Al leer este texto de las palabras del Papa ayer, como homilía al pasaje de Carta a los Gálatas leída en la celebración del Consejo MUndial de Iglesias, realmente me parece haber oído hablar al propio Jesús en boca de Pedro.
Es un texto emocionante, que da para llenar de acción una vida cristiana.
A la vez me siento tan apenado por tanto hermanos católicos que por prejuicios de distintas clases se han cerrado a escuchar a Jesús en boca de este Pedro.
Quizás el Pedro anterior, o el otro anterior aun, tenían más estilo, a lo mejor eran mejores teólogos, ciertamente que el Pedro argentino es un poco chanta, para decirlo con una palabra que los argentinos entenderán muy bien... pero si uno no se ha cerrado ideológicamente, puede ver que Jesús ha escogido hablar en él, quizás más que en otros, y quizás porque menos lo merecía.
Me lamentaba haber sido muy pequeño cuando pontificaba el admirado Pablo VI, pero debo decir que es una gracia estar bien crecido en los años de Francisco. Dios me lo guarde.
Ahora sí, las palabras:
PEREGRINACIÓN ECUMÉNICA DEL PAPA FRANCISCOA GINEBRA CON OCASIÓN DEL 70 ANIVERSARIO DE LA FUNDACIÓN
DEL CONSEJO MUNDIAL DE IGLESIAS
ORACIÓN ECUMÉNICA
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Centro Ecuménico (Ginebra)
Jueves, 21 de junio de 2018
Queridos hermanos y hermanas:
Hemos escuchado las palabras del Apóstol Pablo a los Gálatas, quienes estaban pasando por tribulaciones y luchas internas. De hecho, había grupos que se enfrentaban y se acusaban mutuamente. En este contexto y hasta dos veces en pocos versículos, el Apóstol invita a «caminar según el Espíritu» (Ga 5,16.25).
Caminar. El hombre es un ser en camino. Está llamado a ponerse en camino durante toda la vida, a salir continuamente del lugar donde se encuentra: desde que sale del seno de la madre hasta que pasa de una a otra etapa de la vida; desde que sale de la casa de los padres hasta el momento en que deja esta existencia terrena. El camino es una metáfora que revela el sentido de la vida humana, de una vida que no es suficiente en sí misma, sino que anhela algo más. El corazón nos invita a marchar, a alcanzar una meta.
Pero caminar es una disciplina, un esfuerzo, se necesita cada día paciencia y un entrenamiento constante. Es preciso renunciar a muchos caminos para elegir el que conduce a la meta y reavivar la memoria para no perderla. Meta y memoria. Caminar requiere la humildad de volver sobre los propios pasos, cuando es necesario, y la preocupación por los compañeros de viaje, porque únicamente juntos se camina bien. Caminar, en definitiva, exige una continua conversión de uno mismo. Por este motivo, son muchos los que renuncian, prefiriendo la tranquilidad doméstica, en la que atienden cómodamente sus propios asuntos sin exponerse a los riesgos del viaje. Pero así se aferran a seguridades efímeras, que no dan la paz y la alegría que el corazón aspira, y que solo se consiguen saliendo de uno mismo.
Dios nos llama a esto ya desde el principio. A Abraham le pidió que dejara su tierra y que se pusiera en camino, con el único equipaje de la confianza en Dios (cf. Gn 12,1). Moisés, Pedro y Pablo, y todos los amigos del Señor vivieron en camino. Pero es sobre todo Jesús quien nos ha dado ejemplo. Salió de su condición divina por nosotros (cf. Flp 2,6-7) y vino entre nosotros para caminar, él que es el Camino (cf. Jn 14,6). Él, el Señor y Maestro, se hizo peregrino y huésped entre nosotros. Cuando regresó al Padre, nos dio el don de su mismo Espíritu, para que también nosotros tuviéramos la fuerza para caminar hacia él y hacer lo que Pablo pide: caminar según el Espíritu.
Según el Espíritu: si cada hombre es un ser en camino, y encerrándose en sí mismo reniega de su vocación, mucho más el cristiano. Porque —indica Pablo— la vida cristiana lleva consigo una alternativa irreconciliable: por una parte, caminar según el Espíritu, siguiendo el itinerario inaugurado por el Bautismo; por otra, «realizar los deseos de la carne» (Ga 5,16). ¿Qué quiere decir esta expresión? Significa intentar realizarse buscando la vía de la posesión, la lógica del egoísmo, con la que el hombre intenta acaparar aquí y ahora todo lo que le apetece. No se deja acompañar con docilidad por donde Dios le indica, sino que persigue su propia ruta. Las consecuencias de esta trágica trayectoria saltan a la vista: el hombre, insaciable de cosas materiales, pierde de vista a los compañeros de viaje. Entonces, por los caminos del mundo, reina una profunda indiferencia. Empujado por sus propios instintos, se convierte en esclavo de un consumismo frenético y, en ese instante, la voz de Dios se silencia; los demás, sobre todo si son incapaces de caminar por sí mismos, como los niños y los ancianos, se convierten en desechos molestos; la creación no tiene otro sentido, sino el de producir en función de las necesidades.
