Imagino que éste no es el mejor sitio para pegar el artículo, pero tenía ganas de charlarlo.
http://.hipertextual.com/2015/09/escasez-artificial-monopolios
Nunca se me había ocurrido la idea de que la noción de propiedad es la culpable de la escasez
No veo por qué no pueda charlarse este tema aquí...
Sin embargo, aunque en algunos aspectos el artículo tiene razón, creo que no analiza la cuestión muy en profundidad: es verdad que los bienes intelectuales no son agotables como un recurso material: si uso todo el cobre explotable de una mina, esa mina se agota, pero si copio todas las obras de PLatón, las originales siguen estando.
Pero no son infinitos: cada productor intelectual tiene una capacidad finita de producir bienes intelectuales, y un tiempo limitado (su vida) para hacerlo. Por muy rápido que componga un músico (pongamos por ejemplo, Mozart), necesita un tiempo para hacerlo, tiempo que le tiene que ser retribuido por los destinatarios del producto de una u otra manera, porque su tiempo es limitado, y si tiene que picar piedras para vivir, no podrá producir la obra.
El fundamento de la propiedad intelectual no está en la protección de la finitud del producto, sino del productor, ya que no da lo mismo una obra que otra, ni un autor que otro; y en ese sentido es el reconocimiento de un derecho real y auténtico, de una verdadera necesidad para el que produce bienes de cultura.
En otras épocas, en sociedades muy pequeñas, con una difusión muy escasa de los bienes de cultura, el autor cobraba directamente de los consumidores, en la forma de un prestigio que le permitía recibir manutención, no formal, por el reconocimiento de sus especiales cualidades, su "don".
Sin embargo, en cuanto la sociedad crecía un poco, por ejemplo en el medioevo, los artistas se agremiaban para hacer más tolerables los vaivenes del intercambio entre producción y consumidores; auqnue esto ya introduce una distorsión, termina el gremio dictando las reglas del arte por sobre la conciencia personal del artista.
En el renacimiento se generaliza el mecenazgo, es decir: un receptor de bienes culturales privilegiado (el noble del lugar, llamémosle el "príncipe", como represantación de toda una comunidad) reconoce en tal autor la realización de lo necesario para esa comunidad, y lo mantiene, a cambio de que produzca. La comunidad no paga individualmente, pero está representada en el cabeza de la comunidad, y paga, en tanto su voluntad está cedida al príncipe.
Es que nadie debería consumir una obra sin asegurar a su autor de una manera un otra, el prorrateo de su subsistencia.
En las sociedades actuales, enormes y sin "príncipes", de hecho no es posible compensar al autor de manera directa; nacen así los intermediarios, a los que genéricamente podemos llamar editores, o empresarios de la cultura: ellos están en contacto con el público, y con el autor, de modo que pueden hacer ese puente de que lo que tú pagas por un producto le llegue al autor.
Eso también es un concepto ideal: la realidad es que la institución de los editores es tan imperfecta como la de los príncipes, los gremios, etc.
Normalmente los autores terminan teniendo que ceder a los editores el valor real de la obra, a cambio de un adelanto para comer (el típico artista que vendía sus cuadros a cambio de un café con leche), el editor se va convirtiendo en un tirano del consumo: él dice lo que se puede y no se puede consumir, y a qué precio, que ya no es el prorrateo de la vida del autor, sino el mantenimiento de unas estructuras industriales enormes al servicio del prestigio del editor.
Nacen entonces (inicios del siglo XX) las "sociedades autorales", que supuestamente defienden los derechos del autor frente a los de los editores (no frente al público). En la práctica, funciona pocos años, los editores terminan adueñándose de las sociedades autorales (como es actualmente) y el nombre de "autoral" sólo queda en los estatutos, en la práctica, son organismos recaudatorios a medio camino entre lo público y lo privado, sin más autoridad que la que obtuvieron de las leyes cuando realmente eran autorales, y alimentando la ficción económicamente beneficiosa de un enfrentamiento entre autores y público.
Yo creo que a esas instancias intermedias no sólo es moralmente lícito copiarles y lo que las leyes llaman "robarles", sino que además es bueno, es un acto de solidaridad con el verdadero estafado, que es el autor.
Pero me parece que nunca hay que perder de vista que el objetivo no puede ser que el autor tenga que comer de "otro trabajo" sino restituir al autor algo de lo que realmente merece. Entonces, nunca copiar a editoriales pequeñas, nunca a autores directos, solidarizarse con las colectas de los autores, etc. y sobre todo, tomar conciencia de que la creación intelectual necesita tiempo, y que el tiempo que usamos de los demás siempre debe, de una manera u otra, pagarse (por supuesto, esto valdría también para los editores, si no se cobraran en un solo libro lo que deberían ganar con cien).
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«Busca a Dios, entonces hallarás a Dios y todo lo bueno.» (M. Eckhard)
Tal cual. El problema no es la propiedad de la obra o su uso, sino que los autores no solo puedan vivir de su obra, y seguir creando (lo que incluye tiempo para hacer cosas locas y nuevas, y meter la pata)
Como están las cosas ahora, las editoriales y sus alter ego necesitan cavar para hacerse un espacio entre el autor y el público, sin aportar gran cosa en el medio.
Me gustan las propuestas de Orsai, o de algunos cantantes como Calle 13, que ponen toda la obra disponible y se financian por vías colaterales. Pero eso requiere una masa crítica y no todos pueden alcanzarla, incluso con una obra muy buena en su haber.
Por otro lado, hay cosas que me encantan, sin las cuales mi vida sería triste, que no hubiera conocido nunca, sin los sistemas de distribución gratuitos.
¿Cómo hacemos para que un poema sea tan valorado como una lavadora?
O mejor aún, ¿como hacemos para dejar de vivir en un mundo donde el mercado marque el valor?