De pronto se produjo un gran terremoto, pues el Ángel del Señor bajó del cielo y, acercándose, hizo rodar la piedra y se sentó encima de ella.
Su aspecto era como el relámpago y su vestido blanco como la nieve.
Los guardias, atemorizados ante él, se pusieron a temblar y se quedaron como muertos. (Mt 28,2-4)
Cristo resucitó como había dicho, «¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?» (I Cor 15-55)
Cristo ha resucitado por nosotros, nos ha librado del dolor de la muerte, .. aquella muerte de la que pedía ser librado en Getsemaní, como nos dice Hebreos: «El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente» (Heb 5,7). Jesucristo fue escuchado por su escucha al Padre, por eso Dios lo exaltó y lo libró del poder aniquilador de la muerte; y no sólo a él, sino que lo hizo causa de salvación, lo hizo nuestra salvación. He ahí la gloria de nuestro Dios, que se despoja de todo para salvarnos, por puro amor... por darnos la vida en abundancia, esa vida en la que no es la muerte la que tiene la última palabra, si no que espera la eternidad, espera la compañía eterna de los que se aman.
No está aquí, ha resucitado, como lo había dicho (Mt 28, 6).