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El Testigo Fiel
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He venido a traer fuego sobre la tierra

por Lic. Abel Della Costa
Nació en Buenos Aires en 1963. Realizó la licenciatura en teología en Buenos Aires, y completó la especialización en Biblia en Valencia.
Desde 1988 hasta 2003 fue profesor de Antropología Teológica y Antropología Filosófica en en la Universidad Católica Argentina, Facultad de Ciencias Sociales.
En esos mismos años dictó cursos de Biblia en seminarios de teología para laicos, especialmente en el de Nuestra Señora de Guadalupe, de Buenos Aires.
En 2003 fundó el portal El Testigo Fiel.
18 de mayo de 2013
Cuando pensamos en la recepción del Espíritu Santo, nuestro recuerdo va inmediatamente hacia Pentecostés y el relato de Hechos, sin embargo, no es el único relato de donación del Espíritu que hay en la tradición evangélica

El impactante relato de Hechos que leemos el domingo de Pentecostés en todas las iglesias, en el que el Espíritu baja en forma de lenguas como de fuego y llena a todos de una fuerza nueva y divina, es conciso, pero tan adecuado a la imaginación, que prácticamente ha desplazado a todos los demás relatos evangélicos de la recepción del Espíritu. Efectivamente, cuando pensamos en la recepción del Espíritu Santo, nuestro recuerdo va inmediatamente hacia Pentecostés y el relato de Hechos, pero ese fundamental acontecimiento no es algo que entre del mismo modo ni en la redacción ni en la perspectiva catequética de todos los evangelios. Veamos cada enfoque un poco más detenidamente.

 

San Mateo

San Mateo desarrolla una teología del Espíritu Santo, pero no tiene ninguna escena separada que podamos indicar que es el momento de la primera recepción del Espíritu por la Iglesia, como un relato aislable. San Mateo no desconoce la acción del Espíritu, al contrario:

-La Virgen se encuentra "encinta del Espíritu Santo" (1,18)

-El Espíritu conduce a Jesús al desierto (4,1)

-La diferencia radical entre el bautismo de Juan y el de Jesús es que el de Jesús es bautismo en el Espíritu (3,11, quizás la mención del fuego sea una alusión a las mismas tradiciones que dieron lugar al relato de Pentecostés de Lucas).

-El propio bautismo es "en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo"

-La Iglesia misma debe dejarse conducir, como Jesús en el desierto, por el Espíritu (10,20)

-Tan central es el Espíritu Santo en la predicación de Jesús, que se perdonará todo, incluso cualquier blasfemia, pero no la que vaya contra el Espíritu, que resulta así un pecado imperdonable (12,31-32)

 

A la vista de todo esto, llama bastante la atención que no haya una escena de recepción por parte de la Iglesia del Espíritu Santo. No debemos llamarnos a confusión: una cosa es que nosotros contemos con cuatro relatos evangélicos + Hechos, y otra es que tomando a san Mateo como una catequesis propia y específica, no hay escena de recepción del Espíritu.

Pero quizás sí la hay. Leamos con mayor atención -olvidándonos de Hechos y Pentecostés por un momento- el relato de Mateo:

Alrededor de la hora nona clamó Jesús con fuerte voz: "¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní?", esto es: "¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?" Al oírlo algunos de los que estaban allí decían: "A Elías llama éste." Y enseguida uno de ellos fue corriendo a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, sujetándola a una caña, le ofrecía de beber. Pero los otros dijeron: "Deja, vamos a ver si viene Elías a salvarle." (50) Pero Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, exhaló el Espíritu.

En esto, el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo; tembló la tierra y las rocas se hendieron. Se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos difuntos resucitaron. Y, saliendo de los sepulcros después de la resurrección de él, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos. Por su parte, el centurión y los que con él estaban guardando a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron: "Verdaderamente éste era Hijo de Dios."

