A tan solo 25km de Jerusalén, Jericó se encuentra a 1000m por debajo del nivel de la ciudad santa, y a 244m por debajo del nivel del Mediterráneo. En la zona prevalece un clima cálido, casi tropical, con veranos intensamente calurosos, lo que permite la abundancia de palmeras datileras y de balsameras, frutos ya famosos y apreciados en el mundo mediterráneo antiguo, y que fueron la base de la prosperidad material de la ciudad. Hablan de la ciudad y sus frutos no sólo Josefo (Guerras IV,8,3, Antigüedades 4,6,1 y muchos otros momentos de sus obras), sino también escritores como Plinio el Viejo (Historia Natural, XIII,9,49), que atribuye la buena calidad y conservación de los dátiles al suelo salino
Aunque su nombre no hace relación a las palmeras, desde muy antiguo es conocida como "Ciudad de las palmeras" ('yr hatamarim, Dt 34,3; Jue 1,16, y otros).
Su historia es verdaderamente milenaria, los vestigios alcanzan a 11 mil años de antigüedad, siendo la ciudad amurallada más antigua que se conoce.
Precisamente las murallas de uno de su niveles de ocupación (los arqueólogos cuentan unos 20 en total), el que correspondería al siglo XIII, resultan uno de los más conocidos y preciosos símbolos del poder de la fe, por el relato de la caída de las murallas de Jericó en Josué 6, aunque los arqueólogos no han encontrado vestigios de murallas en este nivel. Resultó ser la primera ciudad de la Tierra Prometida conquistada por el Israel que llegaba del desierto. Es la actual Tell es Sultan.
La Jericó mencionada en el NT es la actual Tulul Abu Al-Ala, que es la de construcción herodiana (de Herodes El grande) se encontraba a poco más de 2k al sud sudoeste de la Jericó del AT. De todas sus posesiones, era la más apreciada por Herodes, y la ciudad en la que murió. La hizo enriquecer y embellecer, con palacios, baños y teatro.
En el Nuevo Testamento se mencionan dos pasos de Jesús por allí: el que corresponde a la entrada en Judea en Mc 10,1 (|| Mt 19,1) (ver sobre el problema de este pasaje el artículo sobre Judea), paso en el que cura, a la salida (Mc 10,46; Mt 20,29) o a la entrada (Lc 18,35) curó al ciego Bartimeo (a dos ciegos, dice Mateo).
El otro episodio se sitúa en el mismo contexto temporal, pero sólo nos lo cuenta san Lucas, es la bellísima historia de Zaqueo (Lc 19,1-10), que ilustra la apertura y misericordia sin límites predicada y realizada por Jesús.
Ilustra este artículo una foto del "árbol de Zaqueo", un sicómoro de mucha antigüedad que pasa por ser el árbol al que se encaramó Zaqueo para ver a Jesús (¡naturalmente, es imposible saber a cuál árbol en concreto se encaramó Zaqueo!)