Introducción general
Aparentemente el salmo 26 agrupa dos piezas diversas: la primera celebra la confianza del salmista en Dios (vv. 1-6), mientras que la segunda es una lamentación (vv. 7-12). Ambas se cierran con la certeza del orante y con un oráculo sacerdotal (vv. 13-14). Pero las dos/tres virtuales composiciones han sido transmitidas unitariamente. Hay que explicar la unidad. Buena hipótesis la presentada por H. Schmidt y recogida por J. H. Kraus. El orante es un perseguido injustamente (vv. 2 y 12) que se encuentra lejos de Jerusalén. Su confianza afirmada (vv. 1-6) se quiebra al llegar al templo; lo que motiva una oración de lamentación (vv. 7-12); al final de la misma se columbra nuevamente la esperanza (v. 13), confirmada por la respuesta divina en forma de oráculo (v. 14). La unidad, por consiguiente, se explica desde la persona del orante y desde su situación.
En la celebración comunitaria, el salmo 26 I se puede dividir en dos partes; ambas con un marcado acento intimista. Cada una de ellas podrá ser recitada por un solo salmista, respondiendo todos con una antífona que exprese la confianza:
Salmista 1.º, Confianza total del fiel: "El Señor es mi luz... me siento tranquilo" (vv. 1-3).
Asamblea, Responde con el canto de una antífona.
Salmista 2.º, Deseo nostálgico del templo: "Una cosa pido al Señor... y tocaré para el Señor" (vv. 4-6).
Asamblea, Responde con el mismo cántico antifonal.
La luz de Israel
El salmista opone metafóricamente el mundo de la luz y de la salvación con el de los malvados, que son noche y perdición. Si la salvación es una aurora de luz, el portador de la misma -cuyo nombre es "Dios salva": Jesús- hubo de ser la amanecida de la luz en nuestra tierra. Durante su jornada humana el Padre iluminó su camino, garantizando su seguridad personal. Cuando las oscuridades le rodearon en la cruz, puso su confianza en la luz indefectible: "Padre, en tus manos pongo mi vida". El Dios que dijo "brille la luz del seno de las tinieblas", respondió a la confianza de su Hijo e inundó de luz el rostro de Jesús. Cuantos creemos en Cristo somos hijos de la luz. Nos resta hacer brillar de tal suerte nuestra luz que los hombres glorifiquen a nuestro Padre.
Una piedra firme
El salmista expresa su confianza por contraposición: mientras sus enemigos tropiezan y caen, el corazón del salmista no tiembla, se siente tranquilo. El Dios sobre el que se apoya tan firmemente ha colocado en Sión una piedra angular, la piedra base de su reinado. Quien tenga fe en ella no vacilará. Aunque haya sido desechado por los arquitectos, Cristo es esa piedra. Sobre ella se levantan los cimientos formados por los apóstoles y profetas y surge el edificio bien trabado de la Iglesia, como templo santo del Señor. Las olas del mar pueden llegar hasta el edificio, pero no prevalecerán contra Pedro y su Iglesia. ¡Feliz la Iglesia que tiene tales fundamentos! ¡Feliz quien se construya sobre la piedra! No vacilará.
Deseo estar con Cristo
En un clímax ascendente, el salmista pasa de las metáforas a la realidad tangible: de la luz a la tienda, a la morada, al templo, donde Dios sacramentaliza su presencia. Llegar a esta meta forma en él un ardiente deseo. Es el deseo expresado por el Apóstol Pablo: "Deseo partir y estar con Cristo" (Fil 1,23). Cristo es la tienda de Dios con los hombres. Hacia ella se dirigen los cristianos, acompañando su marcha con cánticos de liberación. Mientras tanto, en nuestra etapa peregrinante, hemos de tener en cuenta que el "estar con Cristo" supera todas las categorías espacio-temporales y es una dimensión profunda: Ya "somos-en-Cristo". Lo importante es que nuestro ser vaya creciendo. La vida es estar con Cristo. Donde está Cristo está la vida y el reino.
Resonancias en la vida religiosa
Crisis superada por la confianza: Todos nosotros pasamos momentos de crisis y tentación. El temor se apodera de nuestro ánimo, nos asaltan pensamientos e intenciones perturbadoras; y, hasta en ocasiones, creemos que la capacidad de resistencia está al borde de su límite. La llamada de Dios está a punto de diluirse y nuestra vida comienza a orientarse hacia otras voces que llaman.
El salmo que recitamos proclama nuestra inconmovible confianza en el Dios que no permite que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas. Él es luz, salvación, defensa de nuestra vida, tranquilidad. Llamados a habitar en la casa del Señor, nosotros los religiosos sabemos por experiencia milenaria que la contemplación de Dios produce un gozo inefable y una seguridad a todo riesgo. Las tentaciones pasarán como las nubes y aparecerá de nuevo la luz de Dios, glorificada por nuestros sacrificios de aclamación y nuestro gozo festivo.
