[Respuesta de Yahvé (vv. 10-14).- Yahvé ha oído la plegaria hecha por el profeta en nombre del pueblo, y está dispuesto a intervenir enérgicamente (v. 10). Los enemigos han concebido vanos proyectos, como de paja. El resultado será tan vano como la misma paja. Es más, el furor de ellos se volverá contra ellos como fuego devorador, porque Yahvé les castigará por haber atropellado a su pueblo (v. 11). Quedarán reducidos a cenizas (los pueblos: son los enemigos de Israel, asirios y aliados), pasto de las llamas (v. 12). Esta obra justiciera será objeto de admiración por parte de todos los que están lejos y los que están cerca (v. 13). Los pecadores que habitan en la ciudad santa se espantarán al ver la manifestación de la justicia divina sobre los enemigos de Israel, la cual alcanzará también a los israelitas, que han sido infieles a Yahvé, y confiesan que no pueden continuar habitando en medio de un fuego devorador (v. 14), es decir, rodeados de la santidad de Dios, que mora en Sión, y que es como un horno devorador para sus enemigos.
Respuesta a los pecadores (vv. 15-16).- Este fragmento tiene muchas analogías con la literatura de los Salmos (cf. Sal 15 y 23,4s). En él se enumeran las condiciones para pertenecer con derecho de ciudadanía a la nueva teocracia inaugurada con la victoria de Yahvé. Es un programa moral práctico: ser recto en palabras y obras, sin dejarse llevar de soborno ni dar oído a lo que pueda llevar a homicidios. Quien en su conducta privada se sujeta a este programa, habitará en lo alto; es decir, Dios le protegerá y le hará sentirse seguro como quien se refugia en fortalezas y lugares altos rocosos e inaccesibles a los enemigos. Por otra parte, Dios le bendecirá en sus bienes y no le faltará nada de lo necesario para la vida, como son el pan y el agua, símbolo de los bienes materiales sustanciales.-- Maximiliano García Cordero, en la Biblia comentada de la BAC]
1. Entre los cánticos bíblicos que acompañan a los salmos en la liturgia de las Laudes encontramos el breve texto proclamado hoy. Está tomado de un capítulo del libro del profeta Isaías, el trigésimo tercero de su amplia y admirable colección de oráculos divinos.
El cántico comienza, en los versículos anteriores a los que se recogen en la liturgia (cf. vv. 10-12), con el anuncio de un ingreso potente y glorioso de Dios en el escenario de la historia humana: "Ahora me pongo en pie, dice el Señor, ahora me yergo, ahora me alzo" (v. 10). Las palabras de Dios se dirigen a los "lejanos" y a los "cercanos", es decir, a todas las naciones de la tierra, incluso a las más remotas, y a Israel, el pueblo "cercano" al Señor por la alianza (cf. v. 13).
En otro pasaje del libro de Isaías se afirma: "Yo pongo alabanza en los labios: ¡Paz, paz a los lejanos y a los cercanos! -dice el Señor-. Yo los curaré" (Is 57,19). Sin embargo, ahora las palabras del Señor se vuelven duras, asumen el tono del juicio sobre el mal de los "lejanos" y de los "cercanos".
2. En efecto, inmediatamente después, cunde el miedo entre los habitantes de Sión, en los que reinan el pecado y la impiedad (cf. Is 33,14). Son conscientes de que viven cerca del Señor, que reside en el templo, ha elegido caminar con ellos en la historia y se ha transformado en "Emmanuel", "Dios con nosotros" (cf. Is 7,14). Ahora bien, el Señor justo y santo no puede tolerar la impiedad, la corrupción y la injusticia. Como "fuego devorador" y "hoguera perpetua" (cf. Is 33,14), acomete el mal para aniquilarlo.