He tomado la traducción de Biblia de Jerusalén, sin embargo, lo he hecho con trampa: en el versículo he puesto la palabra Espíritu con mayúsculas. Creo que legítimamente podemos leer allí no simplemente la expresión común "entregar el espíritu" en el sentido del último aliento, sino un verdadero acontecimiento pneumático: en el momento de su muerte redentora Jesús dona el Espíritu Santo.

No se trata de un mero capricho o de una mera coincidencia de palabras entre "espíritu" y "Espíritu": el relato ha dejado signos de que ese Espíritu que se exhala debe ser entendido en sentido fuerte: el propio verbo que utiliza, "apheka" (aoristo del verbo aphíemi), no habla del acto de emitir el espíritu, sino de la donación de ese espíritu. El verbo, de amplio uso en la Biblia, se utiliza en dos sentidos principales: dar y perdonar (es el verbo utilizado en la cláusula correspondiente del Padrenuestro). Podríamos redondear diciendo que la donación del Espíritu en la cruz, según la escena de Mateo, no habla de la exhalación de su "último aliento" sino de la donación de ese Espíritu de Jesús que a partir de ese momento pasa a ser Espíritu que conduce a su Iglesia.

En apoyo de esta lectura, Mateo acompaña su relato de la donación del Espíritu con signos "teofánicos", de manifestación de Dios, que evocan la donación de la Ley en el Sinaí (uno de los aspectos aludidos en el relato de Lucas de Pentecostés), con sus temblores de tierra (Ex 19,16), junto al fin de la economía antigua de salvación, simbolizada en el rasgarse del velo del templo (de Ex 26,31), las tinieblas que evocan a la vez la densa nube que ocultaba a Dios y las tinieblas del Día terrible de Yahvé (Am 8,9), y los muertos que se levantan por fin preparándose (nótese que no se ponen en movimiento enseguida, sino solo cuando Jesús resucita) para la vuelta a Jerusalén, posiblemente evocando Ez 37,12ss., en el que los muertos vuelven a la vida precisamente al recibir de nuevo la donación del Espíritu por parte de Dios (ver mi artículo "¿De verdad que los muertos salieron de sus tumbas?").

El conjunto da una escena que puede perfectamente compararse el Pentecostés de Lucas, aunque como la tradición lectora se ha visto impactada por esta última, ha dejado de lado esta curiosa y profunda teología de Mateo, para quien la recepción del Espíritu, y por tanto la fundación visible de la Iglesia se da en la propia cruz del Señor.

San Marcos

En apoyo de la reciente lectura de Mateo, podemos ver por contraste la de Marcos, que es su principal fuente: la escena es la misma, sin embargo no hay aquí "donación del Espíritu"; simplemente se dice que Jesús "expiró" (exepneusen); la raíz de este verbo contiene la palabra "pneuma" ("espíritu"), pero usado aquí en el sentido habitual de exhalar el último aliento. Correspondientemente, no hay en Marcos muertos que vuelven a la vida, y la escena es en conjunto comedida.

San Marcos no desconoce una teología del Espíritu Santo, e incluso algunos de los elementos que vimos en Mateo están ya presentes en él, como el espíritu conduciendo a Jesús al desierto (1,12), el Espíritu conduciendo a la Iglesia en medio de la hostilidad del mundo (13,11), o la gravedad de la blasfemia contra el Espíritu (3,29); pero no hay una escena específica de la donación del Espíritu, sino que en el final "alargado" (Mc 16,9-20), sin que se mencione al espíritu, puede entendérselo implícitamente aludido en las señales que se prometen a los discípulos (16,17-18), y en las que se dice que acompañan su predicación (16,20).

San Juan

Por contraste Juan, el más avanzado teológicamente de los cuatro evangelios, no tiene sólo una escena de la donación del Espíritu, o una teología de la acción del Espíritu en la Iglesia, sino una compleja Pneumatología, que naturalmente no podemos abordar aquí, pero que conviene conocer mejor, especialmente en ese título tan característicamente joánico de "Paráclito". Puede ser muy estimulante la lectura de la obra introductoria "Para que tengáis vida", de Raymond Brown, especialmente pág 123ss, aunque conviene leer desde el principio para comprender la ficción literaria en la que está escrito todo ese bello opúsculo.