Queridos hermanos y hermanas: Las palabras del Apóstol Pablo nos interpelan hoy más que nunca. Caminar según el Espíritu es rechazar la mundanidad. Es elegir la lógica del servicio y avanzar en el perdón. Es sumergirse en la historia con el paso de Dios; no con el paso rimbombante de la prevaricación, sino con la cadencia de «una sola frase: amarás a tu prójimo como a ti mismo» (v. 14). La vía del Espíritu está marcada por las piedras miliares que Pablo enumera: «Amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí» (v. 22.23).
Todos juntos estamos llamados a caminar de ese modo: el camino pasa por una continua conversión y la renovación de nuestra mentalidad para que se haga semejante a la del Espíritu Santo. A lo largo de la historia, las divisiones entre cristianos se han producido con frecuencia porque fundamentalmente se introducía una mentalidad mundana en la vida de las comunidades: primero se buscaban los propios intereses, solo después los de Jesucristo. En estas situaciones, el enemigo de Dios y del hombre lo tuvo fácil para separarnos, porque la dirección que perseguíamos era la de la carne, no la del Espíritu. Incluso algunos intentos del pasado para poner fin a estas divisiones han fracasado estrepitosamente, porque estaban inspirados principalmente en una lógica mundana. Pero el movimiento ecuménico —al que tanto ha contribuido el Consejo Ecuménico de las Iglesias— surgió por la gracia del Espíritu Santo (cf. Conc. Ecum. Vat. II, Unitatis redintegratio, 1). El ecumenismo nos ha puesto en camino siguiendo la voluntad de Jesús, y progresará si, caminando bajo la guía del Espíritu, rechaza cualquier repliegue autorreferencial.
Alguno podría objetar que caminar de este modo es trabajar sin provecho, porque no se protegen como es debido los intereses de las propias comunidades, a menudo firmemente ligados a orígenes étnicos o a orientaciones consolidadas, ya sean mayoritariamente “conservadoras” o “progresistas”. Sí, elegir ser de Jesús antes que de Apolo o Cefas (cf. 1 Co 1,12), de Cristo antes que «judíos o griegos» (cf. Ga 3,28), del Señor antes que de derecha o de izquierda, elegir en nombre del Evangelio al hermano en lugar de a sí mismos significa con frecuencia, a los ojos del mundo, trabajar sin provecho. No tengamos miedo a trabajar sin provecho. El ecumenismo es “una gran empresa con pérdidas”. Pero se trata de pérdida evangélica, según el camino trazado por Jesús: «El que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará» (Lc 9,24). Salvar lo que es propio es caminar según la carne; perderse siguiendo a Jesús es caminar según el Espíritu. Solo así se da fruto en la viña del Señor. Como Jesús mismo enseña, no son los que acaparan los que dan fruto en la viña del Señor, sino los que, sirviendo, siguen la lógica de Dios, que continúa dando y entregándose (cf. Mt 21,33-42). Es la lógica de la Pascua, la única que da fruto.
Mirando nuestro camino, podemos vernos reflejados en ciertas situaciones de las comunidades de la Galacia de entonces: qué difícil es calmar la animadversión y cultivar la comunión; qué complicado es escapar de las discrepancias y los rechazos mutuos que han sido alimentados durante siglos. Más difícil aún es resistir a la astuta tentación: estar junto a otros, caminar juntos, pero con la intención de satisfacer algún interés personal. Esta no es la lógica del Apóstol, es la de Judas, que caminaba junto a Jesús, pero para su propio beneficio. La respuesta a nuestros pasos vacilantes es siempre la misma: caminar según el Espíritu, purificando el corazón del mal, eligiendo con santa obstinación la vía del Evangelio y rechazando los atajos del mundo.
Después de tantos años de compromiso ecuménico, en este setenta aniversario del Consejo, pedimos al Espíritu que fortalezca nuestro caminar. Con demasiada facilidad este se detiene ante las diferencias que persisten; con frecuencia se bloquea al empezar, desgastado por el pesimismo. Las distancias no son excusas; se puede desde ahora caminar según el Espíritu: rezar, evangelizar, servir juntos, esto es posible y agradable a Dios. Caminar juntos, orar juntos, trabajar juntos: he aquí nuestro camino fundamental de hoy.
