En la tradición lectora popular Marta y María terminaron siendo representaciones habituales de los estados de vida activo y contemplativo. Esto no ocurrió por casualidad sino que surge de una forma de leer la escritura fuertemente clericalizada de tal modo que la «parte mejor» será identificada con la posesión de los bienes escatológicos ya anticipada en el claustro. Si bien esa lectura no es del todo falsa, debemos decir que es visiblemente reductiva, en tanto que encierra al texto en un supuesto «mensaje» que, en la medida en que se despega de la sutileza del propio texto, se convierte más en una prisión del significado que en una comprensión. Intentaré en este artículo liberar aquellos aspectos del texto que nos muestran un sentido no necesariamente opuesto al habitual, pero sí mucho más rico y matizado.
Utilizo aquí la palabra "drama" en su sentido teatral, y lo que intentaremos ver en esta sección son algunos de los elementos narrativos que convierten estos pocos versículos en una pequeña pieza dramática tan preciosamente construida, que no hay detalle, por menor que parezca, que no contribuya al conjunto.
Ante todo, lo que llamamos "la magia del teatro" comienza con un gesto imprescindible: apagar las luces. Difícilmente podríamos sumergirnos en una obra, entrar en su drama como parte de él y a la vez extraños, expectadores, si se nos mostrara el mundo real alrededor. Algo así ha conseguido san Lucas con un par de pinceladas:
«Yendo ellos de camino, entró él en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa»
San Lucas es el evangelio de Jesús rodeado de gente, siempre está acompañado, ¡incluso en la crucifixión, tan distinta a la soledad descripta por Marcos!
La escena que nos ocupa está dentro de la secuencia del viaje a Jerusalén, pocos versículos antes envió a los 72 discípulos, habla con unos y con otros, ¡demasido ruido para una escena tan íntima y sutil, de notas suaves, como la que se va a narrar! así que el comienzo es un apagón de luces: estaban ellos yendo de camino, él entra a una aldea, a una casa. A los discípulos los volveremos a encontrar recién en el capítulo 11, tras la escena de Marta y María, mientras tanto, todo el entorno de Jesús quedó en la sombra, y el foco se dirige exclusivamente al escenario, la casa "de" Marta.
Subrayo el "de", porque Marta es un personaje especial, tiene su "poderío", su presencia: ella lo introduce en su casa, la casa es de Marta, María será descripta como la "hermana de Marta", y Marta es la única que habla con Jesús.
Es difícil saber si los nombres de los personajes fueron elegidos por el narrador por su simbolismo, o resultaron simplemente así de la escena real en la que se inspira la narración; si esta escena estuviera en el AT, no dudaríamos en preguntarnos cómo pesa en el relato el nombre de las dos mujeres, en el NT, en cambio, damos por asumido que ya no hay costumbre de utilizar literariamente ese valor de los nombres, pero creo que en este caso podemos hacer una excepción, porque esos nombres son demasiado significativos, sobre todo vistos en oposición:
Marta es una palabra aramea, es el femenino de "Mareh", Señor (en el sentido solemne del tratamiento); como nombre es relativamente raro, y lo que viene aun a completar el cuadro es que la palabra con la que se dirige Marta a Jesús es precisamente "Señor".
De María no se dice absolutamente nada: no habla, la conocemos sólo por ser "hermana de Marta", no sabemos si vive en la misma casa o está de visita, y su nombre es un nombre común tradicional en Israel: Mariám. No notaríamos su presencia si no hablaran acerca de ella.
La antinomia de una y otra recuerda la oposición narrativa entre Caín y Abel: de Caín se nos da un significado (no importa que la etimología sea o no correcta lingüísticamente, ya que el valor del nombre lo da el propio texto): "adquirido con el favor de Dios" (Gn 4,1), mientras que de Abel, no se nos dice qué significa su nombre, posiblemente porque el narrador espera que nos demos cuenta solos: "abel" significa "nadería, algo sin valor". Como en Marta y María, también los dos hermanos se encuentran en franca oposición, ya desde su nombre, y en todos los demás rasgos: hermanos y rivales.
Hay más elementos que van construyendo, ladrillo a ladrillo, la tensión de este drama: el uso del espacio, los enunciados verbales, etc., pero detengámonos ahora en lo que será central: el conflicto.
