Samuel es uno de las grandes personajes de la historia bíblica. Fue juez (1Sam 7,15), profeta (1Sam 9,19) y sacerdote (1Sam 2,18), es decir que acaudillaba su tribu, pero también traía la voluntad de Dios sobre su pueblo, y servía al mismo Dios en el santuario tribal.
Encontraremos muy pocos Samuel en la Biblia, en realidad solamente dos, nuestro profeta y uno mencionado apenas una vez en una lista genealógica de descendientes de Isacar. En la Biblia no se acostumbró poner a los hijos el nombre de los más grandes de la historia, posiblemente por respeto hacia el héroe (lo contrario de lo que haríamos nosotros): no se hallarán Moisés, Aarón, David, y sólo tardíamente se empezaron a usar familiarmente los nombres de los patriarcas.
El "Libro de Samuel" (dividido en dos por motivos prácticos, pero que forma realmente una unidad) no fue escrito por el profeta, sino que lleva ese nombre por ser uno de los personajes más destacados de su primera mitad (es decir: 1Sam 1-25). En 1Cr 29,29 se lo llama con el nombre mucho más largo pero acertado de "Historia del vidente Samuel, del profeta Natán y del vidente Gad", porque realmente el libro "de Samuel" es la historia de los inicios de la monarquía vista desde la óptica de los profetas que, en nombre de Dios, condujeron ese proceso profundamente transformador que fue el paso de la liga tribal (período de los Jueces) al estado monárquico unificado.
El libro es un mosaico de tradiciones provenientes de recuerdos tribales de la tribu de Efraín (la de Samuel), de la memoria del santuarios de Siló, que fue el santuario más importante de la liga tribal, de la memoria de los orígenes monárquicos con Saúl y David, así como de las tradiciones proféticas ligadas al importante núcleo de Ramá.
No puede decirse que Samuel fuera un profeta en el sentido que esta palabra adquirió en el clasicismo bíblico, es decir, con posterioridad a Elías, un siglo más tarde, por eso la propia Biblia, aunque reconoce que por su palabra se hacía presente la violuntad de Dios para su pueblo (como es lo propio de un profeta), en general prefiere para el el título de "vidente".
Como suele ocurrir en la narrativa bíblica, más que una historia ordenada y organizada en torno a Samuel, tenemos una serie de viñetas que nos presentan los aspectos memorables del personaje, por los que ha quedado grabado en la memoria popular. Uno de ellos es su nacimiento y vocación: nacimiento por la fervorosa oración de su madre estéril, Ana (1Sam 1), que al ser escuchada prorrumpe en un bello cántico de salvación (1Sam 2,1-10), modelo muy inmediato (se citan frases literales) del Magníficat, el cántico de la Virgen, en Lc 1,46ss. Y vocación en ese emblemático relato del niño que aun no sabe reconocer la voz de Dios, pero es llamado por Él por su nombre (1Sam 3).
No es sino de los grandes de los que se puede decir una frase como esta: "Yahveh estaba con él y no dejó caer en tierra ninguna de sus palabras." (1Sam 3,19).
Juez y sacerdote, se nos muestra en este doble cometido en el relato de la victoria de Israel contra los filisteos, en 1Sam 7: como sacerdote ofrece víctimas a Dios en nombre del pueblo para obtener su favor (1Sam 7,9-10), y aunque el santuario principal al que está asociado sea el de Siló, su autoridad se extiende también a otros importantes santuarios locales como Betel y Mispá (1Sam 7,16). En esos mismos santuarios se dice que "juzga" a su pueblo, es decir, que arbitra en los problemas locales y orienta la vida social, política y religiosa.
Una curiosidad sobre su sacerdocio es que la tradición posterior no lograba encajar del todo la idea de un sacerdote que no fuera descendiente de Aarón (en realidad esto había sido lo normal antes de la centralización del culto, entre los siglos VII y VI), así que a despecho de que literal y claramente el libro de Samuel lo declara de la tribu de Efraín (1Sam 1,1), 1Cro 6,13, fruto de una mentalidad muy posterior, traslada esa genealogía al ámbito de los hijos de Leví. Algo parecido a lo que hacemos nosotros cuando dotamos de tiara a las imágenes de San Pedro...
