lfa & Omega, 06/02/07 - ¿Qué pueden tener en común, aparte de compartir la misma fe, una religiosa Esclava de Cristo Rey, una Misionera de la Caridad que trabaja en Calcuta, una carmelita de un convento de Zarauz, una laica consagrada en la Cruzada de Santa María y un sacerdote diocesano de Madrid? Todos ellos proceden de la misma familia, son hijos de Antonio y Toñi, un matrimonio excepcional, de profunda experiencia de fe, que han transmitido gozosamente a sus hijos desde que eran pequeños. Las cuatro mayores, Inmaculada, María Ruah, Pilar y Almudena se han consagrado en diferentes Órdenes religiosas e Institutos seculares; el quinto, Eduardo, es sacerdote de la archidiócesis de Madrid; los tres siguientes, Antonio, Miguel Ángel y Mari Carmen, han seguido el camino de la vocación al matrimonio, y ya les han dado dos nietos a sus padres; y el último, Jesús María, ha entrado este año en el Seminario Conciliar de Madrid.
¿Cómo empezó su historia? «Nosotros -cuenta Antonio- nos conocimos en el trabajo. Veíamos que teníamos las mismas inquietudes y metas, y decidimos ponerlas en común al casarnos. Educamos a nuestros hijos de modo que ella se ocupaba más bien de la parte espiritual, y yo de la formación humana. Sobre todo, les hemos educado en la libertad, a hacer renuncias, a ser responsables. Hace poco celebramos nuestro 45 aniversario de boda, y un hijo nuestro dijo: Quiero dar gracias a Dios por mis padres, por el sacrificio que han hecho toda su vida, que han renunciado incluso a las vacaciones por nosotros. Los hemos educado en la sobriedad y en la austeridad, tratando de imitar a Cristo. Y lo que ahorrábamos en ser austeros, ellos veían que lo donábamos a parroquias, a conventos... Todo este ambiente lo han vivido ellos tan contentos. Al no tener una vida muelle, han respondido con rapidez a la llamada de Dios».
Sobre el tema de las vocaciones, afirman que, «para que haya vocaciones en la Iglesia, hay que tener muchos hijos; la falta de vocaciones que tenemos hoy en día se debe a la vida cómoda, pero también a la falta de hijos. Si no hay hijos, no puede haber vocaciones». Para Antonio, «es importantísimo que los hijos estén en un movimiento apostólico. Los nuestros han pasado todos por la Milicia de Santa María, también hemos participado mucho en la parroquia, y ellos lo han visto. Hemos sido de la Adoración Nocturna, y ellos también lo han sido. Nosotros hacíamos Ejercicios espirituales, y ellos lo veían en casa. Desde que nos casamos, el Rosario no ha faltado en nuestra casa ni un solo día. De pequeños, lo rezábamos todos juntos. Si es que siempre hay tiempo para rezarlo; se puede rezar en el descanso de un partido de fútbol, o en el intermedio de una película. La que ha unido a nuestra familia ha sido la Virgen, a través del Rosario».
Toñi cuenta que ella tenía «mucha ilusión en que mis hijos fueran consagrados. Yo se lo pedía al Señor. Es el Señor quien llama, pero yo pedía por ellos desde que nacieron para que les llamara. Ahora rezo por ellos, para que perseveren cada uno en el lugar al que Dios les ha llamado». Ella lo tiene claro: «Para nosotros, nuestra vida ha sido siempre Cristo. Nuestra ilusión es Jesucristo». Y si alguien le pregunta si no echan de menos tener más nietos, si no se sienten un poco solos, afirma con rotundidad: «¡Qué vamos a estar solos! ¡Estamos con Dios!»
Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Almudena, carmelita descalza
María Ruah, Misionera de la Caridad
«Con Cristo, somos felices»
Cerca del pueblo madrileño de Barajas, veinticuatro religiosas Benedictinas, del monasterio de la Natividad, pasan los días, «desde la mañana a la noche -afirma sor Matilde, la Madre Abadesa-, suspirando con todas nuestras fuerzas por la vida eterna».
Son conocidas por los iconos que pintan, inspirados en la tradición iconográfica oriental. Todo lo que hacen son verdaderas obras de arte; y mucho más que eso, son objetos que invitan a la oración y a la unión con Dios. «Nosotras rezamos mientras pintamos -afirma sor Eulalia-; rezamos por las personas que van a recibir el cuadro; si es una pareja que se va a casar, rezamos por su matrimonio; si es para una iglesia, rezamos por las personas que van a vivir la fe allí».
Pero no se dedican sólo a la pintura de iconos; desde hace muchos años, trabajan, desde el convento, para distintas empresas españolas, en el ámbito de la captura de datos informáticos; y también, continuando con la gran tradición monástica de la acogida, llevan la hospedería aneja al convento.
Lo que más llama la atención, al encontrarse con ellas, es la alegría que desprenden, que tiene como raíz una fuerte experiencia de Dios: «Nuestro centro es Jesucristo -dicen-. Dios no nos puede faltar. Creemos en su Palabra. Jesucristo es nuestra vida, nuestra ilusión, nuestra fuerza. Somos muy felices y no ambicionamos nada. Todo lo que recibimos, lo compartimos. Nosotras no queremos nada para nosotras. Buscamos a Dios con todo el corazón, y con todas las debilidades que podamos tener. Para nosotras, la oración y la vida litúrgica intensa es nuestro modo de renovar los misterios de Jesucristo. El que no es fuerte, es porque no quiere. A nosotras nos preguntan mucho: ¿Ustedes son felices? Y contestamos: Todo lo que queremos, porque Cristo es la fuente de nuestra felicidad».
Se levantan a las 6 de la mañana, y a las 6,25 comienzan la Liturgia de las Horas. Celebran la Eucaristía cantada todos los días -«de ahí sacamos la fuerza», afirman-, y luego tienen otro rato de oración, y el desayuno. Después, a trabajar. «Trabajamos para comer y para poder ayudar a los demás. No queremos ser gravosas para nadie. Compartimos muchas cosas; y atendemos a mucha gente que viene a contarnos sus penas». Después de la comida y de un rato de descanso, continúan con el trabajo, y luego vienen las Vísperas y la lectura espiritual; un poco de recreo y el rezo de Completas, antes de ir a dormir. Todo al hilo del Ora et labora de la Regla de san Benito: «Tenemos lo justo, todo lo necesario con tal de que podamos encontrar a Dios», afirman.
La Jornada Mundial de la Vida Consagrada de este año está centrada en la importancia de la familia. Ellas también lo son: «Una de las características de san Benito -afirma la Madre Abadesa- es la insistencia en la comunidad, basándose en los Hechos de los Apóstoles: vivir en común, participar de todo, interesarnos por todo. Estamos bajo una misma orientación y en una misma dirección. San Benito quería que cada comunidad fuera un hogar. Somos humanas, con dificultades también, pero pedimos perdón cuando es necesario. Lo ejercitamos diariamente, porque somos tan débiles como los demás. El perdón desata todos los nudos. No somos más que nadie, somos pecadoras que sólo queremos buscar a Dios».
Mañana renovarán sus votos, junto a todos los religiosos consagrados a lo largo de todo el mundo: Renuevo mi profesión, me entrego de nuevo al seguimiento de Jesucristo en gratuidad absoluta, para gloria de Dios y el bien de la Iglesia y de la Humanidad.