Introducción general
El gran profeta de la Consolación tiene la habilidad de leer el tiempo presente con la luz del pasado: Dios anunció el pasado, y sucedió; del mismo modo se anuncia la salvación futura, y sucederá. A esta certeza responde un himno que celebra la salida guerrera de Dios al frente de su pueblo liberado, como ya salió en Egipto. Dios mismo enuncia los términos de la nueva salvación. Una vez más se recurre a los grandes temas del Éxodo, como sucede en otros lugares de este libro. La salvación de Dios penetra la agitada historia que vive el profeta, se realiza en ella y la desborda con una plenitud sin límites.
Las dos partes que forman este cántico pueden distinguirse en la salmodia. El himno y la locución divina pueden recitarse por grupos diferentes.
Asamblea, Himno: "Cantad al Señor... frente al enemigo" (vv. 10-13).
Presidente, El Señor anuncia su salida: "Desde antiguo guardé silencio... y no dejaré de hacerlo" (vv. 14-16).
"Yo pasaré a través de Egipto"
La primera liberación es modelo de las siguientes. Allí Dios promete: "Yo pasaré a través de Egipto" (Ex 11,4); aquí se predice: "El Señor sale como un héroe". Se trata en ambos casos de una intervención que, por ser salvadora, suscita el júbilo universal. El estrecho horizonte temporal no nos impide pensar en aquel que pasa a través del nuevo Egipto, como vencedor del mundo (Jn 16,33). El pueblo que le sigue -que se adhiere a Jesús como al Hijo de Dios-, pasa victoriosamente a través de Egipto. Aún pudiera parecer por un momento que la bestia surgida del abismo prevalece sobre el cortejo del Vencedor y expone sus cadáveres en la plaza de Egipto (Ap 11,7s). Vana ilusión. El pueblo que sale de Egipto lleva al frente al Vencedor que sigue venciendo. Los elegidos, los fieles, tienen parte en la guerra y en la victoria segura. Es el momento de entonar un cántico nuevo, de que nuestra confiada alabanza llegue hasta el confín de la tierra.
"Preparad el camino al Señor"
El desánimo, la desesperación, el sincretismo o la apostasía han de ser removidos para que el pueblo sea liberado. Misión del heraldo profético es gritar: "Preparad el camino al Señor". El Señor, caminando a la cabeza, va a sacar a su pueblo de Babilonia. Él mismo se abre camino. ¿Habrá quien ponga obstáculos? Cuando nuevamente resonó la voz profética en el desierto, los dirigentes del pueblo habían negado toda su autoridad. Se refugiaron en la ley o en la paternidad de Abraham. De ambos hicieron instrumentos de su poder. Para ellos, y sobre todo para los cristianos, vale la invitación mateana: "Dad dignos frutos de conversión" (Mt 3,8): renunciad a las prerrogativas y preocupaos de la inminente venida del Señor. En otras palabras, para salir de Babilonia depongamos la idolatría, el sincretismo; cobremos ánimo porque el Señor está a la puerta y llama. "Si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo" (Ap 3,20).
"Danos luz para saber ir caminando junto a ti"
En el primer éxodo Dios guiaba a su pueblo mediante la columna de fuego. En el éxodo que está para iniciarse, abrirá los ojos de los ciegos; así caminarán por el inseguro camino del desierto. Para el tercer y definitivo éxodo está previsto un "día único, sin distinción de noche y día, porque al atardecer seguirá habiendo luz" (Zac 14,6s). Es una luz sustantiva, identificada con Jesús, Luz del mundo. Él, como el Siervo, es la Luz de las naciones para decir a los cautivos: "Salid"; a los que están en tinieblas: "Venid a la luz" (Is 49,9). Quien sigue a Jesús no camina en tinieblas. Sus seguidores tienen un corazón despierto para saber dónde está su verdadero tesoro. Como a lo largo del camino se encienden falsas luces de envidia, avaricia, astucia, egoísmo..., pidamos que nuestro ojo esté sano, para que todo nuestro cuerpo sea luminoso. Danos, Señor, luz para saber ir caminando junto a ti.
Resonancias en la vida religiosa
Se rompe el silencio ante la injusticia: Nos hacemos en esta mañana portavoces de alabanza para el Señor. Queremos que nuestra alabanza inunde toda la tierra, que sea cósmica, universal, que llegue hasta el árido desierto. ¡Dios está con nosotros, con su Pueblo! Nos concede la libertad, y conquista con una seductora competencia el corazón de los hombres. Dios nos ha consagrado.
