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El Testigo Fiel
formación, reflexión y amistad en la fe, con una mirada católica ~ en línea desde el 20 de junio de 2003 ~
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Buscador simple (o avanzado)
El buscador «simple» permite buscar con rapidez una expresión entre los campos predefinidos de la base de datos. Por ejemplo, en la biblioteca será en título, autor e info, en el santoral en el nombre de santo, en el devocionario, en el título y el texto de la oración, etc. En cada caso, para saber en qué campos busca el buscador simple, basta con desplegar el buscador avanzado, y se mostrarán los campos predefinidos. Pero si quiere hacer una búsqueda simple debe cerrar ese panel que se despliega, porque al abrirlo pasa automáticamente al modo avanzado.

Además de elegir en qué campos buscar, hay una diferencia fundamental entre la búsqueda simple y la avanzada, que puede dar resultados completamente distintos: la búsqueda simple busca la expresión literal que se haya puesto en el cuadro, mientras que la búsqueda avanzada descompone la expresión y busca cada una de las palabras (de más de tres letras) que contenga. Por supuesto, esto retorna muchos más resultados que en la primera forma. Por ejemplo, si se busca en la misma base de datos la expresión "Iglesia católica" con el buscador simple, encontrará muchos menos resultados que si se lo busca en el avanzado, porque este último dirá todos los registros donde está la palabra Iglesia, más todos los registros donde está la palabra católica, juntos o separados.

Una forma de limitar los resultados es agregarle un signo + adelante de la palabra, por ejemplo "Iglesia +católica", eso significa que buscará los registros donde estén las dos palabras, aunque pueden estar en cualquier orden.
La búsqueda admite el uso de comillas normales para buscar palabras y expresiones literales.
La búsqueda no distingue mayúsculas y minúsculas, y no es sensible a los acentos (en el ejemplo: católica y Catolica dará los mismos resultados).

Los zapatos de la Iglesia

por P Arturo Guerra, LC
Director del campus varonil del Instituto Cumbres y Alpes Saltillo. Es Licenciado en periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.
16 de octubre de 2011

 

Vivimos de estereotipos.  México es el cactus, el tequila y el sombrerote.  China es lo lejano, lo indescifrable.  España es el chorizo, el sol y los toros.  Alemania es la cuadrícula, la búsqueda de la perfección aritmética...

La Iglesia Católica, para muchos, es una extraña institución que se atreve a contradecir gigantescas opiniones públicas, a desdeñar leyes diseñadas por pueblos de primer mundo ejemplarmente democráticos.  Una organización regida totalitariamente por un anciano vestido de blanco, anticuado, conservador, aferrado al pasado...

Ir más allá del prejuicio y del estereotipo es un deporte intelectual muy sano.  Requiere su esfuerzo.  Hay que ir más allá de las apariencias externas.  Significa detenerse, ver, observar, escuchar, profundizar, abrirse... antes que etiquetar con prisas una realidad.  Implica acercarse y asomarse al corazón que late escondido ahí dentro...  Se puede ser radicalmente distinto, se puede aborrecer tal realidad, pero ponerse en zapato ajeno nunca hará daño a nadie.

Para la Iglesia hay un Dios que existe, creador de todos, que se hizo hombre para dar su vida en rescate de muchos.  Un Cristo que viene a destruir con amor, con generosidad, con desinterés, el mal más terrible que aqueja a los hombres, más terrible que el ébola, el cáncer, el ántrax o que el síndrome de inmunodeficiencia adquirida:  el pecado, el egoísmo.  Porque el pecado es el único mal capaz de destruir el alma y el corazón de una persona.  Ningún otro mal lo puede lograr.

Un Cristo que trajo un Evangelio: la Buena Noticia capaz de transformar a la Humanidad, corazón por corazón.  Un Dios que ofrece su amistad y que es capaz de satisfacer los anhelos más profundos de felicidad que tienen los seres humanos.  Que ofrece el sentido más hondo de la propia vida y que invita abiertamente a una felicidad eterna que la muerte no puede aniquilar.

Un Dios hecho hombre que revela también la verdad sobre el hombre.  Que sabe lo que hay dentro, muy adentro, del corazón de todo ser humano.  Que está en condiciones de decir al hombre lo que le hace más hombre, más pleno, más feliz; al mundo, lo que le hace más planeta, más sociedad, más familia...

Esas profundas convicciones están muy clavadas en el corazón de la Iglesia y es ahí desde donde busca iluminar.  Para ella, su mensaje no es suyo.  Es un mensaje prestado.  Un talento depositado en sus manos frágiles y temblorosas y que se muere por compartir.  Un tesoro que va en vasija de barro y que quema por dentro.  Una responsabilidad por hacerlo fructificar, por comunicarlo, por transmitirlo, por dar gratuitamente lo gratis recibido.  La Iglesia cree con todas sus fuerzas que Alguien le ha encomendado la custodia y salvación de ese ser tan frágil, tan misterioso, tan imprevisible, tan agónico, tan capaz de lo peor como capaz de lo mejor.  Por ese hermano herido y por ese hermano heridor, es que la Iglesia levanta su voz lo mismo en la selva que en el desierto.  Y camina, se detiene, se inclina, se descalza, se moja, con tal de rescatar un alma más... 

Son los zapatos de la Iglesia.  ¿Te los quieres probar un minuto solo?

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