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Aprendices de profetas

Domingo XI del Tiempo Ordinario, ciclo B: Ez 17,22-24; Sal 91; 2Cor 5,6-10; Mc 4,26-34

por Lic. Abel Della Costa
Nació en Buenos Aires en 1963. Realizó la licenciatura en teología en Buenos Aires, y completó la especialización en Biblia en Valencia.
Desde 1988 hasta 2003 fue profesor de Antropología Teológica y Antropología Filosófica en en la Universidad Católica Argentina, Facultad de Ciencias Sociales.
En esos mismos años dictó cursos de Biblia en seminarios de teología para laicos, especialmente en el de Nuestra Señora de Guadalupe, de Buenos Aires.
En 2003 fundó el portal El Testigo Fiel.
16 de junio de 2012
Se dice muchas veces que tenemos que tener una actitud "profética"; se identifica muy frecuentemente esa actitud con la denuncia y la condena. En el profeta Ezequiel y en el evangelio de hoy aprendemos a movernos en la actitud profética.

Hoy es un domingo del Tiempo Ordinario, sin características litúrgicas especiales, por lo que las lecturas siguen el esquema básico: primera, salmo y evangelio, relacionadas entre sí, y la segunda, sigue su propio curso, que en este ciclo B se centra en fragmentos de la segunda Carta a los Corintios.

Ese pensamiento principal gira sobre discursos propios de profetas: en la primera Ezequiel, y en la segunda Jesús; efectivamente, el evangelio nos muestra hoy no sólo un par de párabolas breves, sino que nos acerca a la predicación viva de Jesús, mostrándonos su forma de presentarse como profeta ante su pueblo: "Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado." Si nos quedamos sólo con la primera parte de esta frase, parece decir que Jesús habla en parábolas para acomodarse a la simpleza de sus oyentes, asegurarse de ser bien entendido. Pero la frase continúa y matiza: "Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.". Lo que viene a decir es que la parábola tiene una función ambivalente: parece simple y explicativa, pero en realidad oculta algo, algo debe ser penetrado en ella para realmente comprenderla. La parábola, en manos de un simple maestro, es una comparación que ayuda a clarificar y pensar un problema complejo; en manos de un profeta es un medio de revelación: de llegar a poder hablar el discurso de Dios de modo indirecto y elusivo, de modo que sólo lo entiende plenamente aquel que se pone en un camino de comprensión. No es un recurso pedagógico sino el llamado a una conversión del oído: aprender a comprender el lenguaje esquivo de Dios.

"Pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado". Los discípulos de un profeta no son sólo estudiantes, son también incipientes profetas, están llamados a ser en algún momento profetas, y tienen acceso al misterio divino de otra manera: tienen que aprender a mirar de frente ese misterio, porque a su vez su vida consistirá en saber encontrar la palabra que lo revele ante el mundo sin mundanizarlo. No es un privilegio que Jesús nos llame a nosotros, sus discípulos, a la explicación en privado. Mejor dicho, no es un privilegio nobiliario, sino un privilegio que es a la vez una grave carga. Ser llamados, no a la escucha parabólica sino a la visión directa entraña en nosotros la decisión de ser discípulos, de aceptar el discipulado, de aceptar esta tarea de incipientes profetas.

¿Pero cuándo nos explica las parábolas en lenguaje directo? No en las lecturas, sino en las acciones de Jesús: la liturgia en la que participamos, la celebración de su muerte sacrificial y su resurrección son la explicación y a la vez la celebración de todos los misterios, la llave para entender cada una de las parábolas: si no escuchamos la parábola, las acciones no se sabe a qué apuntan, si no participamos de su muerte y resurrección, las parábolas permanecen indescifradas.

Veamos con más detenimiento estas lecturas en parábolas. Hay varias ideas que las recorren, me centraré en dos:

-La imagen de plantar (un árbol, una semilla), la cuestión del crecimiento, la antítesis entre el humilde comienzo y el frondoso resultado, la antítesis entre el árbol plantado por el sembrador y los demás árboles, que quedan más pequeños, o directamente aniquilados.

-La relación del árbol con los pájaros.

