Pintor francés de origen ruso. Nació en la pequeña aldea rusa de Vitebsk, en 1887, pero sus inquietudes artísticas le llevaron a París en 1910, donde alcanzó su madurez artística. Volvió a Rusia en 1914 y participó activamente en la renovación cultural de su país, pero sus disputas con Malevich y las exigencias revolucionarias de vincular compromiso político y obra artística le llevarían a marchar a Alemania en 1924. Allí un poco más tarde, su condición de judío le obligaría a un peregrinaje por Francia y Estados Unidos, que le devolvería definitivamente a Francia al concluir la Segunda Guerra Mundial.
Su asimilación de las dos vanguardias señeras de principios del siglo XX, fauvismo y cubismo, es patente en los cuadros que realizó en sus primeros años parisienses. Composiciones como El poeta (1911, Philadelphia Museum of Art) y Homenaje a Apollinaire (1912, Stedelijk van Abben Museum, Eindhoven) son plenamente cubistas, mientras otras, como El padre (1911, Colección privada, París) siguen a rajatabla las consignas fauvistas.
Desde el primer momento, sin embargo, estas influencias formales se funden con el sustrato más profundo de sus propias vivencias personales, profundamente arraigadas en su Vitebsk natal y en el hecho de pertenecer a la comunidad judía. De esta doble condición extrae Chagall su particular repertorio de imágenes, un reducido vocabulario iconográfico al que se mantiene fiel a lo largo de toda su vida. Su pintura es la encarnación de una memoria que funde los recuerdos personales con la imaginería del folclore popular ruso y constituye una unidad indisoluble entre realidad y fantasía, entre la lógica simbólica y la irracionalidad del subconsciente.
La aldea y yo (1911, MOMA, Nueva York), realizado apenas un año después de su llegada a París, resulta ejemplar respecto a esa síntesis específicamente chagalliana entre vanguardia y tradición popular, y posee el cromatismo brillante y emancipado de la realidad que aprendió del fauvismo y que será un rasgo dominante en toda su producción. La aparente anarquía de sus imágenes, mezcladas sin una clara lógica espacial y narrativa que justifique las superposiciones, la heterogeneidad de tamaños y la transgresión de las leyes de la física, están sin embargo sujetas a una cuidada composición radial que sigue las enseñanzas del cubismo; éstas se evidencian en el diseño de líneas que articulan las diversas imágenes entre sí y establecen conexiones entre las figuras en primer término y el fondo.
Las referencias al mundo campesino en el que pasó su infancia -las casas aldeanas, la ordeñadora, la pareja de labriegos- así como el motivo vegetal en primer término, son algunas de las imágenes que con mayor constancia repitió a lo largo de toda su obra. Todas ellas tienen como referente común el mundo de su niñez y Chagall hace uso de ellas encastándolas con la arbitrariedad del ensueño y la nostalgia.
En otras ocasiones, la apariencia ilógica de sus imágenes deriva de la simple transcripción al lenguaje visual de expresiones comunes del lenguaje hablado, que Chagall retoma y visualiza como forma de revelar experiencias psíquicas. Así puede interpretarse el "flotar en el aire" de la pareja de amantes en cuadros como «El cumpleaños» (1915, MOMA, Nueva York), pintado poco después de su matrimonio con Bella, su musa durante largos años.
La idea de "perder la cabeza" se materializa en «A Rusia, los asnos y los demás» (1911-1912, Museo Nacional de Arte Moderno, Centro Georges Pompidou, París); donde la cabeza separada del tronco no es sino una arbitrariedad explicable, al igual que la vaca roja sobre un tejado o la ingravidez de la mujer, por el placer de crear una fábula visual donde la irrealidad no necesita justificarse.
Chagall construye un mundo de asociaciones a través del cual quiere poner de manifiesto el mensaje secreto de las cosas, pero su mirada está más cerca de la ingenuidad infantil, que prescinde de la funcionalidad inmediata de los objetos y de la coherencia lógica, que de la búsqueda de revelaciones concretas. De ahí que rehúse adherirse al movimiento surrealista a pesar de la insistencia y los elogios de Breton. La existencia de imágenes que coexisten fuera de la lógica racional es para él un hecho real y lo acepta como algo consustancial a la vida misma, no como producto de un refinado juego intelectual o un viaje a las profundidades del inconsciente.
Se destacan también sus pinturas y vidireras de tema bíblico que realizó, a veces por imperativo de su genio, y en otras ocasiones como encargos concretos tanto de las comunidades judías, como cristianas de diversas confesiones. A este respecto representan singulares aportes al arte religioso la serie de doce vidrieras para la sinagoga del Hadassah Medical Organization, de Jerusalén, así como las vidrieras monumentales para la catedral de Metz en Alemania, y muchas otras.
Murió en Saint-Paul-de-Vence, Francia, en 1985, a los 98 años de edad.
[Breve biografía tomada, con escasos cambios, de Biografías y vidas]