Me centro en la escena de la donación del Espíritu: a diferencia de Mateo, en quien el espíritu es donado en el momento de la muerte de Jesús, o de Lucas, en quien es donado luego de que Jesús "sube" al Padre, la donación del espíritu en Juan se produce en una aparición del Resucitado. Puesto que Juan no contempla ningún "ascenso" de Jesús, simplemente el lector debe suponer que cuando Jesús aparece resucitado, es porque "ya está" con el Padre, por lo que no hay una contradicción de fondo entre el hecho de que afirme en el discurso final que "si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré" (16,7), y que luego les entregue el Espíritu estando presente él mismo y de su propia boca, porque ya su presencia como Resucitado -aunque vivo y verdadero- no pertenece al plano de la realidad caduca y aparente en la que nos movemos los hombres.

La donación del espíritu se produce el día mismo de la resurrección:

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: "La paz con vosotros". Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: "La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío." Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos." (20,19-23)

Juan ha puesto en el perdón de los pecados la síntesis máxima de la presencia del Espíritu en su Iglesia. Es natural que en la teología posterior esto se haya desarrollado en la línea de una profundización en el sacramento de la reconciliación, pero dado que el sacramento es ministerial, es decir, sólo puede ser ejercido por algunos, los ministros consagrados, se pierde un aspecto muy importante de esta donación que hace Jesús Resucitado: el ministerio del perdón es algo que estamos llamados a ejercer todos con todos, e incluso no sólo con los demás de la comunidad, no sólo con los que creen, sino con todos en absoluto. Es el signo mismo del Espíritu dado a los suyos: una comunidad que puede perdonar. En la medida en que los creyentes somos capaces, como ningún otro ser humano es capaz, de perdonar divinamente (¡e incluso de "retener" ese perdón en nombre de Dios!), estamos llevando la acción del Espíritu al mundo.

Esta lectura del espíritu de perdón como ministerio encomendado a toda la Iglesia, en cada uno de sus creyentes, no anula el perdón sacramental y ministerial, sino que más bien ayuda a articularlo y ejercerlo con mayor eficacia (ver mi artículo "Recibid el Espíritu Santo").

San Lucas

Con san Lucas nos acercamos a la escena clásica de Pentecostés, pero al haber pasado antes por los otros evangelistas, estamos más pertrechados para asimilar cuánto hay en su relato de recuerdo "histórico" y cuánto de "construcción catequética". Y si en realidad el grueso del relato de Lucas es una construcción catequética, un relato donde los elementos han sido dispuestos para que digan algo, y para que aludan a algo, lo mejor que podemos hacer con ellos es decodificarlos, ver qué quieren decir, por qué están allí:

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse.

Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo. Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua. Estupefactos y admirados decían: "¿Es que no son galileos todos estos que están hablando? Pues ¿cómo cada uno de nosotros les oímos en nuestra propia lengua nativa?

Partos, medos y elamitas; habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene, forasteros romanos, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios."

Todos estaban estupefactos y perplejos y se decían unos a otros: "¿Qué significa esto?" Otros en cambio decían riéndose: "¡Están llenos de mosto!" (Hech 2,1-13)

"El día de Pentecostés". San Lucas ha reservado la donación de Espíritu para vincularla a esta fiesta que había llegado a ser muy importante en la vida cultual judía: 50 días después de la pascua se celebraba la fiesta de las cosechas o "fiesta de las semanas". Sin embargo, la fiesta -originalmente una celebración agraria- había tenido un largo recorrido histórico, y en el camino se agregaron algunos elementos. Por ejemplo, algunos celebraban 3 "pentecostés" distintos: 50 días después de la pascua, la cosecha de trigo; 50 días después de la cosecha de trigo, la fiesta del vino nuevo, y 50 días después de la fiesta del vino nuevo, la del aceite nuevo. Quizás la alusión al mosto del versículo 13 tenga que ver con esto.