 

La imagen de plantar

Aparece tres veces (una en Ezequiel y dos en Marcos), sin embargo cada vez con un matiz distinto: "Arrancaré una rama del alto cedro...", es claro que el profeta se está refiriendo al cedro que es Israel, del cual se arranca una rama: no se trata de otra plantación nueva, sino de un trasplante. Pensamos enseguida en la predicación a los gentiles, porque a través de san Pablo nos es familiar la imagen profética de la incorporación de los gentiles al pueblo de Dios como un injerto (el olivo silvestre  en el cultivado, Rm 11). Sin embargo esto no es lo mismo, o incluso es lo opuesto: Ezequiel no está hablando de la incorporación de los gentiles al pueblo de Dios, sino a la poda del pueblo de Dios: de un pueblo que no da frutos, Dios lo poda, desgaja y limpia, saca las ramas más elevadas, y las pone a su vez en un lugar aun más elevado, en un monte alto, para que dé frutos, y ese roble que sale puede ser a la vez llamado nuevo y el mismo. El monte tiene una lectura ambivalente en la Biblia, es un símbolo del falso culto a Dios, pero a la vez en el monte Dios se revela y da su ley. Aquí está claro que el monte elevado evoca el segundo aspecto: es Dios mismo quien elige el monte elevado para proclamar de nuevo la verdad de su pueblo; al mismo tiempo, santifica el monte, ha desaparecido de allí el falso culto a Dios, es ahora el lugar al que, por ser elevado, todos pueden mirar, y ver el árbol alto, que da frutos.

El salmo poetiza con ese árbol, y le da una posible lectura (pero debemos decir que no es exclusiva): "El justo crecerá como una palmera,/se alzará como un cedro del Líbano;/plantado en la casa del Señor,/crecerá en los atrios de nuestro Dios." El árbol es el propio justo, pero si atendemos a lo que propiamente Ezequiel dice, es también la comunidad de los justos, puesta como faro en la cima del monte elevado, para ser vista y admirada.

Jesús retoma la imagen del árbol y concreta: "el reino de los cielos se parece a". La imagen en la que concreta no es ni el justo ni la comunidad de los justos, sino el propio reino de los cielos. No "se parecerá", sino que "se parece", porque para Jesús, y para el que quiera escuchar estas parábolas en lenguaje dorecto, para quien quiera ser discípulo, el reino ya está implantado, en este mismo momento. Sólo con mirada de discípulo se lo ve, y a la vez la mirada de discípulo se prueba en la condición de quien ve realmente al reino de los cielos crecer y desarrollarse.

Como discípulos no esperamos el reino en la incerteza de si aparecerá o no, como se espera a ver si mañana lloverá o no. Mañana aun no ha llegado, pero el reino ya está, está plantado. Y en este punto vienen los matices con los que Jesús retoma y reelabora la parábola de Ezequiel: el árbol no es sólo el resultado sino un proceso de crecimiento, en el que incluso puede ser que haya momentos en que no nos damos cuenta de él. Nos puede parecer que no crece, pero si pudiéramos oír los microsonidos de la tierra, escucharíamos los crujidos de la semilla, el roturarse de la tierra y hacer lugar a las nuevas raíces. No tenemos oído afinado para eso, pero podemos igual, porque como discípulos hemos sido llevados al lenguaje directo, celebrar que el reino ya está abriéndo paso a las raíces en la tierra: es cuestión de un poco de tiempo más que el árbol haga su aparición y se manifieste como el más grande y noble de los árboles plantado en el monte más elevado.

A la vista del nuevo árbol (que nosotros vemos desde ya, porque lo celebramos), los demás árboles quedan devanecidos, aniquilados. la primera lectura no se ocupa de ellos: de entre ellos salió la rama más alta, que fue trasplantada, pero no se vuelve a hablar de ellos. En cambio Jesús desarrolla un poco esa cuestión, en forma de una antítesis: "se hace más alta que las demás hortalizas". La imagen es la de un árbol plantado en un terreno que está en realidad destinado a otras plantas, a hortalizas, pero este árbol cambia la calidad de ese terreno, las hortalizas se pierden en él. Si la antítesis en la que está pensando Jesús es el mundo y la comunidad de sus discípulos, inicio del Reino, el sentido es que el mundo crece hacia una dirección, pero la realidad del Reino le cambia el destino: aparece un árbol que no se veía y muestra en ese terreno una imagen inesperada. Si la antítesis en la que está pensando Jesús es entre el viejo Israel y el nuevo Israel (que es la imagen que sugiere Ezequiel), el sentido es que al crecer el reino revela una nueva realidad: el nuevo Israel no es sólo nuevo, sino también distinto.

