Me llamo Elías y estoy preparando las cosas para volver a mi tierra, a Israel. Llevó mas de 9 años fuera de la patria, y me tarda por volver a pisar el suelo patrio, por volver a rezar en el
Templo de Jerusalén.
Aquí en Roma no me iba mal. Pero ahora que el Eterno se llevó a mi esposa, no quiero educar a mis cuatro hijos en esta ciudad corrupta. Volveré a casa, a Nazaret. Porque yo soy de Nazaret.
En mi tierra no tenemos buena fama, aunque allí he conocido la gente más maravillosa. Bueno, no mucha, sólo eran 3 personas: un matrimonio con un hijo.
Y hoy quiero hablaros del chico, Jesús. No me he olvidado de su nombre ni de su rostro. Su padre, José, un hombre de los pies a la cabeza, le enseñó el oficio de carpintero. Si el padre era
honrado y veraz, yo diría que el hijo era como la fuente de las virtudes. Y no es que trabajase gratis, como todos los seres humanos necesitaba comer. Era su alegría, su espíritu servicial, su
sabiduría, pese a ser un joven sin estudios.
Muchas veces estuvo en mi casa. Haciendo algún trabajo: una mesa, o arreglando una ventana... Era un chico con mucho sentido del humor. En una ocasión en que se había subido a lo alto de una
escalera para arreglar mi tejado le dije: «Jesús, ten cuidado, te puedes caer». Me contesto: «Gracias Elías, he bajado de mucho más alto, no te preocupes, me cuida mi Padre», cuando dijo esto,
José ya no estaba con nosotros.
Éramos muchos los que íbamos por su taller. No sólo a encargarle trabajo sino a desahogar el corazón en su hombro. Pese a su juventud, siempre tenía una palabra de consuelo. Jamás decía
«bueno, pues te ha estado bien», pero tampoco animaba a obrar mal, eso nunca.
Muchas veces, si alguno no le podía pagar, no le decía «si no puedes no importa, te hago el trabajo gratis» sino que para evitar humillar al necesitado le pedía a cambio un pequeño trabajo.
Recuerdo a una viejita que le había encargado una silla y que no podía pagarle: le cobró pidiéndole le contase una historia y le cantase una canción. Jamás humilló a nadie.
Jamás salía de sus labios una mentira.
Pasaban con él cosas extrañas. Un día mi hijo mayor, que ahora tiene 12 años, enfermó gravemente. No podía tenerse en pie. Nos aconsejó el médico que le hiciésemos una camilla, y fui a
encargársela a Jesús. Lloró cuando se lo conté, el corazón no le cabía en el pecho. Luego me dijo: «No te voy hacer la camilla, para qué te vas meter en gastos, si mi Padre es bueno y te
ama». No tenia ganas de discutir y salí llorando del taller. En aquel momento no me importaba su padre. Pero sin podérmelo explicar al llegar a casa el niño estaba sano.
Era un joven alegre. Donde había una fiesta en el pueblo, allí estaba animándola con sus cantos y sus bromas. Muchas mujeres del pueblo se fijaron en él como futuro yerno. Y yo un día le
pregunte si ya tenia novia. Me contesto:
-Claro que sí, Elías, más que novia, tengo esposa. Para eso he venido, es decir he nacido para tomar a mi Esposa.
-Querrás decir -le respondí- que has nacido para casarte, como todos.
-No, Elías, yo ya estoy casado. Pero mi esposa aún no me conoce, aún no ha nacido. No me entiendes, no importa, pero me entenderás un día. Te voy a contestar a lo que tú entiendes: no voy a
tomar mujer nunca.
Yo sólo entendí la última frase de su respuesta.
Claro que su Madre también era un ser especial. Trabajaba haciendo arreglos en la ropa, y algún vestido a las mujeres. Siempre estaba también dispuesta a echar una mano, y adelantándose, así
que era lógico que el hijo saliese de aquel modo.
Un día me despedí de ellos para venirme a Roma. Nos abrazamos y lloramos juntos: mi esposa Rebeca quería mucho a María. En sus partos tres de mis hijos nacieron en Nazaret y María fue quien la
atendió y cuidó en el parto, mi esposa le decía:
-Te entrenas para cuando seas abuela.
-No, Rebeca, no va ser abuela nunca. Se entrena para cuando vuelva a ser mamá -respondía Jesús mientras María sonreía.
Así de bromista era Jesús.
Ahora me pregunto qué será de él. A lo mejor se casó y tiene ya tres o cuatro chiquillos. ¿Vivirá María? De todo ello me enteraré dentro de dos días. Porque llego el primer día de la
semana, y quiero dar gracias a Dios por las cosechas en Jerusalén, que mis hijos vean cómo es la fiesta de la promulgación de la Ley, Pentecostés.
Estoy seguro que la vista de la Ciudad Santa nos dará una nueva vida, como si un fuego del cielo bajara a abrasarnos....
UNA MUY BELLA HISTORIA. PODRÍA HABER SIDO REALMENTE ESCRITA POR UN CONTEMPORÁNEO DE JESÚS, QUE LOS CONOCIÓ A ÉL Y A SUS PADRES. SERÍA BUENO QUE TUVIESE CONTINUACIÓN (IGNORO SI LA TIENE O NO).
Gracias por tu comentario; fue escrita por mí, y, corregida por Abel, o, séa que él mérito es suyo; llevo tiempo, sin ponerme a pensar historias; pero me parece bien, lo de continuar ésta. Aunque si puedo, darle el trabajo al jefe( Abel) pues le dejo, que la siga; todos, yo la primera saldremos ganando; si, no puede me lanzaré de nuevo a la aventura.
Gracias de nuevo Celeste
Un beso
Maite