Es una antigua ciudad fundada mucho antes de la conquista israelita del territorio cananeo; algunos vestigios arqueológicos permiten datarla en los albores del tercer milenio. El nombre, sin embargo, aparece atestiguado en el segundo milenio, en textos egipcios de los siglos XIX (Textos de execración) y XIV (Cartas de Amarna), y por tanto proviene ya de aquellos orígenes preisraelitas: "Yerú" o "Urú" -fundación- Salaim -el nombre de una divinidad-; el parecido fonético con la voz hebrea "shalom", paz, y el hecho de que la raíz "yará" también exista en hebreo, con el significado de fundar, hizo que luego se pudiera reinterpretar el nombre en "fundación de paz", o más lejanamente, relacionándolo con la palabra "yir", "ciudad" en hebreo, "Ciudad de Paz". En Heb 7,2, por ejemplo, esta pseudo etimología de Jerusalén, abreviada "Salem" en Génesis 14,18, se utiliza teológicamente. En la conquista davídica no se le cambió el nombre, sólo se hebraizó.
Uno de los aspectos de la importancia estratégica de Jerusalén en la antigüedad es su topografía: ciudad elevada (unos 800m promedio) a poco más de 50km del Mediterráneo, y unos 20 del Mar Muerto, está rodeada por el sur, el este y el oeste de grandes hondonadas, y abastecida naturalmente por el manantial del Guijón. El conjunto del territorio lo forman dos colinas, la occidental, que en la antigüedad era más alta (algunos arqueólogos sostienen que los Asmoneos la hicieron rebajar para que no quitara importancia a la oriental, que es la del templo), y la oriental, donde se encuentra la planicie que fue la ciudad jebusea, luego la de David, y donde estuvo el templo y el palacio real.
La actual Cúpula de la Roca se alza sobre la explanada donde, según la tradición, estuvieron el primero y el segundo templo, y se identifica también con el monte Moria, donde Abraham ató a Isaac, para ofrecerlo conforme al mandato divino. Aunque a veces se la confunde con una mezquita, en realidad es un santuario que cubre la roca sagrada; la mezquita de Al-Aqsa, en cambio, está situada más al sur de la misma explanada, y es el principal lugar de oración musulmana en el recinto. Al sur de esta colina se encuentra el monte Sión, cerca del suministro de agua.
Los valles que rodean este conjunto son: el Cedrón, al este, que separa Jerusalén del Monte de los Olivos, y el de Hinnón al oeste y sur (Ge-hinnon, Valle del Hinon, está en el origen de la palabra Gehenna); estos se unen en el valle que separa las dos colinas: el Tyropeon, o Valle de los Queseros, pero que por efecto de la historia y de la ocupación humana, ya casi no es visible, ha quedado rellenado.
Durante los primeros siglos de presencia israelita en Canaán siguió siendo una fortaleza jebusea, hasta que David, en el siglo X, la conquistó para sí, ya siendo rey (2Sm 5,5-9). Acorde al derecho antiguo, pasó a ser propiedad personal del rey, que es el primer significado de la expresión "Ciudad de David". Allí trasladó la capital de su reino (que todavía era poco más que su tribu de Judá), al que aspiraba unir las demás tribus, de allí que la elección de Jerusalén resultaba especialmente estratégica, ya que queda en el territorio de la tribu de Judá, en territorio de Judá, pero en una posición limítrofe con Benjamín (vecina y rival), lo que evitaba una identificación tribal exclusiva. Junto a ello, David dio un paso aún más audaz: trasladó el arca de la alianza (el antiguo símbolo de la religión tribal) con toda pompa a la nueva capital (2Sm 6). Así aseguraba ante las tribus que, pese a gobernar desde un enclave cananeo, su voluntad era mantener la continuidad de la alianza con Yahvé.
Aunque la retroproyección posterior de la importancia que fue adquiriendo Jerusalén con el tiempo hacen que se imagine la fundación davídica de la capital y la del primer templo yahvista por su hijo Salomón como de una ciudad esplendorosa, lo más probable es que fuera más bien modesta, acorde con un reino que no estaba del todo consolidado y que no consiguió mantener la unidad de todo el territorio más allá del reinado de esos mismos dos reyes, es decir, del siglo X a.C. La población de la ciudad se calcula en aquella época de unas 2.000 personas, contando ya con la expansión de la corte -según el modelo egipcio- bajo Salomón. El verdadero despegue real y simbólico de Jerusalén se da en el siglo VII a.C. con el movimiento deuteronomista, que identificó el culto auténtico a Yahvé con el culto en Jerusalén, a la monarquía única y elegida por Dios con la de Judá, y reunió, tras la caída de Samaría en el 721, todas las tradiciones antiguas, tanto de Judá como de las tribus del norte (tradiciones del éxodo, de la conquista, de la donación de la Ley, de los profetas, etc.), en un único conjunto que recibió la impronta de esa centralidad jerosolimitana. Aquí ya puede hablarse de una población de unas 10.000 personas
Tras esto la ciudad duró poco tiempo, ya que fue destruida por Asiria en el 587, pero su crecimiento simbólico había sido tan grande, que sirvió ella misma de faro para mantener la fe yahvista entre los exiliados, y servir de guía a la reconstrucción, una vez retornados (cfr. Sal 137).
Tras el exilio, comienza la época persa, que ve el resurgir -más modesto- de la ciudad y del templo. El comienzo del regreso se fecha en el 535 a.C., el fin de la construcción del segundo templo, en el 519 a.C. En poco años la vida cultual estaba mínimamente restablecida.