Ya en el capítulo 10, Isaías advertía: "La luz de Israel vendrá a ser fuego, y su Santo, llama; arderá y devorará" (v. 17). También el salmista cantaba: "Como se derrite la cera ante el fuego, así perecen los impíos ante Dios" (Sal 67,3). Se quiere decir, en el ámbito de la economía del Antiguo Testamento, que Dios no es indiferente ante el bien y el mal, sino que muestra su indignación y su cólera contra la maldad.
3. Nuestro cántico no concluye con esta sombría escena de juicio. Más aún, reserva la parte más amplia e intensa a la santidad acogida y vivida como signo de la conversión y reconciliación con Dios, ya realizada. Siguiendo la línea de algunos salmos, como el 14 y el 23, que exponen las condiciones exigidas por el Señor para vivir en comunión gozosa con él en la liturgia del templo, Isaías enumera seis compromisos morales para el auténtico creyente, fiel y justo (cf. Is 33,15), el cual puede habitar, sin sufrir daño, en medio del fuego divino, para él fuente de beneficios.
El primer compromiso consiste en "proceder con justicia", es decir, en considerar la ley divina como lámpara que ilumina el sendero de la vida. El segundo coincide con el hablar leal y sincero, signo de relaciones sociales correctas y auténticas. Como tercer compromiso, Isaías propone "rehusar el lucro de la opresión" combatiendo así la violencia sobre los pobres y la riqueza injusta. Luego, el creyente se compromete a condenar la corrupción política y judicial "sacudiendo la mano para rechazar el soborno", imagen sugestiva que indica el rechazo de donativos hechos para desviar la aplicación de las leyes y el curso de la justicia.
4. El quinto compromiso se expresa con el gesto significativo de "taparse los oídos" cuando se hacen propuestas sanguinarias, invitaciones a cometer actos de violencia. El sexto y último compromiso se presenta con una imagen que, a primera vista, desconcierta porque no corresponde a nuestro modo de hablar. La expresión "cerrar un ojo" equivale a "hacer que no vemos para no tener que intervenir"; en cambio, el profeta dice que el hombre honrado "cierra los ojos para no ver la maldad", manifestando que rechaza completamente cualquier contacto con el mal.
San Jerónimo, en su comentario a Isaías, teniendo en cuenta el conjunto del pasaje, desarrolla así el concepto: "Toda iniquidad, opresión e injusticia, es un delito de sangre: y, aunque no mata con la espada, mata con la intención. "Cierra los ojos para no ver la maldad": ¡Feliz conciencia, que no escucha y no contempla el mal! Por eso, quien obra así, habitará "en lo alto", es decir, en el reino de los cielos o en la altísima gruta de "un picacho rocoso", o sea, en Jesucristo" (In Isaiam prophetam, 10,33: PL 24, 367).
De esta forma, san Jerónimo nos ayuda a comprender lo que significa "cerrar los ojos" en la expresión del profeta: se trata de una invitación a rechazar totalmente cualquier complicidad con el mal. Como se puede notar fácilmente, se citan los principales sentidos del cuerpo: en efecto, las manos, los pies, los ojos, los oídos y la lengua están implicados en el obrar moral humano.
5. Ahora bien, quien decide seguir esta conducta honrada y justa podrá acceder al templo del Señor, donde recibirá la seguridad del bienestar exterior e interior que Dios da a los que están en comunión con él. El profeta usa dos imágenes para describir este gozoso desenlace (cf. v. 16): la seguridad en un alcázar inexpugnable y la abundancia de pan y agua, símbolo de vida próspera y feliz.
La tradición ha interpretado espontáneamente el signo del agua como imagen del bautismo (cf., por ejemplo, la Carta de Bernabé, XI, 5), mientras que el pan se ha transfigurado para los cristianos en signo de la Eucaristía. Es lo que se lee, por ejemplo, en el comentario de san Justino mártir, el cual ve en las palabras de Isaías una profecía del "pan" eucarístico, "memoria" de la muerte redentora de Cristo (cf. Diálogo con Trifón, Paulinas 1988, p. 242). [Audiencia general del Miércoles 30 de octubre de 2002]