Además de ese desarrollo en tres fiestas, ya el libro de los Jubileos (del siglo I aC), y esta tendencia se acentuó en el judaísmo con los siglos, vinculaba la fiesta de Pentecostés a la fiesta de la Alianza con Dios, así que en algún ritual se mezclaban los dos significados. Por ello posiblemente nos encontramos en la escena de Lucas alusiones veladas a la teofanía del Éxodo que precede a la donación de la Ley (Ex 19,16-20): ruido, viento impetuoso. Hemos visto ya que había alusiones al mismo episodio en la donación del Espíritu según Mateo, en este caso los temblores de tierra. Posiblemente haya habido una tradición oral que transmitió esa relectura del Exodo, que luego cada evangelista/catequista manejó a su manera en el relato correspondiente.

La propia liturgia del día de Pentecostés explora esta dimensión de renovación de la Alianza al poner como una de las lecturas alternativas de la misa de vigilia precisamente esta de Exodo 19.

"Todos reunidos en el mismo lugar". La tradición iconográfica ha circunscripto los receptores del Espíritu a los Doce y la Virgen; una estilización pictóricamente significativa, pero que lamentablemente termina clericalizando la escena, como si los únicos que reciben el Espíritu tuvieran que ser los "jefes de la Iglesia", cuando la donación del Espíritu, como fruto maduro de la redención, es explícitamente prometido a todos, y mucho más si vamos a las promesas proféticas: "derramaré mi espíritu sobre toda carne" (Joel 3,1). El "todos" más cercano mencionado en el mismo libro de Hechos es el de 120 personas, núcleo inicial de la Iglesia, que aparecen en Hechos 1,15; posiblemente a todos ellos se refiere la escena de Pentecostés, e incluso así lo entendieron algunos Padres de la Iglesia.

"Lenguas como de fuego". La asociación del Espíritu divino con el fuego es muy propia del Antiguo Testamento (por ejemplo, Ex 3,2 y otros), y ya hemos visto que en la tradición cristiana inicial posiblemente figuró la expresión "Espíritu Santo y fuego", que nos transmiten tanto san Mateo como san Lucas; el mismo Jesús, en Lucas, habla de que ha venido "a traer fuego" (Lc 12,49). Pero a su vez el aspecto simbólico del fuego como destructor/purificador/recreador excede con mucho el horizonte de la Biblia, y resulta ser un símbolo religioso que se encuentra en todas las culturas y todos los tiempos, no es extraño que estos fenómenos de arrobamiento "pneumático" que vivieron los primeros cristianos, se expresaran con una metáfora honda y visual.

"Nuestra propia lengua nativa". Dentro de los fenómenos del "hablar en lenguas" (glosolalia) se distingue este fenómeno específico de "hablar lenguas extranjeras" o "xenologia". San Lucas no da demasiadas indicaciones de cómo entender la escena fenoménicamente, sólo indica que cada uno lo entendía en su propia lengua, y nos quedamos con las ganas de saber si de los posiblemente 120 afectados por el don unos hablaban unas lenguas y otros otras, o si todos hablaban una lengua espiritual que era recibida inteligiblemente por cada uno de los extranjeros. El relato admite las dos lecturas. Una vez más la Biblia resulta excesivamente parca en detalles, respecto de lo que nosotros hubiéramos comentado de estar allí.

El "mapa de pueblos" que hace san Lucas tiene seguramente alguna fuente contemporánea: está leído de este a Oeste, y abarca aproximadamente los pueblos más reconocidos, tratando de abrazar el mundo del momento. Es el concepto que quiere transmitir: todo el mundo estaba allí, y todos los pueblos tuvieron la oportunidad de escuchar el mensaje. Aunque por ahora se refiere sólo a judíos piadosos venidos de todas partes, prepara ya lo que será el desarrollo de la Iglesia lucana y del libro de los Hechos: la apertura universal de la Iglesia a todos los hombres, "judíos o griegos".

