Un hombre emprendió un largo viaje. Tenía que ir visitar a un rey que vivía en un castillo situado en una montaña muy alta, y en un terreno muy escarpado; además para llegar allí debía antes atravesar selvas y ríos, y cruzar mares.
El hombre no quería hacer solo su viaje, así que salió a la calle, y se decidió a buscar acompañante. Paró al primero que vio; le pregunto si iba de viaje, y si podía acompañarle; éste le respondió que sí; y el hombre se puso a caminar a su lado. Pero pasaban los días, y las noches. Y le parecía que se alejaba de su destino, entonces se dijo que tal vez debería preguntarle, pero tuvo vergüenza y se calló. Pasaron meses, y no parecía ser aquél el camino que debía de seguir para llegar al rey.
Dejó pues caer una pregunta, como quien no quiere la cosa:
-«¿Ya pronto veremos al rey?»
-«¿A qué rey?» -pregunto su compañero- «yo viajo para ver el paisaje, y encontrar uno que me parezca digno de ser pintado».
Nuestro amigo calló, tenía que dar vuelta atrás, había perdido el camino. De nuevo lo empezó y de nuevo lo perdió, varias veces: caminó con bandidos con músicos ambulantesc con guerreros contrarios al rey...
Ya desesperado comentó con su abuela (las abuelas son las personas más sabias) que si no sería mejor seguir el camino solo, pues se estaba retrasando.
-«No tienes por qué, le dijo la abuela, simplemente pregunta a tu acompañante si él también va ver al rey. Si te dice que sí, síguelo, si no espera a otro. No olvides que cada caminante sigue su camino. ¿Tú vas buscando a Dios? ¿quieres llegar a su casa?
Toma por compañeros a los que quieren también llegar a su casa».