Conservamos el anonimato de este lugar cuyo nombre no se menciona en ninguno de los evangelios canónicos. Mc/Mt dicen "una montaña alta", y Lc solamente "la montaña".
Un evangelio apócrifo, el de los Hebros (del que sólo se conservan breves citaciones) y la tradición posterior a la generación evangélica la identificó con el monte Tabor, localizado en el Valle de Jizreel, en la Baja Galilea, con una altura de 588m sobre el nivel del mar, y unos 400 m respecto del territorio circundante.
Tuvo presencia en toda la tradición histórica del AT, y es mencionado repetidas veces, pero no en el NT. En la época de Orígenes (s. III) se comienza a identificar el Tabor con esta montaña, luego ya esa tradición origeniana se vuelve una identificación común, que muchos Padres aceptan y propagan. La expresión misma "luz del Tabor" pasa a ser una expresión simbólica en la mística oriental para indicar la gloria del Transfigurado.
En general la exégesis actual pone a un lado la identificación geográfica concreta en bien de rescatar lo que para cada evangelio es el poderoso símbolo de la montaña, sitio de revelación, en Mt (cfr. el final), sitio habitual para Jesús de encuentro con el Padre, en Lucas, la evocación misma que la expresión "montaña alta" tiene respecto del Sinaí mosaico... parece más acertado el camino del monte anónimo que tomaron los tres evangelios que mencionan la escena (y la alusión también anónima de 2Pe 1,18).
No obstante hay una amplia literatura espiritual que identifica por su nombre al Tabor, y en su cima hay una bella basílica dedicada a la Transfiguración del Señor.
Después de la escalada y contemplar la estupenda panorámica que se puede ver desde la cima del monte, es preciso retirarse, a ser posible, a la cripta; aquel rincón invita a orar, es acogedor, íntimo, persuasivo: «¡Señor, qué bien se está aquí! Hagamos tres tiendas». El Tabor se hace necesario en nuestra vida.
Yo lo predico muchas veces, pensemos que la lectura de la Transfiguración la liturgia nos la presenta cada 6 de agosto y siempre el segundo domingo de Cuaresma según el ciclo. Necesitamos subir al monte, es decir, dejar la mochila de los problemas, de cualquier asunto, ágil de todo y subir. Y una vez en la cima, contemplar, dejarnos llenar de ese Dios que es brisa, candor, sencillez, humildad, ilusión, paz, amor. ¡Lo necesitamos tanto! En el Tabor se reza, eres empujado a rezar, una fuerza invisible te lanza y empuja. El Tabor transfigura a quien sube como peregrino buscando a Dios. Les aseguro que lo encuentra. En el Tabor se palpa la presencia de Jesús, cuyos vestidos blancos brillan más que el sol.
Moisés representa la Ley, Elias toda la trayectoria profetica de Israel; los dos, el Antiguo Testamento: Ley y Profetas. Jesús es la Nueva Alianza, que une a todos en el pacto definitivo de Dios.
Necesitamos ratos de Tabor. Sabemos que hay que bajar al asfalto, a los problemas, a pisar la tierra y el barro, claro que sí, pero después de subir al Tabor, bajamos de forma muy distinta. Nuestro corazón está lleno, nuestra alma no sabe que hacer de contenta y hasta nuestro cuerpo se ha relajado.
La experiencia del Tabor es inolvidable. Aprovéchate de ese rato; difícilmente se va a repetir. Es una gran suerte subir al monte del Señor y poder decirle: «¡Señor, qué bien se está aquí!»