Introducción general
El profeta de la "Consolación" nos ha legado con el presente cántico uno de los pasajes más sublimes del Antiguo Testamento. Aquí se fusionan la divinidad absolutamente única de Yahvé con la unidad de género humano, bajo la soberanía de Dios. El horizonte universalista y la forma de entrar a formar parte del nuevo Pueblo son únicas hasta este momento. Ambos conceptos son decisivos para la estructura de la Iglesia. El triunfo de Israel y el triunfo del Crucificado se deben a un mismo Dios: el Dios de Israel, el Salvador.
En las celebraciones comunitarias se pueden acentuar las siguientes fases del cántico: Los gentiles se unirán a Yahvé: "Es verdad... nunca jamás" (vv. 15-17). Evidencia de la obra de Yahvé: "Así dice... lo que es justo" (vv. 18-19). Yahvé es el Dios universal: Reuníos... la estirpe de Israel" (vv 20-25).
El Dios escondido
Cuanto el hombre busca, interroga, piensa, se representa o construye es vacío y caos si no cuenta con el Dios escondido, pero que no habla a escondidas, ni manda buscarle en un país tenebroso. La historia y los creyentes testifican que sólo Él es el "Salvador". El lenguaje del testigo definitivo, fiel y veraz (Ap 3,14), es sumamente persuasivo por ser el resplandor de la gloria de Dios. En Cristo ha tenido lugar la proclamación de un dictamen conforme a justicia: Que nuestra culpa ha sido cancelada y que hemos sido salvados con una salvación perpetua. Todo el ser y el acontecer humano tiene sentido siempre que se busque al Dios escondido y ahora manifestado en Cristo. Seamos testigos de este Dios.
Recemos a un Dios que puede salvar
Antes y ahora nuestro mundo está lleno de dioses que no pueden salvar. Si antes era un ídolo de madera, hoy pueden ser las ideologías, la evasión, el consumismo, etc. Los supervivientes de las calamidades de rodos los tiempos saben que la salvación no es hechura humana. Sólo quien "modeló la tierra, la fabricó y la afianzó" puede presentarse como "Dios justo y salvador". Por ello envió a su Hijo como salvador del mundo. De este modo se hicieron patentes la gracia y el amor de Dios nuestro salvador. En consecuencia, hoy es el día de la gracia, hoy es el día de la salvación. Una salvación que ya poseemos en esperanza, y que llegará a ser plenitud cuando seamos salvados de la ira y nuestra carne sea transformada. Entonces desaparecerán la enfermedad, el sufrimiento, la muerte, y gozaremos de una vida colmada, remecida, porque "la salvación es de nuestro Dios y del Cordero" (Ap 7,10). Nosotros rezamos al Dios de nuestra salvación.
"Sé a quién me he confiado"
La vuelta al Dios que salva implica una renuncia a otros muchos dioses. Es muy posible que la renuncia lleve consigo la incomprensión y, a veces, la persecución en torno. Sin embargo, quien vuelve a Dios sabe que "sólo el Señor tiene la justicia y el poder": un poder que exaltó a Jesús dándole el "Nombre-sobre-todo-nombre", y una justicia que le acredita como el único Dios veraz. Ante el Señor exaltado se doblará toda rodilla, reconociéndole Señor y juez soberano. Mantener una actitud arrogante ante el Redentor del hombre es insensato. Aceptarle como Dios y Salvador es la consecuencia para quien quiera ser salvado. Al alabar a nuestro Dios, único y universal, nos gloriamos con su triunfo futuro sobre todos sus detractores.
Resonancias en la vida religiosa
Testigos de la soberanía de Dios: Somos testigos de la soberanía de Dios en una humanidad crecientemente más atenta a sus derechos, más preocupada por su liberación y emancipación.
La derrota y el fracaso de quienes buscan la libertad al margen de Dios salvador, se patentiza inequívocamente en la muerte, barrera infranqueable y negación de toda libertad. En cambio, los testigos de la soberanía de Dios reconocemos que su poder creador puede procurarnos una salvación perpetua y hacer que no fracasemos nunca jamás.
La experiencia de la grandeza de Dios está marcada por el signo del ocultamiento. Es un Dios escondido, aunque su búsqueda no conduce al vacío, a la soledad, sino al centro de la historia, a la reunión con los supervivientes de las naciones. La vuelta comunitaria hacia el Señor recrea nuestra humanidad, la libera. La liberación total del hombre es su triunfo y su gloria.
Ser testigos de la soberanía de Dios implica al mismo tiempo la denuncia de la opresión que ejercen sobre el hombre los ídolos, desfigurándolo y destruyéndolo, y el anuncio de la re-unión que crea una comunión-amor como vivo reflejo del Dios escondido. La liberación no la conseguiremos nosotros; la recibiremos del Dios creador y liberador.-- [Ángel Aparicio y José Cristo Rey García]
1. "Es verdad: tú eres un Dios escondido" (Is 45,15). Este versículo, que introduce el cántico propuesto en las Laudes del viernes de la primera semana del Salterio, está tomado de una meditación del Segundo Isaías sobre la grandeza de Dios manifestada en la creación y en la historia: un Dios que se revela, a pesar de permanecer escondido en la impenetrabilidad de su misterio. Es, por definición, el "Dios escondido". Ningún pensamiento lo puede capturar. El hombre sólo puede contemplar su presencia en el universo, casi siguiendo sus huellas y postrándose en adoración y alabanza.