Oraciones sálmicas
Oración I: Oh Dios, luz que no conoce ocaso; Tú que dijiste: "del seno de las tinieblas brille la luz", has destellado majestuosamente en el rostro de Cristo, nuestra luz y salvación. Concede a tus siervos, trasladados del reino de las tinieblas a tu luz admirable, que brille la luz de sus buenas obras, y todos los hombres alabarán tu nombre, Padre santo del cielo. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oración II: Nuestro corazón no tiembla, Señor, sino que se siente tranquilo porque nos has construido sobre el sólido fundamento de la firmeza apostólica, siendo la piedra angular Cristo el Señor; confirma en la fe a nuestro Papa y al Colegio Episcopal, para que ellos, a su vez, robustezcan la fe de cuantos confiesan a tu Hijo Jesucristo como el defensor de su vida. Te lo pedimos por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oración III: Señor Dios, Tú que te has dignado morar entre nosotros, poniendo tu tienda en nuestra propia carne, acrecienta en nosotros el deseo de morar en tu casa por los días de nuestra vida, ya que sólo en tu tienda nos proteges el día del peligro y nosotros te glorificaremos cantando y tocando para ti, Señor. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
[Ángel Aparicio y José Cristo Rey García]
[El salmo tiene dos partes, que la Liturgia propone por separado: I) confianza y alegría del justo por haber triunfado de los enemigos, vv. 1-6; II) súplica al sentirse abandonado y calumniado, vv. 7-14. La Biblia de Jerusalén da a este salmo el título de Junto a Dios no hay temor. En el v. 5, "tienda" y "morada" designan el santuario de Jerusalén. Para Nácar-Colunga el título de este salmo es Confianza del justo en medio del peligro. Nótese que el v. 4 nos muestra cuánta parte ocupaba el templo de Jerusalén en la vida religiosa de Israel. Los justos, llenos de fe en la presencia del Señor en su templo, no tienen otro placer que asistir en él a las solemnidades de su culto.]
Esta composición salmódica, el Salmo 26, tiene dos partes bien definidas: a) confianza y alegría del justo por haber triunfado de los enemigos (vv. 1-6); b) súplica a Yahvé para que tenga piedad de él por sentirse abandonado y calumniado (vv. 7-14). La situación psicológica del salmista, pues, en ambas partes es diversa; por eso el problema que se plantea desde el punto de vista crítico es si nos hallamos ante dos salmos yuxtapuestos por razones prácticas litúrgicas o ante un salmo con dos partes totalmente diversas. La opinión más probable es la primera.
Yahvé, protector contra los enemigos (vv. 1-3). El Dios del salmista ilumina su vida en los momentos de ansiedad y de peligro y le salva de las situaciones comprometidas. Contra los ataques de los enemigos, Yahvé es el baluarte que defiende su vida. Por tanto, no tiene que temer a nadie. Ante la omnipotencia de Yahvé se quiebran todos los poderes terrenos. Sus asaltantes son como fieras que se lanzan sobre él para devorar sus carnes, pero en el momento del ataque caen vacilantes, sin poder consumar sus siniestros designios. Ni un ejército entero que acampara contra él podría prevalecer. Al menos el corazón del salmista permanecerá tranquilo, esperando la intervención divina salvadora.
Ansias de vivir con Yahvé en el templo (vv. 4-6). Yahvé es el centro de toda la vida y de las aspiraciones del salmista; con El no teme a un escuadrón de enemigos que se le opongan; pero además, su seguridad encuentra su complemento en la vida litúrgica del santuario, contemplar el encanto de Yahvé, es decir, habitar en su templo; su deseo supremo es ser huésped permanente de su Dios en su santuario, que es la morada que el Señor de los cielos tiene en la tierra para convivir con sus fieles, preocupándose de sus problemas e inquietudes. Allí está el encanto de Yahvé, es decir, la disposición benevolente de Dios hacia los que saben gustar de su compañía espiritual. Sobre todo, allí encontrará el salmista su plena seguridad el día de la desventura; allí se sentirá a buen recaudo, como el arca del testamento en el tabernáculo o pabellón del desierto. Al lado de Yahvé se sentirá lejos de sus enemigos, dominándolos como desde una elevada roca y manteniendo erguida su cabeza sobre ellos. Es el triunfo material y moral sobre ellos, conseguido gracias a la protección de Yahvé, que mora en el templo, inaccesible al malvado.
Llevado del agradecimiento a su protector y salvador, el salmista ofrecerá en el templo sacrificios de júbilo o de alabanza a Yahvé. La expresión del salmo puede significar sacrificios cruentos en acción de gracias o simples manifestaciones de alabanza con ocasión de los sacrificios que se ofrecían en el templo; esta última acepción parece ser insinuada por lo que dice a continuación: cantando y salmodiando a Yahvé (v. 6).
