modo que Dios (3).
En una sociedad de injusticia y desigualdad como la de este salmo y como la nuestra, Dios es siempre el amigo y el aliado de los inocentes que padecen la injusticia, y los libra de las garras de los opresores violentos.
Jesús estuvo siempre con los marginados que clamaban a él y, para salvarlos, se enfrentó a los poderosos, que acabaron con su existencia. Pero su resurrección es la prueba de que la vida es más fuerte. Además, el evangelio de Mateo presenta a Jesús como aquel que cumple toda justicia (Mt 3,15).
En este salmo, el Señor examina al inocente y lo pone a prueba. Jesús, por su parte, conoce al ser humano en su intimidad (Jn 2,25) y pone al descubierto la falsa religiosidad de los poderosos de su tiempo (Mt 23,1-36). [Bortolini]