Me ha sido encargada la tarea de responder, «en una suerte de testimonio», al interrogante: ¿qué es para mí Cristo Jesús? En un primer momento quedé desconcertado porque me parecia evocar penosamente la pregunta de los pietistas de una época, y de los teólogos existencialistas de hoy. Sin embargo eso no cambia en absoluto el hecho de que, a su modo y en su propio lugar, es una pregunta verdaderamente seria. Intentaré darle aquí una respuesta en el breve espacio que le fue asignada.
Naturalmente, cómo podría hacerlo sin decir inmediata y consiguientemente -determinando y dominando todo de la A a la Z- Jesucristo es para mí exactamente (no más y no menos y ninguna otra cosa) que lo que Él para la Iglesia, por Él reunida y encargada en todas sus formas, siempre y sobre todo, en conformidad con el mensaje confiado a ella, era es y será, para todos los hombres por el mundo entero.
Si quisiera realzar algo en particular, por sobre lo que Él es específicamente para mí, ¡no estaría focalizando aquello que él es de hecho para mí! Él para mí en particular es precisamente lo que es para todos los cristianos, mas también para todo el mundo, antes de y fuera de mí y junto a mí. No más, y no menos, nada abstracto respecto a cuanto Él es, precisamente, para mí.
Cristo Jesús es el fundamento de la Alianza, de la comunidad, de la indisoluble comunión entre Dios y el hombre. También yo soy un hombre. Por tanto Él es el fundamento de tal Alianza también para mí.
Cristo Jesús se ha revelado a los cristianos en la unicidad de su existencia como el libre don de esta Alianza transmitido a todos los hombres. También yo puedo ser un cristiano. Así, también para mí Él se ha revelado como demostración de la gracia de Dios libre, e incluso liberadora en mis luchas, que obra en tal Alianza.
En su vida y en su muerte, Cristo Jesús ha llevado sobre sí y quitado el pecado del mundo y de la Iglesia. En cuando también yo soy una persona perteneciente al mundo, reconciliado en Él con Dios, y un miembro de la Iglesia convocada por Él en unidad, puedo también yo vivir y morir en la luz de la justicia y de la santidad de Dios que se contrapone a todas las culpas del mundo y de la Iglesia.
Cristo Jesús ha realizado su obra en la forma de un acontecimiento histórico reconciliador de su vida y de su muerte, ocurrida por el mundo y por la Iglesia. Como hombre perteneciente al mundo y como miembro de la Iglesia, puedo hacer que también la historia de mi vida de hombre y de cristiano llegue a ser la historia de mi justificación personal por obra de Dios y de mi santificación personal en virtud de él, a pesar de todo cuanto lo contradice.
Cristo Jesús, como el Resucitado de entre los Muertos, es la promesa que la victoria de su vida y de su muerte un día, a través de él, será revelada definitivamente y universalmente. En cuanto yo puedo creer en su victoria ya ocurrida, puedo yo también esperar, viviendo y muriendo en esta fe, en tal revelación suya por venir: como en la revelación de mi justificación y santificación cumplidas en él.
Cristo Jesús es la Palabra de Dios dirigida a todos y puesto que también yo soy uno entre este todos, y yo también en la fe y en la esperanza puedo descubrir ser uno de los interpelados por su Palabra, estoy autorizado encargado y liberado para profesar con el corazón, con la boca y con las manos, que Él es la Palabra del amor de Dios. Puesto que Cristo se ha hecho responsable por mí frente a Dios, también yo estoy destinado a responder activamente de la Palabra de Dios dirigida a todos.
Esto es lo que Cristo Jesús es para mí (¡también para mí!).