Marta está realizando el servicio de la casa, mientras que María se mantiene a los pies de Jesús. No menos importante es la descripción de la escena como la provocación que subyace en ella: dos mujeres, en actitudes que podían ser fácilmente reconocibles para los cristianos que escuchaban inicialmente el relato. La tarea de Marta es descripta como "diakonía" -servicio-, y no debemos olvidar que para el momento en que este evangelio comienza a circular (años 70, aproximadamente), la palabra "diakonía" es ya una palabra usual en la "jerga" cristiana, indica el conjunto de acciones que se llevan a cabo en la asamblea como parte del servicio religioso, que va desde preparar las mesas hasta servir a las viudas y huérfanos.
María, en cambio, se mantenía "a los pies del Señor, escuchando su palabra", es exactamente la posición del discípulo en el discipulado tradicional de Israel (cfr. discurso de Pablo, "instruido a los pies de Gamaliel", Hech. 22,3). No representan entonces sólo el contraste entre actividad y pasividad, sino el choque entre dos actitudes valiosas para la comunidad: diakonía y discipulado.
Y estalla el conflicto, pero estalla de una manera inesperada: no se dirige, como sería de esperar, Marta a María para que la ayude, no le habla a María, le habla a Jesús: de "Señora" a "Señor", y lo que le dice no puede menos que sorprender: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano.»
Notemos que la acusación no se dirige de manera directa y primordial a la hermana, ¡sino a Jesús!, "¿no te importa que...?
Nos viene a la mente la respuesta de Adán a Dios, cuando éste le pregunta por qué comió del fruto prohibido: «la mujer que tú me diste por compañera me dio del fruto, y yo comí...» La acusación se dirige en definitiva al propio Dios, y en el relato de Marta y María, al propio Jesús: "¿no te importa?"
La respuesta de Jesús merece varias consideraciones: ante todo, el texto no es del todo seguro, se nos ha conservado en dos formas de redación, una larga y una corta:
"Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola."
mientras que la corta (la que recoge la versión litúrgica) dice: "«Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria."
Es difícil saber cuál es la respuesta original, yo me inclino a creer que es la larga, pero quizás sea solo una cuestión de preferencia personal, me parece que expresa muy bien cómo Jesús se adapta al lenguaje de Marta, pero a la vez la lleva a que ella misma tenga que cambiar de registro, darse cuenta de lo que verdaderamente está en juego con su queja:
Las "muchas cosas" que hace Marta, podrían ser reducidas a unas pocas, no hace falta ponerse a limpiar toda la casa, bastaría con asear un poco la estancia en la que se encuentran, no hace falta una comida elaborada, basta con unos pocos alimentos; la diakonía de Marta se había vuelto activismo, y Jesús le dice, en el mismo registro de la queja de Marta: no hace falta tanto, con menos podemos arreglarnos.
Pero llegados a ese punto, se produce un cambio de nivel: en realidad solo una cosa es importante.... y no aclara más, no le dice a Marta (¡ni a nosotros!) cuál es esa cosa única que es necesaria, ¿el Reino? ¿la palabra de Jesús? ¿permanecer en silencio a sus pies? ¿recibir su visita en nuestra casa? No lo pone en palabras, porque en definitiva eso que es lo único importante debe ser formulado por la propia Marta (y por cada uno de nosotros).
De allí pasa Jesús a plantearle a Marta que tome a su hermana como ejemplo. Es importante tener en cuenta esta diferencia: no se trata de que Marta hubiera estado más correcta poniéndose a los pies, no dice Jesús que estar a su pies escuchándolo sea "la única cosa necesaria", lo que dice es más bien que María encontró la mejor forma de realizar "la única cosa necesaria" poniéndose a sus pies a escuchar. Posiblemente hay varias maneras de realizar "la única cosa necesaria"
Es realmente interesante el juego de verbos con el que está planteado todo esto:
Cuando describe a Marta Jesús lo hace con dos verbos en presente, que expresan acciones continuas: "te estás agitando", "te estás preocupando", mientras que para referirse a María dice que "escogió", una forma verbal que expresa una acción puntual, incluso dicho en voz media, una forma del griego que permite darle el matiz de "escoger para sí". Frente a la agitación y preocupación de Marta, que se desarrollan en el tiempo, el ejemplo de María nos la muestra decidida y serena.