Sobre todo desempeñó la tarea fundamental de ungir al primer rey de Israel: Saúl (1Sam 10). Ese reinado, sin embargo, no prosperó, pero las bases del nuevo sistema estaban echadas, y con el segundo, David, ungido también por Samuel (1Sam 16), se consolidó.
La historia de los orígenes de la monarquía israelita es oscura, y la Biblia no nos ahorra las complicaciones: en 1Sam 8 se nos cuenta que la voluntad popular de ungir un rey es un rechazo a Yahvé, y que el propio profeta no está de acuerdo con realizar, aunque obedece finalmente a Dios. Pero a vuelta de página, 1Sam 9, se nos cuenta que el establecimiento de la monarquía es iniciativa del propio Yahvé (1Sam 9,15-16), uno de sus proverbiales actos salvadores por los cuales se hace presente en el sufrimiento de su pueblo. La Biblia ha consignado las dos interpretaciones del mismo hecho, posiblemente porque no haya una interpretacion única que lo agote: con la monarquía Israel ganó en cohesión, y creció hacia un estado más acorde con la época en la que vivía, pero es verdad que perdió también algunos valores tan propios de la vida tribal anterior, la cohesión por familias, el hecho de que gobernantes y gobernados se conocieran entre sí. Yahvé no deja de acompañar a su pueblo en esta nueva etapa, pero tampoco deja de señalar que su deseo es habitar con sus hijos, no con una maquinaria estatal de producción.
Uno de los episodios más curiosos de la vida de Samuel es cuando, ya muerto, su espíritu es invocado por un enloquecido Saúl, 1Sam 28,7-25: Yahvé se le niega por completo a Saul, lo ha rechazado del todo, y ya no atiende ni las consultas de los profetas, ni las suertes echadas en el santuario, ni se aparece en sueños, que son todos ellos los canales "oficiales" para conocer su voluntad. Así que Saúl, desesperado, decide romper una barrera: la de la muerte, idea que para la Biblia solo puede provenir de una mente perturbada. Decide consultar a una nigromante. No dice la Biblia que tal consulta no sea posible, y que no se obtendrían respuestas ciertas, pero le está vedada al verdadero creyente (Dt 18,14). Evidentemente ni muerto puede Samuel dejar de ser un testigo auténtico de Yahvé, así que profetiza, sí, pero profetiza la total e inminente ruina de Saúl y de toda su casa, lo que no tardó en producirse en las montañas de Gelboé (1Sam 31).
Aunque es imposible datar con completa certeza nada de la historia antigua de Israel, aceptando la cronología habitual del período de los Jueces (siglos XII y XI a.C.) y del reinado de David y Salomón (siglo X), debemos colocar a Samuel en el siglo XI a.C., con nacimiento hacia aproximadamente el 1080/70.
La imagen que ilustra este artículo es una iluminación sobre pergamino del 1180 de nuestra era, de la "Biblia de Winchester", perteneciente en la actualidad a la colección Morgan del Metropolitan Museum of Arts, de New York, USA, que recoge los momentos más significativos de la vida de Samuel,
1-abajo, a la izquierda: Ana reza angustiada, y ante el requerimiento de Elí por considerarla borracha Ana le explica el motivo de su angustia (1Sam 1,1-18).
2-primer cuadro de arriba: Ana tiene el niño y lo ofrece consagrado a Yahvé (1Sam 1,19-28).
3-siguiente hacia abajo: El niño escucha a Yahvé sin saberlo, y consulta con Elí (1Sam 3).
4-último, abajo a la derecha: Samuel visita a Jesé y unge a su hijo David como futuro rey de Israel (1Sam 16,1-13).
No es sencillo encontrar material bibliográfico sobre Samuel, ya que, o se pierde en análisis de fuentes sobre los libros de su nombre, o simplemente los aceptan como una fuente histórica sin más. El Cuaderno bíblico «Verbo divino» nº 89, «Samuel, Juez y Profeta», de André Wénin, Ed. Verbo Divino, 1996, hace una interesante aproximación narratológica a los libros, tomando como hilo conductor al personaje. Vale la pena.