«Era la víspera del sábado, el más solemne de todos, los judíos, para que los cadáveres no quedaran en la cruz el sábado, pidieron a Pilato que les quebrasen las piernas y los descolgasen. Fueron los soldados y quebraron las piernas a los dos crucificados con él. Al llegar a Jesús, viendo que estaba muerto, no le quebraron las piernas, pero un soldado le abrió el costado de una lanzada. Al punto brotó sangre y agua. El que lo vio lo atestigua y su testimonio es fidedigno, sabe que dice la verdad, para que creáis vosotros. Esto sucedió de modo que se cumpliera la Escritura: No le quebraréis ni un hueso, y otra Escritura dice: Mirarán al que atravesaron.» (Jn 19,31-37)
Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al ver la lanzada que dieron en el corazón de tu Hijo; sentirías como si la hubieran dado en tu propio corazón; el Corazón Divino, símbolo del gran amor que Jesús tuvo ya no solamente a Ti como Madre, sino también a nosotros por quienes dio la vida; y Tú, que habías tenido en tus brazos a tu Hijo sonriente y lleno de bondad, ahora te lo devolvían muerto, víctima de la maldad de algunos hombres y también víctima de nuestros pecados; te acompañamos en este dolor... Y, por los méritos del mismo, haz que sepamos amar a Jesús como El nos amo.