 

El árbol y los pájaros

Tanto Ezequiel como la segunda parábola de Jesús insisten en un punto: los pájaros pueden cobijarse y anidar en las ramas del árbol. La imagen no tiene por qué evocar nada concreto, se trata de una parábola y un símbolo, y por tanto no necesariamente tiene un significado único y excluyente. Los pájaros no son estas o aquellas personas, los judíos, los gentiles, la iglesia, los creyentes, los que se acercan a la fe. Son todos ellos, pero a la vez son simples pájaros. Los pájaros buscan dónde anidar, y si no lo encuentran, no tienen alivio. Resuena de fondo la imagen de la paz en el mundo recreado por Dios tras el diluvio: Noé lanzó un pájaro y volvió, porque no había terminado aun la purificación del mundo, los lanzó otra vez y también volvió, aunque con una rama de olivo en el pico, lo lanzó una tercera vez y ya no volvió, porque encontró dónde anidar (Gn 8).

Quizás está pensando Jesús en el poder de atracción que tiene la obra buena; como sugiere el salmo: "para proclamar que el Señor es justo,/que en mi Roca no existe la maldad." El árbol no existe para sí, sino para decir algo, para dar un mensaje, dar cobijo, sombra, paisaje, fruto. Los pájaros anidan en él y encuentran la paz. De momento, mientras no se ve el árbol, los pájaros no tienen dónde posarse, y están en turbulencia, pero cuando el árbol crece por sobre todos los demás, los pájaros anidan en él. 

Como a nosotros se nos da el lenguaje directo, y no la parábola, sabemos de antemano que el árbol está ya, que el Reino está en este momento mismo creciendo. Los pájaros no lo ven, y están en turbulencia. Podemos enfadarnos con los pájaros, porque no entienden de qué va este nuevo mundo que Dios está creando, o podemos llevar un ensaje pacificador, de ánimo al abatido, de esperanza al impaciente: "mira allí, no hay aun árbol, pero está creciendo". Podría decirle "pájaro, tú no entiendes nada, no ves el árbol", y hasta podría quedar pagado de mí mismo porque realicé una "denuncia profética": zarandeé al pájaro, incapaz de ver el árbol; pero lo que hace el verdadero profeta discípulo de Jesús no es repartir denuncias a los que, por no ser discípulos, no les han abierto los ojos aun para que puedan ver el árbol antes de que sea visible para todos. Si alguien es verdaderamente profeta en ciernes, profeta aprendiz como discípulo de Jesús, lo que hace es hablar como Jesús: alentar al que aun no ve el árbol, pacificar al que se revuelve en su inquietud porque no parece que nada crezca ni nada cambie, esperanzar al que baja los brazos ante un campo que no da fruto.

 

Caminamos sin verlo, guiados por la fe

En este punto, y aunque la segunda lectura no tiene formalmente relación con las otras dos, sino que sigue, domingo a domingo, un curso independiente, nos damos cuenta que san Pablo apunta a algo semejante cuando exhorta a los discípulos de Corinto a mantener la confianza. No se trata de que algún liturgo puso en relación estas lecturas, o que "por casualidad" el "mensaje" de la segunda lectura coincide con la primera y el evangelio; se trata de que Pablo es discípulo, y piensa en sintonía con Jesús, auqnue hable en términos distintos, e incluso unos años después, y en situaciones nuevas para los cristianos. 

Sea cuanto sea de novedosa la situación de la Iglesia, en cada época nos planteamos algunos problemas cruciales: vemos un Reino que está ahí, pero no visible, hablamos a un mundo que no ve eso que vemos, y tenemos que persuadirlo. Persuadirlo precisamente para que el Reino crezca y se haga visible, y los pájaros puedan anidar en él, o la tierra dé su fruto. Para decir ese "mensaje" (que no es ningún mensaje prehecho ni fórmula prefabricada, sino una realidad viva y actuante, que experimentamos) tenemos que actuar al modo del profeta.

Sólo algunas veces el profeta se refiere al futuro, lo fundamental del profeta es revelar lo oculto, sea eso oculto en el futuro, porque aun no ha ocurrido, sea eso en el presente, porque está creciendo ocultamente, sea eso necesariamente escondido, como la propia realidad de Dios, que sólo puede verse "en misterio". Hablar al modo del profeta es revelar cuál es la verdadera realidad, la que no se ve en la apariencia, pero que nosotros experimentamos. Eso no lo podemos inventar, ni se resume en una fórmula, por muy venerable que sea, sólo lo podemos hacer si vemos lo que no se ve, si caminamos entre medio de lo que no se ve, guiados por la fe.

Comentarios
por isidro13 (82.213.158.---) - dom , 14-jun-2015, 10:36:39

Es fantástico volver sobre un texto... siempre se encuentran matices nuevos, se recuerdan aspectos interesantes, importantes...

por F,Garcia (i) (104.4.178.---) - lun , 14-jun-2021, 00:10:43

Las lectura son profundas y requieren Profundizar y Ora. Porque solo en la oracion en contraremos respuesta y Paz para disfrutar del Amor del Padre


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