Agustín, ¿no es verdad que nos has llamado
a la vida interior?
¿Aquella vida que nuestra educación moderna,
toda proyectada sobre el mundo externo
y toda inspirada por las dominantes impresiones
del mundo externo,
deja languidecer y casi nos causa cansancio?
Ya no sabemos recogernos,
no sabemos ya meditar,
ya no sabemos rezar.
Hemos conquistado el mundo
y hemos perdido nuestra alma.
Si entramos en nuestro espíritu,
nos cerramos dentro
y perdemos el sentido de la realidad exterior,
de la realidad total;
si salimos fuera, perdemos el sentido
y el gusto de la realidad interior,
de la verdad, que solo la ventana de la vida interior
nos descubre.
Ya no sabemos establecer la relación justa
entre inmanencia y trascendencia;
ya no sabemos encontrar el sendero de la verdad
y de la realidad
puesto que hemos olvidado el punto de partida
que es la vida interior,
y su punto de llegada que es Dios.
Haznos volver, san Agustín, a nosotros mismos;
enséñanos el valor de la amplitud del reino interior;
recuérdanos aquellas palabras tuyas:
«a través de mi alma yo subiré...»;
infunde en nuestro ánimo tu pasión:
«¡Oh verdad, oh verdad,
qué profundos suspiros subían... hacia Ti
de lo más íntimo de mi alma!».
Agustín, sé para nosotros un maestro de vida interior; haz que nos recuperemos con nosotros mismos,
y que volviendo a la posesión de nuestra alma
podamos descubrir interiormente el reflejo,
la presencia, la acción de Dios,
y que, dóciles a la invitación
de nuestra verdadera naturaleza,
más dóciles aún al misterio de su gracia,
podamos alcanzar la sabiduría, o sea,
con el pensamiento la Verdad,
con la Verdad el Amor,
con el Amor la plenitud de la Vida
que es Dios. Amen
Agustín, ¿no es verdad que nos has llamado
a la vida interior?
¿Aquella vida que nuestra educación moderna,
toda proyectada sobre el mundo externo
y toda inspirada por las dominantes impresiones
del mundo externo,
deja languidecer y casi nos causa cansancio?
Ya no sabemos recogernos,
no sabemos ya meditar,
ya no sabemos rezar.
Hemos conquistado el mundo
y hemos perdido nuestra alma.
Si entramos en nuestro espíritu,
nos cerramos dentro
y perdemos el sentido de la realidad exterior,
de la realidad total;
si salimos fuera, perdemos el sentido
y el gusto de la realidad interior,
de la verdad, que solo la ventana de la vida interior
nos descubre.
Ya no sabemos establecer la relación justa
entre inmanencia y trascendencia;
ya no sabemos encontrar el sendero de la verdad
y de la realidad
puesto que hemos olvidado el punto de partida
que es la vida interior,
y su punto de llegada que es Dios.
Haznos volver, san Agustín, a nosotros mismos;
enséñanos el valor de la amplitud del reino interior;
recuérdanos aquellas palabras tuyas:
«a través de mi alma yo subiré...»;
infunde en nuestro ánimo tu pasión:
«¡Oh verdad, oh verdad,
qué profundos suspiros subían... hacia Ti
de lo más íntimo de mi alma!».
Agustín, sé para nosotros un maestro de vida interior; haz que nos recuperemos con nosotros mismos,
y que volviendo a la posesión de nuestra alma
podamos descubrir interiormente el reflejo,
la presencia, la acción de Dios,
y que, dóciles a la invitación
de nuestra verdadera naturaleza,
más dóciles aún al misterio de su gracia,
podamos alcanzar la sabiduría, o sea,
con el pensamiento la Verdad,
con la Verdad el Amor,
con el Amor la plenitud de la Vida
que es Dios. Amen
Agustín, ¿no es verdad que nos has llamado
a la vida interior?
¿Aquella vida que nuestra educación moderna,
toda proyectada sobre el mundo externo
y toda inspirada por las dominantes impresiones
del mundo externo,
deja languidecer y casi nos causa cansancio?
Ya no sabemos recogernos,
no sabemos ya meditar,
ya no sabemos rezar.
Hemos conquistado el mundo
y hemos perdido nuestra alma.
Si entramos en nuestro espíritu,
nos cerramos dentro
y perdemos el sentido de la realidad exterior,
de la realidad total;
si salimos fuera, perdemos el sentido
y el gusto de la realidad interior,
de la verdad, que solo la ventana de la vida interior
nos descubre.
Ya no sabemos establecer la relación justa
entre inmanencia y trascendencia;
ya no sabemos encontrar el sendero de la verdad
y de la realidad
puesto que hemos olvidado el punto de partida
que es la vida interior,
y su punto de llegada que es Dios.
Haznos volver, san Agustín, a nosotros mismos;
enséñanos el valor de la amplitud del reino interior;
recuérdanos aquellas palabras tuyas:
«a través de mi alma yo subiré...»;
infunde en nuestro ánimo tu pasión:
«¡Oh verdad, oh verdad,
qué profundos suspiros subían... hacia Ti
de lo más íntimo de mi alma!».
Agustín, sé para nosotros un maestro de vida interior; haz que nos recuperemos con nosotros mismos,
y que volviendo a la posesión de nuestra alma
podamos descubrir interiormente el reflejo,
la presencia, la acción de Dios,
y que, dóciles a la invitación
de nuestra verdadera naturaleza,
más dóciles aún al misterio de su gracia,
podamos alcanzar la sabiduría, o sea,
con el pensamiento la Verdad,
con la Verdad el Amor,
con el Amor la plenitud de la Vida
que es Dios. Amen
Angeles y Santos