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El Testigo Fiel
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El cielo en la tierra

Una meditación sobre los cinco primeros capítulos de Hechos de los Apóstoles

por Lic. Abel Della Costa
Nació en Buenos Aires en 1963. Realizó la licenciatura en teología en Buenos Aires, y completó la especialización en Biblia en Valencia.
Desde 1988 hasta 2003 fue profesor de Antropología Teológica y Antropología Filosófica en en la Universidad Católica Argentina, Facultad de Ciencias Sociales.
En esos mismos años dictó cursos de Biblia en seminarios de teología para laicos, especialmente en el de Nuestra Señora de Guadalupe, de Buenos Aires.
En 2003 fundó el portal El Testigo Fiel.
22 de abril de 2009
En las dos primeras semanas de Pascua leemos de los primeros capítulos de Hechos: una mirada en torno a la Iglesia inicial que un poco nos admira y otro poco nos hace sonrojar, ¿es posible que haya sido todo tan ideal y lo hayamos dejado ir?

 

¿A quién no le llaman la atención las lecturas de Hechos de los Apóstoles que hacemos en estos primeros días pascuales?:

"Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones. El temor se apoderaba de todos, pues los apóstoles realizaban muchos prodigios y señales. Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno." (Hech 2,35-38)

"La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos. Los apóstoles daban testimonio con gran poder de la resurrección del Señor Jesús. Y gozaban todos de gran simpatía. No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían campos o casas los vendían, traían el importe de la venta, y lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada uno según su necesidad." (Hech 4,29-32)

"Ellos marcharon de la presencia del Sanedrín contentos por haber sido considerados dignos de sufrir ultrajes por el Nombre. Y no cesaban de enseñar y de anunciar la Buena Nueva de Cristo Jesús cada día en el Templo y por las casas." (Hech 5,41-42)

Con una mano en el corazón, ¿acaso no sentimos un retintín de envidia (de "santa" envidia)? A la vista del resto de los 1900 años de Iglesia que nos ha tocado, incluyendo la nuestra, ¿no tenemos ganas de decir a toda la Iglesia como el Apocalipsis al ángel de la Iglesia de Éfeso: "Date cuenta, pues, de dónde has caído, arrepiéntete y vuelve a tu conducta primera." (Apoc 2,5)?

Pues para algo debía servir la hipercrítica y racionalizada Ciencia Bíblica del siglo XX; al menos nos da un dato que a esta vista resulta ser un buen dato, o al menos un dato tranquilizador: tampoco San Lucas conoció esa iglesia ultraideal que pinta en los 5 primeros capítulos de Hechos; también él lo cuenta en pasado, y tiene ante su vista más bien una iglesia en luchas, en facciones, donde unos y otros quieren cocinar el pastel, y al fin de tanto, una parte del pastel queda crudo... nuestra vieja y querida Iglesia.

Seamos lógicos: si la Iglesia hubiera sido alguna vez tal como la narran esos cinco primeros capítulos, antes de pasar a cosas más normales (como las peleas entre griegos y judíos, o las luchas de Santiago y Pablo por los criterios de evangelización, etc...) sería imperdonable que hubiera dejado de serlo. ¿Acaso prometió Jesús semejante regeneración de la naturaleza humana, aquí y ahora, de tal modo que con sólo predicar el Nombre de Cristo, su muerte y resurrección, los hombres seríamos capaces de alejar de nosotros el egoísmo, las miserias cotidianas, el deseo de poder que todo lo inunda y ahoga?

¡Nunca! Jesús es bastante parco en promesas. Al contrario, lo que invariablemente ha prometido es incomprensión, cárcel, padecimientos por su Nombre en este mundo... y el ciento por uno en la vida eterna. Y no sólo incomprensión de los de fuera, también dentro de su Iglesia, como a él mismo le pasó en tanto tuvo que reprender -uno a uno en distintas ocasiones- a sus doce elegidos por no comprender -ni tan siquiera ellos- de qué trataba su Mensaje.

 

Pero, ¿haremos mentirosa a la palabra de Dios cuando declaramos que los cinco primeros capítulos de Hechos tratan de idealizaciones en torno a la vida inicial de la Iglesia; o por el contrario, para salvar la literalidad de Hechos haremos mentiroso al propio Jesús cuando declara que en este mundo ninguno de sus seguidores tendría mejor suerte que la que él mismo tuvo?

Ni una cosa ni la otra. Precisamente la idealización abarca tan sólo cinco capítulos en todo el Nuevo Testamento; y mientras sepamos leerla, no sólo no es falsa, sino que cumple una importante función en la fe: los cinco primeros capítulos de Hechos nos muestran que sólo cabe llamar "cielo" al cielo: ninguna experiencia histórica de Iglesia, tal como desde la segunda generación de cristianos en adelante (la generación de San Lucas) la ha experimentado es sino un desplazamiento del ideal; no podremos confundir jamás nuestra Iglesia, semilla y germen, con la comunidad restaurada y plenamente redimida reunida en torno a Jesús.

Es muy grande la tentación que tenemos los creyentes a lo largo de la historia de convertir a nuestra experiencia de Iglesia en la comunidad definitiva.... pero es una tentación: Jesús quiere más, exige más, provoca más. Nunca, ningún momento de la historia de la Iglesia ha realizado el ideal cristiano, todo ha sido aproximación, variaciones en torno al ideal, búsqueda inacabada, mirar "como tras un espejo", como dirá San Pablo.