En la segunda parte de este cántico de Isaías escuchamos el porqué de esta alabanza. Dios mismo nos dirige su Palabra vigorosa, que nos dice que ha guardado silencio ante tanta injusticia, pero que ya no se resiste; su actuación poderosa hace acabar el mundo viejo y hace resurgir una nueva humanidad. Hace veinte siglos que Dios rompió su silencio ante la injusticia. Jesús habló, actuó y por ello murió, víctima de la injusticia; pero en su muerte venció la vida y nos abrió la posibilidad de la resurrección.
Seguimos las huellas de Jesús; por eso tampoco nosotros los religiosos podemos callar ante la injusticia, ante el pecado; hemos de estar dispuestos a morir con Cristo para que resucite el mundo nuevo. Sin embargo, Él era justo y nosotros somos pecadores. Era la luz, pero nosotros somos tiniebla, ceguera. Mas ahí está su promesa: nos conducirá por un camino que desconocemos, nos guiará por senderos que ignoramos; ante nosotros convertirá la tiniebla en luz, lo escabroso en llano. Nuestro clamor contra la injusticia nos deparará la victoria.
Oraciones sálmicas
Oración I: Dios victorioso, Tú mereces nuestro canto de alabanza, porque has llevado adelante nuestra batalla contra el mal y has vencido; haz que seamos dignos de tu victoria. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oración II: Como en los tiempos antiguos, también ahora vienes a nuestra tierra, porque Tú, Señor, no aguantas el sufrimiento de tu Pueblo y la arrogancia del opresor; te alabamos porque tu Espíritu te abre un camino victorioso en la historia.
Oración III: Dios de la luz, Tú conduces a los ciegos por un camino que desconocen y los guías por senderos que ignoran; Tú conviertes su tiniebla en luz, lo escabroso en llano; que no pequemos contra tu Luz y que no renunciemos a la aventura de tu seguimiento. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén. [Ángel Aparicio y José Cristo Rey García]
[Invitación a la alegría general (vv. 10-13). Se invita a todo lo creado a expresarse en un cántico de alegría para celebrar la realización de esas cosas nuevas del versículo anterior: "Lo antiguo ya ha sucedido, y algo nuevo yo anuncio, antes de que brote os lo comunico" (Is 42,9). Puesto que es una nueva situación, ello requiere también nuevos cánticos. Las grandes gestas de Yahvé son la causa de esa alegría general manifestada en el cántico nuevo, y en ella deben participar todos los confines de la tierra. El tono poético es salmódico: se invita a los elementos a colaborar a este reconocimiento gozoso de las obras de Dios, y con ellos todas las naciones paganas (las costas, v. 10). En concreto, el profeta invita a los habitantes de las ciudades del desierto (v. 11), e. d., de los oasis que escalonan la ruta caravanera, a través del desierto, desde Mesopotamia a Palestina, y entre ellos los de Cadar (cf. 21,16), famosa tribu árabe de Transjordania. También se invita a los habitantes de Sela o Petra, en Edom, junto al sudeste del mar Muerto. En el v. 12 se vuelve a invitar a las costas o ciudades costeras. Yahvé es presentado como un guerrero invencible que avanza impávido a la lucha (v. 13) contra los enemigos del pueblo elegido.
Intervención justiciera de Dios (vv. 14-17). Yahvé se muestra impaciente por hacer justicia a su pueblo oprimido. Ya hace mucho tiempo que está en silencio (v. 14), es decir, sin intervenir con hechos contra los enemigos de Israel, su pueblo. Pero llega la hora de entrar en lid, y está inquieto como parturienta. Los dolores de parto son la mejor metáfora para indicar el desasosiego e inquietud de Dios por llevar a cabo su obra en favor de Israel. Dios, en su cólera devastadora, será como un viento solano, que todo lo agosta y seca (v. 15), sobre los enemigos de Israel, mientras que la naturaleza se transformará en favor de su pueblo elegido. El desierto, concebido tradicionalmente como lugar de tinieblas, será iluminado, para que puedan volver los exilados como por una amplia avenida luminosa (v. 16). Yahvé será el guía seguro para los que no conozcan el camino, y hará desaparecer todo obstáculo: convertiré lo escabroso en llano. Ante esta manifestación de poder y de gloria de Yahvé, los adoradores de los ídolos se llenarán de confusión y de vergüenza (v. 17).-- Maximiliano García Cordero, en la Biblia comentada de la BAC]
1. Dentro del libro que lleva el nombre del profeta Isaías, los estudiosos han descubierto la presencia de diversas voces, puestas todas bajo el patronato del gran profeta que vivió en el siglo VIII a.C. Es el caso del vigoroso himno de alegría y de victoria que se acaba de proclamar como parte de la liturgia de Laudes de la cuarta semana. Los exegetas lo atribuyen al "segundo Isaías", un profeta que vivió en el siglo VI a.C., en el tiempo del regreso de los hebreos del exilio de Babilonia. El himno comienza con una invitación a "cantar al Señor un cántico nuevo" (cf. Is 42,10), precisamente como sucede en otros salmos (cf. Sal 95,1 y 97,1).
