Tongo era un perro de raza indefinida, de color canela, con grandes lunares blancos. Era un perro muy alegre, siempre meneando el rabo. Bueno, en realidad era una perrita, lo que sucede es que sus
amos la habían comprado pensando que era un «chico», y después ya no se podía cambiarle el nombre.
Al principio la vida de Tongo fue muy alegre. Era la atracción de la familia, no paraba de jugar y todos le hacían carantoñas.
Cada tarde su amita la sacaba a pasear y entonces Tongo solía fijarse en Roberto, un gato de raza común, que estaba siempre asomado a la ventana de una casa. A nuestra amiguita le hubiera gustado
hablarle, pero había oído decir que los perros y los gatos eran enemigos, así que prefería no meterse en líos.
Fue Roberto quien decidió romper el hielo un día, y la saludo, con muy mala suerte: mala suerte, porque perros y gatos hablan un lenguaje distinto, los gatos levantan el rabito para decir
«Chachi Pirulí», «Gracias», «eres guay», mientras que los perros levantan el rabo para decir «déjame tranquilo», «no sabes con quién hablas», «por quien me has tomado» o «vas a ver lo
que es bueno». Por su parte los perros menean la cola para decir lo que el gato al levantarla tiesa. Y así no hay modo de entenderse.
Por ello cuando Tongo vio a Roberto con su rabito levantado, se sintió ofendida, y respondió levantando la cola. Y claro, Roberto lo tomo como un saludo, y procuró ponerse en pie, apoyándose en
el alféizar de la ventana. Y fue entonces cuando oyó un ladrido que casi lo deja sordo. Se enfureció y empezó a menear el rabo, a lo que Tongo respondió con lo mismo.
A todo esto le puso fin la ama de Tongo, que obligo a la perrita a seguir su camino. Ya en casa, Tongo pensaba: «Qué gatito más simpático. Al principio me insultó, pero al ver que yo no me
amilanaba, no dudó en ofrecerme su amistad».
Y Roberto a su vez pensaba: «Qué perro más tonto, primero me responde amablemente, y luego sin más se pone a insultarme y amenazarme a mí, un descendiente de los gatos sagrados del Nilo. Sí
lo vuelvo a ver, le voy a decir 4 maullidos bien dichos».
Se vieron muchos otros días pero no se dijeron nada. O porque no se acordaron, o no tuvieron ocasión.
Cierto día a Tongo le sucedió una desgracia: su veterinario dijo que iba a tener perritos y sus amos decidieron abandonarla en la calle, porque ahora, como buenos humanos, se habían encaprichado
con un ratoncito blanco, un hámster.
Tongo comenzó a deambular por las calles, sin rumbo. Era una perrita casera y no sabía buscar en los contenedores. El primer día paso hambre y frío, y se puso a rezar.
Sí, los animales también rezan, lo dice la Biblia: «rugen los leoncillos por la presa, pidiendo así a Dios su alimento». Pues así rezo la buena de Tongo. Y Dios la escuchó e hizo que se
encontrase con su amigo Roberto.
Roberto le grito desde la galería donde estaba asomado, espiando la calle, y riéndose de los humanos:
-Oye, sube.
Pero Tongo no podía. Los perros no trepan como los gatos, y se limitó a mirar a su amiguito con ojillos de pena.
Roberto, que es muy listo, pensó en cómo ayudarle; pero no se le ocurría nada. Por fin tuvo una idea: haría caer un cesto a la calle, y luego trataría de que su ama tirase del mismo para
arriba.
Asi lo hizo. Empujo como pudo el cesto de mimbre, que estaba atado por una cuerda, a una de las puertas de la galería, y Tongo la perrita se metió dentro.
Después sólo tuvo Roberto que ponerse a maullar lastimeramente, para que su ama lo fuese a consolar, viera el falso accidente y subiese la cesta de nuevo para la casa.
«¡Hay que ver como pesa esta cesta!», pensaba su amita, «casi no puedo con ella».
Una vez que la cesta estuvo dentro, se fue hacer sus cosas, y se olvidó de ella. Fue entonces cuando salió Tongo, le dio las gracias a Roberto, quien le enseño un escondite, una puerta secreta
que había en la parte baja de uno de los bastidores. El ama de Roberto no la conocía, pero Roberto sí, la había descubierto jugando. Allí se metió Tongo y allí tuvo a sus hijitos, ocho
preciosos perritos de color canela claro, con una mancha negra en el rabo y otra en el hocico.
Al día siguiente, al ir el ama de Roberto a la galería, se llevó un susto, pues se abrió la portezuela, y como no la conocía, pensó que de repente que se estaba cayendo la galería. No tardó
en darse cuenta de que se trataba de una puerta secreta, y descubrió los perrillos. Mejor dicho: descubrió uno, que tomo por un gatito.
«Vaya amiguito, no voy a echarte a la calle, aunque con un gato llega. Seguro que has subido trepando».
Lo malo, o lo bueno según se mire, fue que luego descubrió que se trataba de nueve, incluyendo a la madre. Y al verla cayó en la cuenta de que eran perros.
No sabía cómo podrían haber llegado los perros allí, ni cómo podría tenerlos pues «perros y gatos» dicen son enemigos» (aunque es mentira: las criaturas llamadas injustamente irracionales
no son enemigas, el privilegio de hacer enemigos es exclusivo del ser humano).
Roberto se quedó mirando a su amita, no sabía cómo decirle que quería a Tongo y a sus hijitos. Al final lo hizo del modo que supo: se acerco ronroneando con su rabito tieso, símbolo de la
felicidad gatuna, y lamió a Tongo, a su amita y a los cachorros.
Ya paso el tiempo. Los hijitos de Tongo han crecido y siguiendo el deber de todo perro se han colocado a cuidar y alegrar a seres humanos. Todos han tenido suerte y no han sido acogidos por amos
estúpidos que los consideran un juguete. Uno ayuda a un pastor, otro guía a un ciego, otro acompaña a un niño subnormal, otro a un anciano que vive solo, otros están con familias sin problemas
graves...
Mamá Tongo sigue en la casa del gato Roberto muy feliz. Y cuando sale a la calle, y ve un antiguo congénere oliendo un contenedor da gracias a Dios por haber encontrado un hogar.
los perros y los gatos si se entienden, nosotros tenemos un perro y un gato y se la llevan bien desde pequeños se han criado juntos.pero siempre por el otro lado del garaje llegaban gatos y el perro les ladraba,un día me dio mucha cosa porque hacían sus necesidades en el jardín de los vecinos y los vecinos se quejaban mucho , y tuvimos que salir de ellos llevarlos a un sitio inseguro la calle y me dolió mucho dejarlos tirados por allá siempre que paso por ese sitio me recuerda y a veces pienso que todavía están ahí pero no los he visto mas.