Este camino tiene una meta precisa: la unidad. La vía contraria, la de la división, conduce a guerras y destrucciones. Basta con leer la historia. El Señor nos pide que invoquemos continuamente la vía de la comunión, que conduce a la paz. La división, en efecto, «contradice clara y abiertamente la voluntad de Cristo, es un escándalo para el mundo y perjudica a la causa santísima de predicar el Evangelio a toda criatura» (Unitatis redintegratio, 1). El Señor nos pide unidad; el mundo, desgarrado por tantas divisiones que afectan principalmente a los más débiles, invoca unidad.
Queridos hermanos y hermanas: He querido venir aquí, peregrino en busca de unidad y paz. Doy las gracias a Dios porque aquí os he encontrado, hermanos y hermanas ya en camino. Caminar juntos para nosotros cristianos no es una estrategia para hacer valer más nuestro peso, sino que es un acto de obediencia al Señor y de amor al mundo. Obediencia a Dios y amor al mundo, es el verdadero amor que salva. Pidamos al Padre que caminemos juntos con más vigor por las vías del Espíritu. La cruz oriente el camino, porque allí, en Jesús, los muros de separación ya han sido derribados y toda enemistad ha sido derrotada (cf. Ef 2,14). Allí entendemos que, a pesar de todas nuestras debilidades, nada nos separará de su amor (cf. Rm 8,35-39). Gracias.
-----------------
«Busca a Dios, entonces hallarás a Dios y todo lo bueno.» (M. Eckhard)
Abel en primer lugar, gracias por haber puesto el discurso del Papa Francisco.
Haces mención a que tal vez Jesús lo escogió por eso, por ser un poco “chanta”, creo que la traducción al gallego, al castellano seria “un miña xolla”, que aunque literal es “ un joya mía, o mi joya”, significa la persona, demasiado sencilla, con poco espíritu, muy así, no una lumbrera.
Y, es precisamente en estos, creo que el primer Pedro también lo era, y, él propio Jesús, que precisamente se hizo pobre, es decir se hizo humano imperfecto, como todo lo humano por nosotros, tal vez por eso, sus contemporáneos no lo aceptaron, los otros tampoco, porque la mitad de las veces nos construimos, o nos construyeron un Jesús que nada tiene que ver con él que parió María
Por eso, son tan parecidos, nuestro Francisco, y, nuestro Jesús, y, sufren él mismo rechazo, anunciado estaba
Dicen que Dios da en cada época el Papa que hace falta, Francisco es el Papa que no merecemos pero que Dios nos regala ahora.
Y, ahora entro a comentar su discurso un poco, sólo la frase
“Caminemos juntos”
Me gusta, porque caminar supone no estar quieto, sino avanzar hacia una meta, una meta que es la consecución de La Unidad, sí, y, no es la Plena Unión en Cristo, porque como decía el mismo Francisco, en una de sus homilías en Santa Marta, La Unidad se dará en la Parusía
Me gusta Caminar, porque supone no quedarse como nos gusta a tantos católicos y no católicos, mirándonos la panza, aferrados a viejas tradiciones, que no Tradición
Y, a veces al caminar hay que apoyarse en el otro, sobre todo para subir cuestas, y, hay que soltar lastre, cositas, aunque se les tenga cariño, porque si uno se sienta a acariciar sus cositas de la infancia, de la adolescencia no avanza, y, al final el frío te mata, o el calor, pero no avanzas
Caminar, porque hasta llegar a la Meta, que esta donde Dios mora, ya sé que está en todo lugar, pero donde se manifiesta a sus hijos, no podemos parar, porque nuestro pecado, nuestros traspiés nos hacen retroceder, y, hay que volver empezar
Caminar, porque caminar es también caminar hacia el otro, hacia él que va ser compañero de viaje, para prepararlo, para auto ayudarnos
Caminar, porque para caminar hay que saber, que camino, vamos a coger, es caminar no deambular
Y, ese Camino, es el mismo al que nos dirigimos, Él que va con nosotros, Él que nos dijo, “Yo soy El Camino; nadie va al Padre, sino por Mi”
Caminar para lo cual demasiado equipaje molesta
Por eso es posible que unos y otros tengamos que dejar cosas, y, tomar otras, porque si hay que ir bien pertrechados de comida y bebida
A lo mejor hace falta a unos más Eucaristía, pero de verdad, y, a otros sin dejar La Eucaristía, más Biblia, y, sobran imágenes, procesiones, lo que es cierto es que todos tenemos que seguir caminando, y, animar a los que pretenden seguir sentados en Trento, porque al fin y al cabo La Iglesia no es de Roma, es de Jesús.
Tenemos que seguir comentando
Un abrazo
Maite
“Dijo el hombre a Dios, oí tu voz y me escondí, porque vi que estaba desnudo”