La "novedad" del cántico a que invita el profeta consiste ciertamente en que se abre el horizonte de la libertad, como cambio radical en la historia de un pueblo que ha experimentado la opresión y la permanencia en tierra extranjera (cf. Sal 136).
2. A menudo, la "novedad" en la Biblia tiene el aspecto de una realidad perfecta y definitiva. Es casi el signo de que comienza una era de plenitud salvífica que sella la convulsa historia de la humanidad. El cántico de Isaías presenta esta alta tonalidad, que se adapta muy bien a la oración cristiana.
La invitación a elevar al Señor un "cántico nuevo" se dirige al mundo en su totalidad, que incluye la tierra, el mar, las islas, los desiertos y las ciudades (cf. Is 42,10-12). Todo el espacio se ve involucrado hasta sus últimos confines horizontales, que abarcan también lo desconocido, y con su dimensión vertical, que, partiendo de la llanura desértica, donde se encuentran las tribus nómadas de Cadar (cf. Is 21,16-17), sube hasta los montes. Allá arriba se puede situar la ciudad de Sela, que muchos identifican con Petra, en el territorio de los edomitas, una ciudad construida entre los picos rocosos.
A todos los habitantes de la tierra se les invita a formar un inmenso coro para aclamar al Señor con júbilo y darle gloria.
3. Después de la solemne invitación al canto (cf. vv. 10-12), el profeta introduce en escena al Señor, representado como el Dios del Éxodo, que liberó a su pueblo de la esclavitud egipcia: "El Señor sale como un héroe, (...) como un guerrero" (v. 13). Siembra el terror entre sus adversarios, que oprimen a los demás y cometen injusticia.
También el cántico de Moisés, al describir el paso del mar Rojo, presenta al Señor como un "guerrero" dispuesto a extender su mano poderosa y aterrorizar a los enemigos (cf. Ex 15,3-8). Con el regreso de los hebreos de la deportación de Babilonia se va a realizar un nuevo éxodo y los fieles deben estar seguros de que la historia no está a merced del hado, del caos o de las potencias opresoras: la última palabra la tiene el Dios justo y fuerte. Ya cantaba el salmista: "Auxílianos contra el enemigo, que la ayuda del hombre es inútil" (Sal 59,13).
4. Una vez que ha entrado en escena, el Señor habla y sus vehementes palabras (cf. Is 42,14-16) expresan juicio y salvación. Comienza recordando que "desde antiguo guardó silencio", es decir, que no intervino. El silencio divino a menudo es motivo de perplejidad e incluso de escándalo para el justo, como lo atestigua la larga queja de Job (cf. Jb 3,1-26). Sin embargo, no se trata de un silencio que implique ausencia, como si la historia hubiera quedado a merced de los perversos y el Señor permaneciera indiferente e impasible. En realidad, ese silencio desemboca en una reacción semejante al dolor de una mujer que al dar a luz jadea, resuella y grita. Es el juicio divino sobre el mal, representado con imágenes de aridez, destrucción y desierto (cf. v. 15), que tiene como meta un desenlace vivo y fecundo.
En efecto, el Señor hace surgir un mundo nuevo, una era de libertad y salvación. A los ciegos se les abren los ojos, para que gocen de la luz que brilla. El camino resulta ágil y la esperanza florece (cf. v. 16), haciendo posible seguir confiando en Dios y en su futuro de paz y felicidad.
5. Cada día el creyente debe saber descubrir los signos de la acción divina, incluso cuando se oculta tras el fluir, aparentemente monótono y sin meta, del tiempo. Como escribía un estimado autor cristiano moderno, "la tierra está impregnada de un éxtasis cósmico: hay en ella una realidad y una presencia eterna que, sin embargo, normalmente duerme bajo el velo de lo cotidiano. La realidad eterna debe revelarse ahora, como en una epifanía de Dios, a través de todo lo que existe" (Romano Guardini, Sapienza dei Salmi, Brescia 1976, p. 52).
Descubrir, con los ojos de la fe, esta presencia divina en el espacio y en el tiempo, pero también en nosotros mismos, es fuente de esperanza y confianza, incluso cuando nuestro corazón se halla turbado y sacudido, "como se estremecen los árboles del bosque por el viento" (Is 7,2). En efecto, el Señor entra en escena para regir y juzgar "al orbe con justicia, a los pueblos con fidelidad" (Sal 95,13). [Audiencia general del Miércoles 2 de abril de 2003]