El trasfondo histórico donde nace esta meditación es la sorprendente liberación que Dios realizó en favor de su pueblo, en el tiempo del exilio de Babilonia. ¿Quién habría pensado que los desterrados de Israel iban a volver a su patria? Al contemplar la potencia de Babilonia, no podían por menos de caer en la desesperación. Pero he aquí la gran nueva, la sorpresa de Dios, que vibra en las palabras del profeta: como en el tiempo del Éxodo, Dios intervendrá. Y si en aquella ocasión había doblegado con castigos tremendos la resistencia del faraón, ahora elige a un rey, Ciro de Persia, para derrotar la potencia de Babilonia y devolver a Israel la libertad.
2. "Tú eres un Dios escondido, el Dios de Israel, el Salvador" (Is 45,15). Con estas palabras, el profeta invita a reconocer que Dios actúa en la historia, aunque no aparezca en primer plano. Se podría decir que está "detrás del telón". Él es el "director" misterioso e invisible, que respeta la libertad de sus criaturas, pero al mismo tiempo mantiene en su mano los hilos de las vicisitudes del mundo. La certeza de la acción providencial de Dios es fuente de esperanza para el creyente, que sabe que puede contar con la presencia constante de Aquel "que modeló la tierra, la fabricó y la afianzó" (Is 45,18).
En efecto, el acto de la creación no es un episodio que se pierde en la noche de los tiempos, de forma que el mundo, después de ese inicio, deba considerarse abandonado a sí mismo. Dios da continuamente el ser a la creación salida de sus manos. Reconocerlo es también confesar su unicidad: "¿No soy yo, el Señor? No hay otro Dios fuera de mí" (Is 45,21). Dios es, por definición, el Único. Nada se le puede comparar. Todo está subordinado a él. De ahí se sigue también el rechazo de la idolatría, con respecto a la cual el profeta pronuncia palabras muy duras: "No discurren los que llevan su ídolo de madera y rezan a un dios que no puede salvar" (Is 45,20). ¿Cómo ponerse en adoración ante un producto del hombre?
3. A nuestra sensibilidad actual podría parecerle excesiva esta polémica, como si estuviera dirigida contra las imágenes consideradas en sí mismas, sin percibir que se les puede atribuir un valor simbólico, compatible con la adoración espiritual del único Dios. Ciertamente, aquí está en juego la sabia pedagogía divina que, a través de una rígida disciplina de exclusión de las imágenes, protegió históricamente a Israel de las contaminaciones politeístas. La Iglesia, en el segundo concilio de Nicea (año 787), partiendo del rostro de Dios manifestado en la encarnación de Cristo, reconoció la posibilidad de usar las imágenes sagradas, con tal de que se las tome en su valor esencialmente relacional.
Sin embargo, sigue siendo importante esa advertencia profética con respecto a todas las formas de idolatría, a menudo ocultas, más que en el uso impropio de las imágenes, en las actitudes con las que hombres y cosas se consideran como valores absolutos y sustituyen a Dios mismo.
4. Desde la perspectiva de la creación el himno nos lleva al terreno de la historia, donde Israel pudo experimentar muchas veces la potencia benéfica y misericordiosa de Dios, su fidelidad y su providencia. En particular, en la liberación del exilio se manifestó una vez más el amor de Dios por su pueblo, y eso aconteció de modo tan evidente y sorprendente que el profeta llama como testigos a los mismos "supervivientes de las naciones". Los invita a discutir, si pueden: "Reuníos, venid, acercaos juntos, supervivientes de las naciones" (Is 45,20). La conclusión a la que llega el profeta es que la intervención del Dios de Israel es indiscutible.
Brota entonces una magnífica perspectiva universalista. Dios proclama: "Volveos hacia mí para salvaros, confines de la tierra, pues yo soy Dios y no hay otro" (Is 45,22). Así resulta claro que la predilección con que Dios eligió a Israel como su pueblo no es un acto de exclusión, sino más bien un acto de amor, del que está destinada a beneficiarse la humanidad entera.
Ya en el Antiguo Testamento se perfila la concepción "sacramental" de la historia de la salvación, que ve en la elección especial de los hijos de Abraham y, luego, de los discípulos de Cristo en la Iglesia, no un privilegio que "cierra" y "excluye", sino el signo y el instrumento de un amor universal.
5. La invitación a la adoración y el ofrecimiento de la salvación se dirigen a todos los pueblos: "Ante mí se doblará toda rodilla, por mí jurará toda lengua" (Is 45,23). Leer estas palabras desde una perspectiva cristiana significa ir con el pensamiento a la revelación plena del Nuevo Testamento, que señala a Cristo como "el Nombre sobre todo nombre" (Flp 2,9), para que "al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos; y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre" (Flp 2,10-11).
Nuestra alabanza de la mañana, a través de este cántico, se ensancha hasta las dimensiones del universo, y da voz también a los que aún no han tenido la gracia de conocer a Cristo. Es una alabanza que se hace "misionera", impulsándonos a caminar por todas las sendas, anunciando que Dios se manifestó en Jesús como el Salvador del mundo. [Audiencia general del Miércoles 31 de octubre de 2001]