Señor: estamos celebrando el día del Corpus y me conmueve contemplar la humildad con que te muestras, escondiendo en el sagrario tu realeza, tu divinidad bajo las especies de pan y vino. El mundo me enseña que el campo del conocimiento de las cosas, nos llega por medio de los sentidos y en la toma de decisiones influye mucho la bondad o la necesidad de la oferta que nos presentan.
Viéndote recogido en el sagrario comprendo que no son esos tus procedimientos y que tus planes son distintos a los míos. Que los tuyos, están diseñados para conseguir metas eternas, para guiarme por el camino que conduce a la casa del Padre. La oración, la Eucaristía y tu doctrina, son las ventanas de difusión que utilizas para que permanezca unido a ti y demostrar que tu amor por el hombre es eterno e infinito.
Es verdad, Señor, que no necesito verte, oírte o tocarte para amarte, pero también es cierto que en un mundo donde todo se debe demostrar con hechos palpables, verte donde el ojo no ve nada, oírte cuando no se siente sonido, y quererte porque confío en tu palabra, es algo que va en contra de lo humano. Solo a través de la fe, puedo comprenderte, seguirte y amarte. Tú personalmente después de resucitado, debes decir a tus discípulos que palpen tus manos y pies porque piensan que eres un fantasma.
Pienso también, Señor, que quienes siguen tu camino, las almas sencillas entregadas a la vida consagrada o dispersas por el mundo de las misiones, tampoco les obsesiona que su labor hecha por tu amor, salga difundida en los medios de comunicación... Tú nos has enseñado que las relaciones con el Amado, queden en el interior del tabernáculo. Que para orar, debemos entrar en nuestro aposento y cerrada la puerta, nos dirijamos al Padre. Que sean las obras y los amores sobre los más desamparados la forma de evangelizar, de transmitir tu doctrina.
Tus planes y tus tiempos están concebidos para preparar y vivir proyectos eternos y nada tienen que ver con lo limitado de los míos. Por este motivo, Señor, te doy gracias por esa gente anónima ajena al mundo de la propaganda, que entrega su vida para vencer a la pandemia, que desde el silencio, el sufrimiento y la profesionalidad han hecho realidad tu doctrina.
Señor, hazme saber, que si de verdad quiero encontrarte, no debo buscarte en el bullicio del mundo. Si de verdad quiero manifestarte mi amor, debo arrodillarme ante el sagrario, encerrarme dentro de mi corazón y dejar aparcadas fuera las ofertas de los sentidos. Que cuando me postre ante tu presencia, Tú sólo deseas hablar de amores, y que cuando me encuentre con el mundo les diga que por amor te has hecho pan y que estás con nosotros hasta el final de los tiempos.
Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar.
Imagen: Detalle de "La última comunión de San Jerónimo", Boticelli, 1495