Estructura:
- 2-4, viva descripción del propósito que hizo el salmista de dominar su lengua;
- 5-7, lamentación;
- 8-9, súplica de liberación;
- 10-14, continúa la súplica con motivos por los que Yahvé debe intervenir.
Compárese la súplica del v. 14 con Job 7,19. Es una notable peculiaridad de este salmo, que termina con una nota oscura, aun cuando resplandezca la confianza en Yahvé. [Com. bib. San Jerónimo]
De poco vale clasificar este salmo como plegaria penitencial; a lo más sirve para destacar su individualidad. Del texto podemos extraer y recomponer un proceso: dolor - sentido como golpe o castigo - provocado por el delito que provoca la súplica de perdón y curación. En esto se parece a otros. Pero el salmo se sale del esquema y nos detiene con su intensidad, con su claridad enigmática. Ocupa gran parte del salmo un monólogo de reflexión indecisa, de introspección provocadora de tensiones. De la introspección salta sin esfuerzo a una visión universal, de común humanidad, que no resuelve las tensiones. Por eso el salmo adopta un tono trágico, que desemboca, no en esperanza luminosa, sino en resignación minimalista.
El salmo repite dos veces el aforismo "todo hombre es un soplo". Para un oído hebreo, acostumbrado a las paronomasias, la frase suena también como "todo Adán es Abel". Aunque uno no muera joven ni a manos de un fratricida, su destino es el de Abel. Para un ser dotado de conciencia la muerte es una violencia. El salmo 90 dice que contar los años es fuente de cordura o sensatez; en el Sal 39 contar los años, aun instruido por Dios, es privilegio funesto del hombre. El tema de la vida como soplo resuena en otros textos: Sal 62,10; 144,4; Job 7,16. Sólo que Abel era inocente, mientras que el orante se confiesa aquí pecador. A la tragedia de su condición caduca se suma la conciencia del pecado destructor.
La esperanza cristiana en la resurrección cambia el horizonte del salmo. Pero debemos respetar la sinceridad del orante si queremos apropiarnos su espiritualidad. En un segundo momento contemplemos cómo el Hijo de Dios ha entrado en nuestra condición humana mortal, trágica: ha sido un Abel malogrado (Heb 12,24). No abría la boca (Me 14,61). Pero no va a "no ser", sino que va al Padre (Jn 14,28). Y nosotros iremos cuando concluya nuestra etapa de ser "huéspedes y forasteros" (Heb 11,13; 1 Pe 2,11). [L. Alonso Schökel]