Me toca seleccionar los cuadros que ilustran la portada de ETF, y no es poco el material del que dispongo: nada menos que 1500 años de arte de los pintores que se han inspirado en el ideal cristiano; así que pónganme delante la celebración que sea, que encontraré un cuadro que la ilustra. Hasta de temas abstractos y abstrusos como la Adoración del Nombre de Jesús o la Santísima Trinidad hay cuadros que los ilustran, ¡y no uno, decenas! Sin embargo, cada año, cuando llega esta segunda semana de Pascua y debo buscar cuadros que ilustren la Comunidad de los Salvados, la Iglesia de los cinco primeros capítulos de Hechos, con su reparto equitativo a cada quien según necesidad y su abolición de la propiedad privada... no encuentro cuadros donde se reflejen: sí hay de los apóstoles haciendo milagros, o predicando, o de los primeros mártires ofreciendo sus vidas con sencillez y alegría en el nombre de Jesús, pero de aquellas citas iniciales, nada.

Es que de todos los caminos interpretativos que se han ensayado y que es posible ensayar en torno a la Biblia, la interpretación que hacen los artistas es la más genuina, la más leal al sentido profundo de esos inasibles relatos. Así que no es casual ni fruto del azar, ni mucho menos de falta de interés que falten representaciones gráficas de esos capítulos de Hechos: eso que San Lucas ha podido pintar con belleza y precisión por medio de palabras, es irrepresentable en imágenes, cae fuera de la experiencia visual de nuestra historia.

¿Y entonces qué? ¿deberemos renunciar a todo anticipo del cielo? ¿deberemos renunciar a toda vivencia anticipada del amor de Cristo que se derrama ya ahora en su Iglesia? ¡De ninguna manera! Nuevamente, son los artistas quienes vienen a auxiliarnos en entender nuestra fe y en representárnosla: un desconocido pintor de principios del siglo XVI nos muestra, por ejemplo, el reinado de Cristo resucitado a través de siete viñetas, llamadas "las siete obras de misericordia", dar de comer al hambriento, de beber al sediento, acoger al extranjero, dar sepultura al insepulto (al ser ésta la viñeta central de la serie es donde se ve a Cristo Resucitado reinando -humildemente- desde el cielo), vestir al desnudo, atender al enfermo y visitar al preso. No es, por supuesto, el único pintor, ni muchísimo menos, que se ha aproximado de esta manera a la experiencia de la fe en la historia, pero éste lo ha condensado tan atinadamente, que no podemos menos que ver su obra y meditar en que el gran ideal histórico de la fe no consiste en que se ha abolido lo sórdido de la existencia humana, sino en que ya ahora es posible atisbos del cielo en la tierra, que nos dejan sedientos y abiertos a una promesa que no se agota en ninguna de las figuras históricas que nosotros, pobres hombres, podemos ofrecer.

Quienes rechazan nuestra fe en nombre de la historia de la Iglesia se han detenido en una lectura idealista, inapropiada, de las promesas de Jesús -a veces alentados por nosotros mismos-: la muestra de que Jesús ha vencido, que reina entre nosotros no es que la comunidad de los creyentes pueda ya realizar el cielo en la tierra, sino en que a pesar de quiénes somos, de que nos conocemos uno a uno, a pesar de que librados a nosotros mismos no somos distintos a ningún otro ser humano, con sus egoísmos y sus luchas de poder, puede el Espíritu obrar a través nuestro de tarde en tarde un atisbo de cielo... y dejar plantada la semilla del ciento por uno para la vida eterna.

Comentarios
por Rosy (189.164.230.---) - sábado , 1-ene-2011, 3:18:57

Abel no somos distintos a ningún otro ser humano, con egoismos y luchas de poder, puede el Espíritu obrar a través nuestro de tarde en tarde un atisbo de cielo, y dejar plantada la semilla del ciento por uno para la vida eterna, que hermoso y bello, a veces no hago mucho caso de leer esos cinco capitulos de los hechos, mucho trabajo que tienes Abel, seleccionar los cuadros de la portada, el Santoral que tan precioso y bello nos muestras día con día, gracias, Dios te bendiga, venga hacia ti y permanezca a tu lado y ame a esa creatura obra de sus manos que eres tú.

Con amor

Rosy

por IMIS (i) (189.199.248.---) - sábado , 3-nov-2012, 2:32:52

Abel:

He leído tu artículo tres años y medio después de su redacción a mis 57 años de edad y encuentro muy coherente bíblica y teológicamente la explicación. La efusión del ES nos hace experimentar una sensación de generosidad que no podemos equiparar a la longanimidad con la que Dios nos otorga sus dones. Pero somos barro, vasijas de barro, incapaces de contener tan enorme tesoro y nos invaden temores, inseguridades, incapacidades y mucha falya de oración profunda.

Solo se puede experimnentar ese ideal y llevarlo a la práctica con una diligente constancia en el seguir los pasos de Cristo: amores, criterios, estilo de vida, desprendimiento de uno mismo para asemejarse a ÉL.

Orar, orar, orar, es la fórmula máxima que nos dejó Cristo y amoldar la vida propia a los criterios plasmados en el evangelio, sin faltar a la palabra dada aún si ello nos acarrea algún daño. LLevar la fe con entereza aunque duela.

No en vano da gracias Cristo al Padre por haber revelado las cosas del reino a los sencillos y haberlas ocultado a sabios y poderosos según este mundo.

Dios nos bendiga a todos Abel.

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