Con tantos elementos con los que podría haber Lucas construido una fantástica escena llena de milagro tras milagro, se mantiene en una sobriedad intachable: más bien todos los elementos maravillosos están al servicio de preparar lo que es realmente el centro de la escena, y que no he transcripto: el discurso de Pedro, quien, junto con los Once, interpreta ante los oyentes la escena que están viendo y viviendo, destacando en ello la acción del Resucitado y su obrar en medio de su Iglesia (Hech 2,14-37).

 

De eso se trata precisamente: de un Espíritu que no se ve porque, como el viento, sopla donde quiere, pero cuya presencia constituye la vida de la Iglesia, y que por tanto está en ella y con ella desde el momento mismo en que la Iglesia existe, situemos su nacimiento en la cruz -como Mateo-, en la resurrección -como Juan-, o -como Lucas- en medio de la comunidad miedosa y encerrada que esperaba en Jerusalén un signo de su Dios.

 
Comentarios
por Rosa María Bedolla Brambila (i) (187.146.59.---) - domingo , 19-may-2013, 8:13:14

Abel Gracias por tu amplio escrito que no acabo de leer y estoy sin mi compiurer nomas que la que Dios me dio en mi cabeza . Mientras quiero agradecerte de lo que hablas de Mateo es bastante y hermoso , empiezas . Alrededor de la hora nona clamó Jesús con fuerte voz "¿Elí, Elí ¿Lemá sabactaní? esto es "¿Dios mío, Dios mío!" ¡porque me has abandonado?" todo Un Dios creyendose abandonado ese sentimiento de abandono quizas la mayoría lo habremos percibido y es un sentimiento que nos hace correr y buscar ese abandono y encontramos que en realidad No es abandono sino que en el amor que Dios nos tiene y nos ama a veces nos deja por algunos segundos o minutos y nos hace sentir lo que es el abandono , hay o tengo bastante que hablar apenas si leí el primer Evangelista Mateo y tu desgribistes a los (4 evangelistas) es Bueno oirte es Bueno escucharte y no acabaremos Dios nos ama ¡

por katia (i) (69.248.1.---) - viernes , 24-may-2013, 6:03:22

Tengo que reconocer que sus escritos atraen mi atencion. Hoy leyendo su articulo, pude resaltar en cada evangelista algunas cosas que ignoraba. En la lectura de Marcos, saber la confusion de muchos al escuchar a Jesus clamar al Padre. Ademas, como lo muertos vuelven a la vida, despues al recibir de nuevo la donacion del Espiritu Santo. Por otro lado, en Juan, la afirmacion, que el perdon no discrimina a nadie, que al perdonar, se activa la accion del Espiritu de Dios. Y por ultimo, el Evangelio de Lucas, creer en lo que no se ve, que aunque la Bibilia es parca en detallles alude siempre, el poder del Espiritu Santo en nuestra iglesia, y a los que son fieles a ella.

por Antonio (i) (80.30.93.---) - sábado , 25-may-2013, 7:46:56

¿De los relatos del "hecho real" que sin duda acaeció, y del que se refiere particularmente en los Hechos, se podría construir un relato único que se acercara más al acontecimiento real?
Son hermosas las interpretaciones que se describen aludiendo a una exposición catequètica de cada autor, pero se podrían unificar en la escena descrita en los hechos como la más históricmente posible, porque, sin duda aconteció. Gracias

por Abel (81.203.151.---) - sábado , 25-may-2013, 5:31:58

Lamentablemente, Antonio, eso es imposible, porque:
a) no hay un "relato externo" de control que permita separar tajantemente los rasgos teológicos y los "datos" de cada uno
b) Más importante: ninguno de los tres habla de un hecho puntual sino del significado de un hecho que es un "continuo", la presencia del Espíritu en la Iglesia.

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