Y allí la frase final de Jesús da un vuelco: "[la parte mejor escogida por ella] no le será quitada". Se trata de un verbo en futuro y en voz pasiva. Notemos que podría haber dicho: "escogió la parte mejor, que seguirá siendo suya", o "que seguirá teniendo", o "en la que permanecerá", todas frases que mantienen el acento en la opción realizada por María; pero inesperadamente aparece en escena un cuarto sujeto, un agente que no se nombra: "no le será quitada", alguien podría quitarle a María su parte, pero no lo hará. Se trata de una figura retórica muy utilizada en la Biblia: la voz pasiva teológica, en la que se introduce veladamente la acción del propio Dios ("me fue dirigida [esto es: por el propio Dios] la palabra de Dios en estos términos", por ejemplo): el propio Dios avala la decisión de María de escoger esa "parte" que ella ha juzgado como "la única necesaria", y que se concreta en su caso en estar a los pies de Jesús oyendo su palabra.
Al mismo tiempo que enseña a Marta cómo moverse entre el mundo de lo prescindible y lo necesario, Jesús ha dejado visible ante Marta, María y nosotros, la autoridad de la que su palabra está investida: no cualquiera podría garantizar que la parte escogida por María será respetada por el propio Dios.
La pequeña acción dramática ocurrida en casa de Marta ha puesto a la luz del escenario una problemática permanente en la vida de cada uno, y en la de la Iglesia en su conjunto: el agitarse y preocuparse por diversas cosas, todas ellas importantes y referidas en último término a Jesús, esconde muchas veces la falta de ese instante en el que nos entregamos por entero, de una vez, a la parte mejor, al propio Jesús.
He destacado al pasar que el motivo de las dos hermanas estaba trabajado a la luz de un molde narrativo que conocemos bien por Caín y Abel; he llamado a esta figura "hermanos y rivales". No es una figura desconocida en la narrativa bíblica, en realidad aparece en diversas ocasiones: pensemos en Raquel y Lía, esposas de Jacob, luchando por el amor del marido, en el propio nacimiento de Jacob, ganado de mano por su mellizo Esaú, en la presentación que hace Ezequiel de Samaría y Jerusalén como dos hermanas (Oholá y Oholibá, Ez 23), que rivalizan en lascivia para entregarse a los ídolos; sin olvidarnos también de los hermanos mayor y menor de la parábola del hijo prodigo.
El motivo literario de "hermanos y rivales" comprende un aspecto que nos viene muy bien para entender el fondo del episodio de Marta y María: uno de los dos es más débil y su elección es completamente gratuita, Se nos dice, por ejemplo, que "Yahvé miró propicio a Abel y su ofrenda, pero no miró propicio a Caín y su ofrenda" (Gn 4,3-5). No hay un motivo para esa elección; la teología clásica ha racionalizado esa cuestión tratándola como una "prueba" a la que Dios somete a algunos hombres para provocar que mejoren; pero si vamos a los textos no hay motivos verdaderamente comprensibles de por qué Dios escoge a Abel, o a Jacob, o a Jerusalén, o al hermano menor... ¡o a María la hermana de Marta! se trata de una elección soberana y gratuita, en la que el único rasgo destacable es que se trata del miembro más débil de los dos, típicamente, el hermano menor.
El Dios bíblico se ocupa del débil y desposeído, y se constituye así en "su lote y herencia", como muy gráficamente señala el salmo 16 (15). Frente a todo lo que ofrece el mundo, el débil sólo puede confiar en Yahvé y disponerse a ser mirado por él en un acto gratuito de elección.
Vista desde esta figura, la escena de Marta y María adquiere un nuevo valor: no se trata de dos cosas que hagan las dos hermanas, cada una de las cuales provocaría de Dios una reacción, sino de una elección que Dios mismo hace, juzgando en María la parte débil, que nada posee como propio, y cuyo único valor es ser "hermana de Marta". No es lo que hace María lo que lleva a la elección, sino más bien lo que no hace: no tiene nada propio, pero permanece allí, a los pies de Jesús, a disposición de sus palabras.
El presente artículo se basa en los principios metodológicos esbozados, aunque de manera inconclusa, en una conversación del foro sobre este mismo texto