No significó, ni mucho menos, estabilidad. La ciudad misma no se pudo reconstruir con facilidad por rencillas internas y con los samaritanos, tal como nos lo relatan los libros de Esdras y Nehemías. Las murallas fueron nuevamente puestas en pie más tarde. La ciudad en sí misma no representaba ya el esplendor antiguo. Sin embargo un hecho resultó notable para el futuro de Jerusalén: la gran presencia de judaísmo fuera de los límites de la tierra de Judá, el judaísmo de la dispersión, unido a que en el corazón de la fe judía estaba Jerusalén como centro y como polo de atracción: único sitio donde el culto es verdadero. De allí que si bien la ciudad no era grande, sí que comenzó a acostumbrarse las peregrinaciones anuales para las grandes fiestas (Pascua, Pentecostés, Chozas), una costumbre que vemos reflejada también en los evangelios, y que subsistió hasta la pérdida definitiva del templo en el año 70 d.C. Naturalmente estos peregrinos traen riqueza y novedad a esta ciudad, que poco a poco va volviendo a posicionarse en el centro de la espiritualidad de este pueblo. Tras prolijos cálculos, Joaquín Jeremías establece para la época de Jesús el número de peregrinos en Pascua en unas tres veces la población de la ciudad, que ascendía a unos 55.000 habitantes. Una cantidad notable si tenemos en cuenta que por la misma época la población de la ciudad de Roma podía estar en torno al millón de habitantes (contando a todos, incluyendo esclavos).
Gran parte de este esplendor reconquistado tiene que ver con las grandezas arquitectónicas aportadas por Herodes el Grande, que si bien tenía pasión por las construcciones en general, la desplegó de manera especialmente notable en Jerusalén. Aun subsisten restos de la construcción herodiana en el muro de los lamentos, y seguramente gran parte de la explanada del templo proviene de aquella época. Renovó por completo el santuario, que llegó a ser una verdadera maravilla arquitectónica, sin que sin embargo dejara de celebrarse el culto durante todo el tiempo que duró la obra. En realidad la renovación del santuario, que se inició hacia el 20 a.C., se completó en sólo dieciocho meses, pero la reconstrucción completa de todo el conjunto duró mucho más allá de la vida de su autor: se completó recién en el año 64 d.C., pocos años antes de ser arrasado de nuevo hasta los cimientos.
Junto a esta obra en el santuario, dotó además a la ciudad de teatro y anfiteatro, tres sólidas torres, fortaleció y extendió los muros, la provisión de agua, los palacios, y en general todo lo que asegurara esplendor.
A pesar de la destrucción del templo en el año 70 por el general Tito, que habría de ser más adelante emperador, la ciudad siguió existiendo y siendo el centro espiritual del judaísmo, hasta que la rebelión de Bar Koshbá contra el Imperio Romano en el 135 llevó a Adriano a la decisión de arrasar del todo la ciudad, expulsar de ella a todos los judíos, y refundarla como campamento militar, con el nombre de Aelia Capitolina.
Con la llegada del cristianismo como religión oficial del Imperio Romano en el siglo IV, Jerusalén recobró importancia religiosa. La emperatriz Helena, madre de Constantino, promovió la construcción de iglesias, como el Santo Sepulcro, convirtiendo la ciudad en un centro de peregrinación cristiana.
En el siglo VII, el Imperio Bizantino perdió Jerusalén ante los persas en 614, aunque la recuperó en 629. Finalmente, en el año 638, los musulmanes liderados por el califa Omar tomaron la ciudad. Jerusalén pasó a ser parte del califato y se construyó la Cúpula de la Roca (691), consolidando su relevancia islámica.
Hoy puede decirse que la Ciudad Santa ha resistido toda la violencia humana, destruida y reconstruida varias veces, han pasado el imperio babilónico, el persa, el griego, el romano, el bizantino, el árabe, el otomano, el británico, y todas las guerras locales que jalonan los siglos XX y XXI, pero allí está Jerusalén, en pie, hasta que sea reemplazada por la auténtica Jerusalén, la que bajará del cielo enjoyada como una novia...
A nivel filológico, también resulta interesante observar cómo los evangelios se refieren a Jerusalén en griego. La palabra aparece en dos formas: una variable (declinable) y otra invariable:
Variable: Hierosólyma. 11 veces en San Mateo: 2,1.3.5; 4,25; 5,35; 15,1; 16,21; 20,17.18; 21,1.10. 10 veces en San Marcos (la única que utiliza él): 3,8.22; 7,1; 10,32.33; 11,1.11.15.27; 15,41. 27 veces en Lucas: 2,25.38.41.43.45; 4,9; 5,17; 6,17; 9,31.51.53; 10,30; 13, 4.33.34ab; 17,11; 18,31; 19,11; 21,20.24; 23,28; 24,13.18.33.47.52. Y 12 veces en Juan (que, como Marcos, sólo utiliza esta forma): 1,19; 2,13.23; 4,20.21.45; 5.1.2; 10,22; 11,18.55; 12,12.
La forma invariable, Ierousalém, la utiliza San Mateo 2 veces (23,37ab) y san Lucas 4 veces en el evangelio: 2,22; 13,22; 19,28; 23,7
Pero además las dos formas están repartidas en el resto del NT.
La distinción resulta importante porque algunos autores señalan que el uso de la forma griega declinable está más asociado a la mención de la ciudad como realidad geográfica, mientras que el uso de la forma no variable (que es transcripción directa de la forma hebrea) evoca la realidad de Jerusalén como ciudad santa.
1 - Templo | 5 - Palacio de Herodes | 9 - Piscina de Bethesda |
2 - Torre Antonia | 6 - Casa de Caifás | 10- Ubicación trad. del Gólgota |
3 - Hipódromo | 7 - Cenáculo | 11- Ubicación alt. del Gólgota |
4 - Palacio Asmoneo | 8 - Piscina de Siloé | 12- Santo sepulcro |