[Extraído de Maximiliano García Cordero, en la Biblia comentada de la BAC]
1. Nuestro itinerario a lo largo de las Vísperas se reanuda hoy con el salmo 26, que la liturgia distribuye en dos pasajes. Seguiremos ahora la primera parte de este díptico poético y espiritual (cf. vv. 1-6), que tiene como fondo el templo de Sión, sede del culto de Israel. En efecto, el salmista habla explícitamente de "casa del Señor", de "santuario" (v. 4), de "refugio, morada, casa" (cf. vv. 5-6). Más aún, en el original hebreo, estos términos indican más precisamente el "tabernáculo" y la "tienda", es decir, el corazón mismo del templo, donde el Señor se revela con su presencia y su palabra. Se evoca también la "roca" de Sión (cf. v. 5), lugar de seguridad y refugio, y se alude a la celebración de los sacrificios de acción de gracias (cf. v. 6).
Así pues, si la liturgia es el clima espiritual en el que se encuentra inmerso el salmo, el hilo conductor de la oración es la confianza en Dios, tanto en el día de la alegría como en el tiempo del miedo.
2. La primera parte del salmo que estamos meditando se encuentra marcada por una gran serenidad, fundada en la confianza en Dios en el día tenebroso del asalto de los malvados. Las imágenes usadas para describir a esos adversarios, los cuales constituyen el signo del mal que contamina la historia, son de dos tipos. Por un lado, parece que hay una imagen de caza feroz: los malvados son como fieras que avanzan para atrapar a su presa y desgarrar su carne, pero tropiezan y caen (cf. v. 2). Por otro, está el símbolo militar de un asalto, realizado por un ejército entero: es una batalla que se libra con gran ímpetu, sembrando terror y muerte (cf. v. 3).
La vida del creyente con frecuencia se encuentra sometida a tensiones y contestaciones; a veces también a un rechazo e incluso a la persecución. El comportamiento del justo molesta, porque los prepotentes y los perversos lo sienten como un reproche. Lo reconocen claramente los malvados descritos en el libro de la Sabiduría: el justo "es un reproche de nuestros criterios; su sola presencia nos es insufrible; lleva una vida distinta de todos y sus caminos son extraños" (Sb 2,14-15).
3. El fiel es consciente de que la coherencia crea aislamiento y provoca incluso desprecio y hostilidad en una sociedad que a menudo busca a toda costa el beneficio personal, el éxito exterior, la riqueza o el goce desenfrenado. Sin embargo, no está solo y su corazón conserva una sorprendente paz interior, porque, como dice la espléndida "antífona" inicial del salmo, "el Señor es mi luz y mi salvación (...); es la defensa de mi vida" (Sal 26,1). Continuamente repite: "¿A quién temeré? (...) ¿Quién me hará temblar? (...) Mi corazón no tiembla. (...) Me siento tranquilo" (vv. 1-3).
Casi nos parece estar escuchando la voz de san Pablo, el cual proclama: "Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?" (Rm 8,31). Pero la serenidad interior, la fortaleza de espíritu y la paz son un don que se obtiene refugiándose en el templo, es decir, recurriendo a la oración personal y comunitaria.
4. En efecto, el orante se encomienda a Dios, y su sueño se halla expresado también en otro salmo: "Habitar en la casa del Señor por años sin término" (cf. Sal 22,6). Allí podrá "gozar de la dulzura del Señor" (Sal 26,4), contemplar y admirar el misterio divino, participar en la liturgia del sacrificio y elevar su alabanza al Dios liberador (cf. v. 6). El Señor crea en torno a sus fieles un horizonte de paz, que deja fuera el estrépito del mal. La comunión con Dios es manantial de serenidad, de alegría, de tranquilidad; es como entrar en un oasis de luz y amor.
5. Escuchemos ahora, para concluir nuestra reflexión, las palabras del monje Isaías, originario de Siria, que vivió en el desierto egipcio y murió en Gaza alrededor del año 491. En su Asceticon aplica este salmo a la oración durante la tentación: "Si vemos que los enemigos nos rodean con su astucia, es decir, con la acidia, sea debilitando nuestra alma con los placeres, sea haciendo que no reprimamos nuestra cólera contra el prójimo cuando no obra como debiera; si agravan nuestros ojos para que busquemos la concupiscencia; si quieren inducirnos a gustar los placeres de la gula; si hacen que la palabra del prójimo sea para nosotros como un veneno; si nos impulsan a devaluar la palabra de los demás; si nos inducen a establecer diferencias entre nuestros hermanos, diciendo: "Este es bueno; ese es malo"; por tanto, si todas estas cosas nos rodean, no nos desanimemos; al contrario, gritemos como David, con corazón firme, clamando: "Señor, defensa de mi vida" (Sal 26,1)" (Recueil ascétique, Bellefontaine 1976, p. 211).
[Audiencia general del Miércoles 21 de abril de 2004]